Todo bien con Kristen Stewart: yo debo de ser la única persona (¡en el mundo!) que elogió la película que la lanzó a la fama, Panic room (2002), donde componía a la hija diabética y levemente tortillera de Jodie Foster. La chica creció, ganó en belleza y en sutilezas actorales (en alguna de las producciones cinematográficas que diseñamos, acá en el campo, después de nuestras largas sesiones de cine de campaña, la imaginamos como la prima poco sofisticada de Hermione). Ahora bien, lo de New Moon (2009), la segunda regurgitación de la saga Twilight, es un poco demasido.
Ya en la primera resultaba sospechoso que un vampiro se sometiera a la disciplina escolar, a la vida familiar, al cortejo adolescente, para hacerse el buenito (alguna debilidad mental debía de tener).
En New Moon, el insufrible Edward (desempeñado por el ya desagradable Robert Pattinson, cuya predilección por el lipstick va a terminar costándole su carrera) declara, al mismo tiempo, que tiene 104 años (como los viejos magiclicks de mi infancia) y que está perdidamente enamorado de esa chica provinciana, sosa, sin ningún talento ni brillo, comunarda como pocas, que es Bella. Primero: ¿puede haber amor después de 104 años de vida o sobrevida, de tormentos, de desesperanzas, de separaciones? No digo amor en el sentido cósmico, en el sentido ético, sino en el sentido femeninamente masturbatorio del "no puedo vivir sin ti", "la vida en un mundo en el que no existas no tiene sentido para mí". ¿Dónde estuvo este chico/ anciano durante los ciento cuatro años que ha pasado sobre la Tierra? ¿Encerrado en un tupper?
Y, segundo: si esa posibilidad (la del amor) existiera, ¿qué tiene Bella para trastornar hasta tal punto el mundo del chonguerío transmundano? Misterio que jamás será revelado.
En New Moon, además, como la delgadez de Pattinson y su evidente indiferencia a todo lo que no sean sus largas sesiones se maquillaje son un poco piantavotos, Bella revoluciona las hormonas del otro costado de los monstruos, los licántropos (Taylor Lautner: nene, ¿qué comés, bulones?).
Y así, una chica cualunque (no: ¡una chica bloom!) y bastante atolondrada (Kristen está todo el tiempo pensando qué carajo le pasa al personaje que tiene que desempeñar y no acierta a componer ninguna cara adecuada, porque todo es taaaan estúpido) termina desatando una guerra ferocísima entre clanes vampíricos y, sobre todo, entre lobizones y chupasangres.
Todo bien, si no estuviera la Sra. Fanning, que con sólo entrar a la película, pronunciar tres palabras desarticuladas y mirar un poco a estas estrellitas para teens (diciendo por dentro: "chicos, por favor, yo les muestro...."), desbarata toda posible complicidad con este bodrio intermedio al que todavía le falta una tercera parte.
Ya en la anterior película le habíamos arrimado nuestros porotitos (por así decirlo) al "actor joven mejor pagado de Hollywood" (("Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, es como descifrar signos, sin ser sabio competente").
Ahora, ya declaradamente paidofílicos, le imploramos a Kristen/ Bella: che, comete al pendejo (o, más fina, más gongorinamente: "goza cuello, clavel, cristal luciente") que para casarte (¡casarte!) con monstruos centenarios que te lleven a pasear por el mundo, ya vas a tener tiempo suficiente... Eso es lo que siento yo, en este instante fecundo.
domingo, 28 de febrero de 2010
sábado, 27 de febrero de 2010
Infierno grande
por Daniel Link para Perfil
Me dice mi mamá que Marcelo Coronel, el intendente de General Rodríguez, tiene los días contados. No sabe con quién tendrá que ir a lidiar para que le destapen las zanjas, le junten la basura o le reemplacen las lámparas del alumbrado público a partir de marzo.
Ni ella ni yo creemos que la situación para el municipio pueda mejorar. En todo caso, los dos seguimos con expectativa los pormenores de la espectacular caída en desgracia de Coronel, que nunca hizo nada por nosotros.
Adelma “La Vasca” Arguissaín puso todo su empeño (y el de su nome de guerre) para conseguir el cargo para su entonces pareja y, durante un tiempo, las cosas parecieron sonreírle a ambos.
Hoy ella, que supo presidir la estratégica Comisión de Seguridad en el senado bonaerense, está imputada en dos causas penales: una de ellas la vincula a un desarmadero de vehículos robados que funcionaba en una quinta que alquilaba su ex novio, Marcelo Porchetto (con garantía de ella), y la otra la imputa por malversación de caudales y administración fraudulenta en una causa abierta a raíz de la doble asignación de subsidios de la Secretaría de Transporte de la Nación a la empresa de su familia, que monopoliza el transporte público en General Rodríguez.
Oscar Verón, el dueño de la quinta-desarmadero, es un testigo clave de la primera causa, sobre todo con su testimonio según el cual La Vasca en persona le habría dicho que el Renault 21 semidesarmado que estaba junto a una soldadora autógena y otras herramientas en el patio de la quinta pertenecían a su padre, Juan Pedro Arguissaín, quien por esto y otras no deseadas apariciones públicas terminó perdiendo los estribos y se declaró “cansado de poner plata para sacarla de los problemas en los que se mete”. De paso, acusó a su entonces yerno, Marcelo Coronel, el intendente, de ladrón.
La relación sentimental entre La Vasca y Coronel no pudo (o no quiso) sobreponerse a esos traspiés.
Además de las salpicaduras que le llegan por el lado de su familia política, Coronel saltó a la fama por méritos propios, cuando empezaron a tirarle cadáveres (Damián Ferrón, Sebastián Forza y Leopoldo Bina) en el partido, relacionados con la efedrina que Manuel Poggi (ex director de Desarrollo Industrial de General Rodríguez) manipulaba con fines poco claros. En esas intensas jornadas de agosto de 2008, Coronel habría mandado, para sorpresa de los jueces intervinientes, una cuadrilla municipal para limpiar la escena del crimen.
La redacción del semanario político local La Hoja, que comenzó a denunciar hechos de corrupción en el municipio, fue incendiada en un hecho que los seguidores de Coronel consideraron destinado a perjudicar al intendente.
Puesto contra las cuerdas, el Concejo Deliberante de General Rodríguez no tuvo más remedio que aprobar en una sesión extraordinaria de diciembre de 2009 la conformación de una Comisión Investigadora, que, entre otras cosas, descubrió serias irregularidades en las preadjudicaciones de las 1900 viviendas del Plan Federal que la intendencia había realizado “por sorteo”. Como el azar es ciego, habrían sido favorecidos mismos DNI con diferentes nombres, adjudicatarios de domicilio dudoso, menores de edad e, incluso, personas fallecidas.
La presidente del Consejo Escolar hasta el 10 de diciembre pasado, Claudia Mantesso de Chimenti, fue sorprendida por un vecino cuando descargaba de una camioneta municipal las flores destinados a los jardines de infantes del distrito, en su propia quinta. “Yo haré un buen reparto de las mismas”, dijo la inverosímil señora, hoy reintegrada a la docencia.
El legajo personal del intendente es otro intríngulis, porque aparentemente se ha perdido. Se sabe (por otras vías) que aportó $ 60.689,00 a la campaña de los Kirchner, aunque en junio declaró su autonomía respecto de la pareja regia.
Y la Universidad de Belgrano ha negado por escrito que Coronel tuviera el título de Licenciado que declaraba y gracias al cual obtuvo un plus salarial mientras duró su mandato, apenas una de las veinticinco irregularidades o delitos que la Comisión Investigadora puso en negro sobre blanco.
En 2008, Marcelo Coronel había asumido su segundo mandato consecutivo como intendente de General Rodríguez. La renovación parcial de los miembros del Concejo Deliberante en diciembre de 2009 permitió que recién entonces prosperaran las denuncias contra el político, que se conocían desde mucho antes pero que siempre habían sido bloqueadas por la mayoría automática con la que contaba en ese ámbito. La tripartición de poderes tiene esas cosas.
viernes, 26 de febrero de 2010
No me arrepiento de este amor
Lo que siente una Muxhe
por Juan Tauil para La crónica me chupa un huevo
Invitada por Marlene Wayar y agasajada por Susy Shock y sus dos maridos, Amaranta Gómez Regalado pasó una noche bien porteña en Versalles. Comió supremas de pollo, puré y lloró cuando escuchó por primera vez a Gilda, personaje espejo, con quien se vio reflejada en el amor y en la tragedia.
por Juan Tauil para La crónica me chupa un huevo
jueves, 25 de febrero de 2010
Sexo terapéutico
Nominalmente es masajista. Pero en la práctica, lo es de interiores. Vende sexo. Y lo que vende se adivina de una tal calidad que si uno se dedicara a gastar plata en zonceras no dudaría un instante en recurrir a sus servicios (y sólo a los suyos).
Pero él no lo hace porque no le guste trabajar, o porque no sepa hacer otra cosa que entregar su animalidad al disfrute de los otros, en modo alguno. Lo suyo es terapéutico. Es la única forma, dice, que encuentra para controlar sus apetitos. Es de una voracidad enfermiza, no puede parar. Salvo, claro, que se ponga ese límite, el billete a cambio. Sólo así consigue dos o tres días de celibato. De otro modo, piensa, ya estaría muerto. Entonces espera que lo llamen. Y mientras lo llaman, hasta que no lo llamen, hace masajes, va al gimnasio, finge tener una vida más allá de esa fijación perniciosa con la cosa. Dominado por un goce, cree ponerse a resguardo de otro.
(anterior)
Pero él no lo hace porque no le guste trabajar, o porque no sepa hacer otra cosa que entregar su animalidad al disfrute de los otros, en modo alguno. Lo suyo es terapéutico. Es la única forma, dice, que encuentra para controlar sus apetitos. Es de una voracidad enfermiza, no puede parar. Salvo, claro, que se ponga ese límite, el billete a cambio. Sólo así consigue dos o tres días de celibato. De otro modo, piensa, ya estaría muerto. Entonces espera que lo llamen. Y mientras lo llaman, hasta que no lo llamen, hace masajes, va al gimnasio, finge tener una vida más allá de esa fijación perniciosa con la cosa. Dominado por un goce, cree ponerse a resguardo de otro.
(anterior)
"Menem lo hizo"
La ausencia de Menem no habilitó el quórum y el kirchnerismo frustró la definición de las comisiones
La oposición dio por terminada la sesión sin conseguir la mayoría en todos los grupos de trabajo; Pichetto acusó al bloque no oficialista de querer "cogobernar" y anunció la retirada para llegar a una "solución responsable".
"No quiero que vuelva la política neoliberal de los '90 ni esa gente que gobernó hasta el año 2001 y se fue vergonzosamente", aseguró el ex presidente.
La oposición dio por terminada la sesión sin conseguir la mayoría en todos los grupos de trabajo; Pichetto acusó al bloque no oficialista de querer "cogobernar" y anunció la retirada para llegar a una "solución responsable".
"No quiero que vuelva la política neoliberal de los '90 ni esa gente que gobernó hasta el año 2001 y se fue vergonzosamente", aseguró el ex presidente.
miércoles, 24 de febrero de 2010
Legally Blond
A la cancha con las uñas pintadas
por Luján Francos para La Nación
Flamante DT, Kiwi Sainz le pone ironía y glam al fútbol
"Me levanto todos los días pensando que el mundo está confabulado para hacerme feliz y no lo puedo defraudar", dice una de las poquísimas mujeres que estudió dirección técnica de fútbol en la Argentina. Entre su look característico de pollera y zapatos, y su pasatiempo de pintarse las uñas mientras mira algún entrenamiento, Mariana Kiwi Sainz no hace juego a priori con lo que cualquiera imaginaría de una DT que alienta a su equipo desde el banco. Porque lo común es ver hombres de saco y corbata moviéndose de un lado para otro mientras indican las jugadas a sus futbolistas. El contraste es casi total con esta coolhunter coqueta que, además de casi DT -le falta aprobar sólo una materia para conseguir el título-, es periodista deportiva y empezó sus prácticas en la cárcel masculina de José León Suárez.
por Luján Francos para La Nación
Flamante DT, Kiwi Sainz le pone ironía y glam al fútbol
"Me levanto todos los días pensando que el mundo está confabulado para hacerme feliz y no lo puedo defraudar", dice una de las poquísimas mujeres que estudió dirección técnica de fútbol en la Argentina. Entre su look característico de pollera y zapatos, y su pasatiempo de pintarse las uñas mientras mira algún entrenamiento, Mariana Kiwi Sainz no hace juego a priori con lo que cualquiera imaginaría de una DT que alienta a su equipo desde el banco. Porque lo común es ver hombres de saco y corbata moviéndose de un lado para otro mientras indican las jugadas a sus futbolistas. El contraste es casi total con esta coolhunter coqueta que, además de casi DT -le falta aprobar sólo una materia para conseguir el título-, es periodista deportiva y empezó sus prácticas en la cárcel masculina de José León Suárez.
martes, 23 de febrero de 2010
lunes, 22 de febrero de 2010
"Profundizar el modelo"
El INDEC admitió que, durante la gestión de Cristina, los que más tienen ganan 28 veces más que el sector de menores ingresos. La situación social y el trabajo informal.
domingo, 21 de febrero de 2010
Plug & Play
por Daniel Link para Perfil Cultura
Considerado en cualquiera de sus facetas, “el arte” ha llegado a ser algo que no necesariamente estaba destinado a ser: un consumo suntuoso, la esfera de “lo caro” por antonomasia. Y por lo tanto, lo difícil de guardar, de transportar, de cuidar (asegurar) y de curar (en el sentido administrativo que la figura tiene en el mundo curatorial, pero también en el sentido médico). “Buena muestra”, para una empresa de arte (galería o museo), es una que, más allá de las bondades que reúna, amortiza su costo.
Los comerciantes florentinos, venecianos y flamencos, en cuanto conseguían juntar unos pesitos, mandaban a hacer unos bonitos palacios según los artificios arquitectónicos más de moda y contrataban a los pintores más experimentales para que les decoraran las capillas a las que acudían las jovencitas y los obispos que sus familias producían en cantidades semejantes. Los príncipes, con su tendencia al derroche, ya venían haciéndolo desde antes.
Pero hoy, la burguesía tiende a prescindir del arte y solamente los Estados (y ni siquiera individualmente considerados) son capaces de ofrecer un mecenazgo semejante al de antaño. Por eso, los museos “co-producen” muestras y además salen en desbandada a conseguir los dineros que necesitan para cuidar y mostrar (curar) los preciosísimos objetos que constituyen su patrimonio. Y por eso, también, los artistas vivos aceptan (a los muertos se les imponen) las más duras condiciones de exhibición. Lo mismo da que se trate de museos públicos o privados.
Como, además, el arte se ha vuelto cada vez más inmaterial y, por lo tanto, intermitente (el público, aún el menos educado, lo sabe de algún modo), se podría trazar (por ejemplo, en la figura de Andy Warhol, alrededor de ella y por ella) el límite de lo rentable (en lo que se refiere, al menos, a muestras antológicas de un solo artista).
Hace unos años, la Gemälde Galerie de Berlín ofreció una muestra (Rembrandt) que bien podía entenderse como “Todo Rembrandt”. El efecto era, en efecto, curiosísimo, porque como cualquiera puede suponer, Rembrandt no pintaba sus cuadros para que estuvieran todos juntos en alguna parte, de modo que disponerlos en montonera violentaba de algún modo lo que cada cuadro podía decirle al mundo (creo que entonces, y por suerte, La ronda nocturna faltó al reencuentro de todos esos desconocidos).
Warhol es todo lo contrario. Por un lado, sería imposible imaginar ese conjunto totalitario (al mismo tiempo que un “Todo Warhol” vuelve a su museo de partida, otro está siendo despachado en algún aeropuerto, y los grandes museos del mundo siguen mostrando sus respectivos todos).
Pero, además, como la condición del sentido warholiano es el deslizamiento a lo largo de una serie, su obra resiste con hidalguía al cambalache, que es en general lo que hemos visto en Buenos Aires (la inadecuación entre el objeto de arte y el espacio que lo contiene).
En los últimos años, Buenos Aires albergó dos grandes muestras de Andy Warhol, uno de los más emblemáticos artistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX y (junto con Alberti, el inventor de la perspectiva, y Duchamp, el erotómano promotor de la estereoscopía), probablemente una de las mentes más brillantes de toda la historia del arte. En junio de 2005, el Centro Cultural Borges inauguró una muestra antológica de su obra gráfica, películas y documentos. En su mayoría, el conjunto provenía de la Fundación Antonio Mazzota de Milano (con algunos préstamos de la Galería Sonnabend de Nueva York). Fue la muestra más visitada en toda la trayectoria del Centro Cultural Borges.
Cuatro años después, a finales de 2009, el Museo de Arte Latinoamericano repitió la performance con la muestra más concurrida desde su inauguración. “Mr. America”, esta vez, focalizaba su atención en la última obra del pálido maestro de la instantánea, mayoritariamente sacada del Museo Warhol de Pittsburg. La muestra venía de Bogotá y continuará su recorrido (seguramente triunfal) en San Pablo, entre el 27 de febrero y el 25 de abril.
Las dos colecciones mostraron algo sobre el arte de Warhol —poco que no fuera ya muy conocido, pero en todo caso siempre es conmovedor el reencuentro con los artistas que formaron nuestro gusto y nos enseñaron a pensar las complejas relaciones entre imágenes y sentido (a mí, pero también a Foucault, a Deleuze, y a tantos otros). Pero mejor no detenerse en eso, sino más bien en el “formato” de las muestras, tan parecidas y tan diferentes al mismo tiempo.
En cuanto a las diferencias (fundadas no tanto en criterios curatoriales, sino en la mera disponibilidad de las obras), la muestra del Centro Cultural Borges era más histórica (y por lo tanto, más rara): ponía a convivir los primeros ejercicios warholianos con sus últimos estertores. La del Malba prescindía de toda progresión y mostraba el Warhol más canónico. Los textos que acompañaban la primera eran penosos; los de la segunda, ayudaban a los menos informados.
La curación consiste, al menos (“como la decoración de interiores”, suele decir un curador del circuito alternativo de Buenos Aires) en la distribución de ciertas masas conceptuales (el arte) en determinados espacios (públicos o privados). En el Centro Cultural Borges, la historia de Warhol estaba dispuesta en un espacio tan reducido y con una iluminación tan caprichosa que se tenía la sensación de estar en el vientre de un arca de Noé donde las cosas habían sido amontonadas hasta que el tiempo (del arte) mejorara.
En el Malba las cosas eran bien distintas, pero la muestra estaba distribuida en dos espacios alejados (separados por un piso y todo el arte latinoamericano contemporáneo en el medio), lo que dilataba penosa, innecesariamente, los principios de articulación de la muestra.
Las dos muestras, que habían sido curadas para espacios cualesquiera y un público global (que es mucho más que decir transnacional) sólo podían adecuarse con incomodidad a los espacios que se les destinaban. ¿Podrían las cosas haber sido de otro modo? Seguramente, no.
Las muestras itinerantes de las que las dos de Warhol son apenas un ejemplo, constituyen la condición de posibilidad del exhibicionismo en nuestros tiempos: como los recitales de Madonna, las muestras de arte dan hoy la vuelta al mundo. Las más baratas (o las más rentables), llegan incluso a Buenos Aires.
Por eso, la presencia de Warhol en un museo latinoamericano no debería violentar nuestra conciencia (¿no estuvo Dalí en el Museo de Arte Decorativo?), y la distribución de las obras en el espacio (el “relato curatorial” que la serie parece proponer) se debilita como foco de nuestra atención.
En contra de lo que podría pensarse, el museo o galería que recibe obra carece de toda posibilidad de curarla (salvo en sentido administrativo). Se abandona, así, el sentido de mediación que, alguna vez, pareció organizar (siquiera imaginariamente) la práctica curatorial. Al mismo tiempo, como el curador nominal de la muestra (contratado en Milano, o en Pittsburg) ignora, por principio, los espacios y las audiencias en las que tendrá cabida su intervención (la conscripción de fondos para la que ha sido convocado), opera de forma tan abstracta en relación con el material que organiza y el público que lo verá, que es más bien poco lo que puede agregar al sentido común. Se hace lo que se puede, con lo que viene y como viene.
Considerado en cualquiera de sus facetas, “el arte” ha llegado a ser algo que no necesariamente estaba destinado a ser: un consumo suntuoso, la esfera de “lo caro” por antonomasia. Y por lo tanto, lo difícil de guardar, de transportar, de cuidar (asegurar) y de curar (en el sentido administrativo que la figura tiene en el mundo curatorial, pero también en el sentido médico). “Buena muestra”, para una empresa de arte (galería o museo), es una que, más allá de las bondades que reúna, amortiza su costo.
Los comerciantes florentinos, venecianos y flamencos, en cuanto conseguían juntar unos pesitos, mandaban a hacer unos bonitos palacios según los artificios arquitectónicos más de moda y contrataban a los pintores más experimentales para que les decoraran las capillas a las que acudían las jovencitas y los obispos que sus familias producían en cantidades semejantes. Los príncipes, con su tendencia al derroche, ya venían haciéndolo desde antes.
Pero hoy, la burguesía tiende a prescindir del arte y solamente los Estados (y ni siquiera individualmente considerados) son capaces de ofrecer un mecenazgo semejante al de antaño. Por eso, los museos “co-producen” muestras y además salen en desbandada a conseguir los dineros que necesitan para cuidar y mostrar (curar) los preciosísimos objetos que constituyen su patrimonio. Y por eso, también, los artistas vivos aceptan (a los muertos se les imponen) las más duras condiciones de exhibición. Lo mismo da que se trate de museos públicos o privados.
Como, además, el arte se ha vuelto cada vez más inmaterial y, por lo tanto, intermitente (el público, aún el menos educado, lo sabe de algún modo), se podría trazar (por ejemplo, en la figura de Andy Warhol, alrededor de ella y por ella) el límite de lo rentable (en lo que se refiere, al menos, a muestras antológicas de un solo artista).
Hace unos años, la Gemälde Galerie de Berlín ofreció una muestra (Rembrandt) que bien podía entenderse como “Todo Rembrandt”. El efecto era, en efecto, curiosísimo, porque como cualquiera puede suponer, Rembrandt no pintaba sus cuadros para que estuvieran todos juntos en alguna parte, de modo que disponerlos en montonera violentaba de algún modo lo que cada cuadro podía decirle al mundo (creo que entonces, y por suerte, La ronda nocturna faltó al reencuentro de todos esos desconocidos).
Warhol es todo lo contrario. Por un lado, sería imposible imaginar ese conjunto totalitario (al mismo tiempo que un “Todo Warhol” vuelve a su museo de partida, otro está siendo despachado en algún aeropuerto, y los grandes museos del mundo siguen mostrando sus respectivos todos).
Pero, además, como la condición del sentido warholiano es el deslizamiento a lo largo de una serie, su obra resiste con hidalguía al cambalache, que es en general lo que hemos visto en Buenos Aires (la inadecuación entre el objeto de arte y el espacio que lo contiene).
En los últimos años, Buenos Aires albergó dos grandes muestras de Andy Warhol, uno de los más emblemáticos artistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX y (junto con Alberti, el inventor de la perspectiva, y Duchamp, el erotómano promotor de la estereoscopía), probablemente una de las mentes más brillantes de toda la historia del arte. En junio de 2005, el Centro Cultural Borges inauguró una muestra antológica de su obra gráfica, películas y documentos. En su mayoría, el conjunto provenía de la Fundación Antonio Mazzota de Milano (con algunos préstamos de la Galería Sonnabend de Nueva York). Fue la muestra más visitada en toda la trayectoria del Centro Cultural Borges.
Cuatro años después, a finales de 2009, el Museo de Arte Latinoamericano repitió la performance con la muestra más concurrida desde su inauguración. “Mr. America”, esta vez, focalizaba su atención en la última obra del pálido maestro de la instantánea, mayoritariamente sacada del Museo Warhol de Pittsburg. La muestra venía de Bogotá y continuará su recorrido (seguramente triunfal) en San Pablo, entre el 27 de febrero y el 25 de abril.
Las dos colecciones mostraron algo sobre el arte de Warhol —poco que no fuera ya muy conocido, pero en todo caso siempre es conmovedor el reencuentro con los artistas que formaron nuestro gusto y nos enseñaron a pensar las complejas relaciones entre imágenes y sentido (a mí, pero también a Foucault, a Deleuze, y a tantos otros). Pero mejor no detenerse en eso, sino más bien en el “formato” de las muestras, tan parecidas y tan diferentes al mismo tiempo.
En cuanto a las diferencias (fundadas no tanto en criterios curatoriales, sino en la mera disponibilidad de las obras), la muestra del Centro Cultural Borges era más histórica (y por lo tanto, más rara): ponía a convivir los primeros ejercicios warholianos con sus últimos estertores. La del Malba prescindía de toda progresión y mostraba el Warhol más canónico. Los textos que acompañaban la primera eran penosos; los de la segunda, ayudaban a los menos informados.
La curación consiste, al menos (“como la decoración de interiores”, suele decir un curador del circuito alternativo de Buenos Aires) en la distribución de ciertas masas conceptuales (el arte) en determinados espacios (públicos o privados). En el Centro Cultural Borges, la historia de Warhol estaba dispuesta en un espacio tan reducido y con una iluminación tan caprichosa que se tenía la sensación de estar en el vientre de un arca de Noé donde las cosas habían sido amontonadas hasta que el tiempo (del arte) mejorara.
En el Malba las cosas eran bien distintas, pero la muestra estaba distribuida en dos espacios alejados (separados por un piso y todo el arte latinoamericano contemporáneo en el medio), lo que dilataba penosa, innecesariamente, los principios de articulación de la muestra.
Las dos muestras, que habían sido curadas para espacios cualesquiera y un público global (que es mucho más que decir transnacional) sólo podían adecuarse con incomodidad a los espacios que se les destinaban. ¿Podrían las cosas haber sido de otro modo? Seguramente, no.
Las muestras itinerantes de las que las dos de Warhol son apenas un ejemplo, constituyen la condición de posibilidad del exhibicionismo en nuestros tiempos: como los recitales de Madonna, las muestras de arte dan hoy la vuelta al mundo. Las más baratas (o las más rentables), llegan incluso a Buenos Aires.
Por eso, la presencia de Warhol en un museo latinoamericano no debería violentar nuestra conciencia (¿no estuvo Dalí en el Museo de Arte Decorativo?), y la distribución de las obras en el espacio (el “relato curatorial” que la serie parece proponer) se debilita como foco de nuestra atención.
En contra de lo que podría pensarse, el museo o galería que recibe obra carece de toda posibilidad de curarla (salvo en sentido administrativo). Se abandona, así, el sentido de mediación que, alguna vez, pareció organizar (siquiera imaginariamente) la práctica curatorial. Al mismo tiempo, como el curador nominal de la muestra (contratado en Milano, o en Pittsburg) ignora, por principio, los espacios y las audiencias en las que tendrá cabida su intervención (la conscripción de fondos para la que ha sido convocado), opera de forma tan abstracta en relación con el material que organiza y el público que lo verá, que es más bien poco lo que puede agregar al sentido común. Se hace lo que se puede, con lo que viene y como viene.
sábado, 20 de febrero de 2010
Buenos Aires, 2010
por Daniel Link para Perfil
Leo en un periódico una nota sobre el sistema de transporte en Buenos Aires, tema al que le he dedicado más de una columna, porque me indigna la indiferencia y la incompetencia que demuestran los funcionarios nacionales y municipales al respecto.
Expertos catalanes vienen a decirnos lo que ya sabemos bien: que aunque se extienda la red de subterráneos, su falta de conexión con otros medios, su diseño radiocéntrico y su limitación (es como si Buenos Aires, efectivamente y contra toda evidencia, terminara en la General Paz), la volverían totalmente inútil.
Pero como los subnormales que nos gobiernan no suelen usar el transporte público, no se dan por enterados de lo que podría hacerse, además de prolongar las ya colapsadas líneas de trenes subterráneos.
Un ejemplo: existe una línea de trenes que pasa al costado de Ciudad Universitaria y del Aeroparque metropolitano y que une Retiro con Puente Saavedra, en Vicente López. Hasta ahora a nadie se le ocurrió que sería conveniente (y para nada caro) inaugurar sendas estaciones que permitan unir dos áreas neurálgicas de la ciudad, en pocos minutos, con esos puntos de distribución del tránsito de pasajeros. Eso sí, modificar la traza del ferrocarril para agregar un carril a la autopista les pareció sensato a los imbéciles que asesoran al alcalde.
Un urbanista propone integrar las redes de los trenes Belgrano Norte y Sur por debajo de la 9 de Julio, “o más hacia el río”. A esa idea podía sumársele que los trenes que llegan a Retiro-Mitre continúen su recorrido por el trazado subterráneo de la línea C, hasta Constitución. No creo que hagan falta más de diez palas y diez picos para conseguirlo.
Usando un poco de imaginación (bien escasísimo entre nuestros gobernantes, salvo para robar cartel en los medios diciendo gansadas): ¿no sería adecuado tender una línea de subterráneos desde Ciudad Universitaria hasta Flores, que combine con las estaciones Lisandro de la Torre, Olleros, Colegiales, Federico Lacroze, Chacarita, Paternal, Puán, etc...?
A lo mejor tiene razón Borja Sebastià, y hemos optado por la decadencia. Por algo aguantamos a esta ralea de botarates.
Leo en un periódico una nota sobre el sistema de transporte en Buenos Aires, tema al que le he dedicado más de una columna, porque me indigna la indiferencia y la incompetencia que demuestran los funcionarios nacionales y municipales al respecto.
Expertos catalanes vienen a decirnos lo que ya sabemos bien: que aunque se extienda la red de subterráneos, su falta de conexión con otros medios, su diseño radiocéntrico y su limitación (es como si Buenos Aires, efectivamente y contra toda evidencia, terminara en la General Paz), la volverían totalmente inútil.
Pero como los subnormales que nos gobiernan no suelen usar el transporte público, no se dan por enterados de lo que podría hacerse, además de prolongar las ya colapsadas líneas de trenes subterráneos.
Un ejemplo: existe una línea de trenes que pasa al costado de Ciudad Universitaria y del Aeroparque metropolitano y que une Retiro con Puente Saavedra, en Vicente López. Hasta ahora a nadie se le ocurrió que sería conveniente (y para nada caro) inaugurar sendas estaciones que permitan unir dos áreas neurálgicas de la ciudad, en pocos minutos, con esos puntos de distribución del tránsito de pasajeros. Eso sí, modificar la traza del ferrocarril para agregar un carril a la autopista les pareció sensato a los imbéciles que asesoran al alcalde.
Un urbanista propone integrar las redes de los trenes Belgrano Norte y Sur por debajo de la 9 de Julio, “o más hacia el río”. A esa idea podía sumársele que los trenes que llegan a Retiro-Mitre continúen su recorrido por el trazado subterráneo de la línea C, hasta Constitución. No creo que hagan falta más de diez palas y diez picos para conseguirlo.
Usando un poco de imaginación (bien escasísimo entre nuestros gobernantes, salvo para robar cartel en los medios diciendo gansadas): ¿no sería adecuado tender una línea de subterráneos desde Ciudad Universitaria hasta Flores, que combine con las estaciones Lisandro de la Torre, Olleros, Colegiales, Federico Lacroze, Chacarita, Paternal, Puán, etc...?
A lo mejor tiene razón Borja Sebastià, y hemos optado por la decadencia. Por algo aguantamos a esta ralea de botarates.
jueves, 18 de febrero de 2010
A sangre y fuego
por Mariano Dorr para Radarlibros
La nueva novela breve de Gabriela Bejerman se lee con la voraz intensidad de la mejor literatura erótica. En el Prólogo se cuenta cómo Irene –adoración de su hermano, Pier Rubinov– abandona un enigmático paquete en las aguas del Puma. Antes de hundirse, la narradora rescata ese “atado de papeles” sin ser vista: “Certeros fueron los métodos que probé para leer lo que se había empapado, y ahora, antes de arrepentirme, traiciono para ustedes un naufragio familiar”. Treinta y cuatro capítulos, de entre una y seis páginas cada uno, se hilvanan atravesados por una idea dominante: tal vez la historia de una familia sea el secreto de sus adicciones. Abel y Beatriz, los padres de Irene y Pier, son tan hermosos y egoístas como los hermanos, pero en lugar de entregarse a las caricias se entrenan en las virtudes del banquete. Los asados interminables seguidos de frutas multicolores no son únicamente una escena de verano sino también una excusa para los ataques histéricos de Irene, que llora y patalea enfurecida por la muerte del animal (un ciervo cazado por Abel y Pier, con arco y flecha) que más tarde deglute “como si nunca hubiera estado vivo”. Los episodios siguen el curso de una prosa poética que brilla con la voz de Bejerman: “La espuma acicateaba burbujas histéricas de felicidad, las piernas vibraban con átomos de luz que se dilataban en la arena virgen”.
La unión entre hermanos –que se miran, se presienten, se desean, se acarician...– se interrumpe sólo con la aparición de un intruso (Víctor) y una intrusa (Púrpura), amantes que llegan para diseminar la pasión entre Irene y Pier. Púrpura es una mujer insaciable; Víctor un hombre que sabe ausentarse para remarcar su presencia, desgarrando el corazón de Irene, que igualmente se desangra cuando su amante se lo pide: “Los primeros días de la menstruación, Irene se quedaba en su cuarto. A veces tenía ganas de salir pero Víctor la convencía de estarse ahí, chorreando sola, no la dejaba ponerse nada que absorbiera. La ansiaba, tenía una adoración aguda por su sangre. Al fin y al cabo era incluso mejor tener la menstruación, así no había necesidad de inventar formas de hacerla manar”. Con la idea de dejar unos días la cocaína, aparece entre ellos otra droga con toda su potencia destructiva y liberadora: la Paxia, capaz de introducir una paz desenfrenada en Irene, un cerco de orgasmo y muerte que se traduce en la expresión del desmayo. Víctor la conduce como un chamán: “A ver, abrí las piernas, a ver si cae una gota de sangre. ¿Sí? Hacé fuerza, un poquito, Irene. Ahí va. Mirá qué lindo, así te unto las piernas, ¿te gusta? Tomá, chupame la mano que está toda roja, tomala que te va a hacer bien. No cierres la boca, tomá más, a ver, abrila, qué buena sos”.
El furor de Víctor es al mismo tiempo un enamorado satanismo.
Pier (siempre fastidiado) y Púrpura (siempre insatisfecha) también se encierran en sus propias prácticas sexuales infernales: “Su concha se transformaba en un cerebro de sentimientos disconformes, que fácilmente la convencían de que Pier era el hombre más estúpido de la Tierra, el más incompetente”. Los personajes se desafían, se vigilan como animales y se obsesionan con el deseo sin objeto. Con una escritura cuidada hasta el detalle, Linaje de Gabriela Bejerman quema las manos del lector... fuego de palabras.
La unión entre hermanos –que se miran, se presienten, se desean, se acarician...– se interrumpe sólo con la aparición de un intruso (Víctor) y una intrusa (Púrpura), amantes que llegan para diseminar la pasión entre Irene y Pier. Púrpura es una mujer insaciable; Víctor un hombre que sabe ausentarse para remarcar su presencia, desgarrando el corazón de Irene, que igualmente se desangra cuando su amante se lo pide: “Los primeros días de la menstruación, Irene se quedaba en su cuarto. A veces tenía ganas de salir pero Víctor la convencía de estarse ahí, chorreando sola, no la dejaba ponerse nada que absorbiera. La ansiaba, tenía una adoración aguda por su sangre. Al fin y al cabo era incluso mejor tener la menstruación, así no había necesidad de inventar formas de hacerla manar”. Con la idea de dejar unos días la cocaína, aparece entre ellos otra droga con toda su potencia destructiva y liberadora: la Paxia, capaz de introducir una paz desenfrenada en Irene, un cerco de orgasmo y muerte que se traduce en la expresión del desmayo. Víctor la conduce como un chamán: “A ver, abrí las piernas, a ver si cae una gota de sangre. ¿Sí? Hacé fuerza, un poquito, Irene. Ahí va. Mirá qué lindo, así te unto las piernas, ¿te gusta? Tomá, chupame la mano que está toda roja, tomala que te va a hacer bien. No cierres la boca, tomá más, a ver, abrila, qué buena sos”.
El furor de Víctor es al mismo tiempo un enamorado satanismo.
Pier (siempre fastidiado) y Púrpura (siempre insatisfecha) también se encierran en sus propias prácticas sexuales infernales: “Su concha se transformaba en un cerebro de sentimientos disconformes, que fácilmente la convencían de que Pier era el hombre más estúpido de la Tierra, el más incompetente”. Los personajes se desafían, se vigilan como animales y se obsesionan con el deseo sin objeto. Con una escritura cuidada hasta el detalle, Linaje de Gabriela Bejerman quema las manos del lector... fuego de palabras.
¿No hay un diego para mí?
Che, Cris, yo sé que me lees con atención, y eso me llena de orgullo... De aquí en más, mandame aunque sea unos vinos (a diferencia de tus secretarios y ministros, yo no choreo)...
miércoles, 17 de febrero de 2010
Homenaje a Doña Petrona
Me había quedado otra tarea pendiente del año pasado... Era hora de arremangarse y ponerse a trabajar. Acá, los resultados (¡gracias Laura, por el impulso).
martes, 16 de febrero de 2010
lunes, 15 de febrero de 2010
Ubi Sunt
"¿Dónde está el gran libro de Sarlo sobre teoría crítica? ¿Dónde está su tratado esencial sobre crítica literaria o aun su historia de la literatura argentina? Como la que hizo Martín Prieto, por ejemplo. Que se sentó y escribió 550 páginas. O lo que hizo Daniel Link, que tomó sus clases y las reescribió con tanto rigor que valen lo que vale un libro".
Elemotivo emocional e incomprensible traspié de José Pablo Feinmann, acá.
El
La tercera es la vencida
El viernes pasado me dediqué a construir mi tercera biblioteca, con la esperanza de no necesitar ninguna más en lo que me queda de vida. La primera biblioteca es la que guarda mis libros más queridos y, también, aquellos que más necesito para mi trabajo cotidiano: es mi caja de herramientas.
La segunda biblioteca, que físicamente es una réplica de la primera (el "estudio" que la contiene está copiado en todo y en partes de mi espacio de trabajo: son cápsulas gemelas -una en la ciudad, la otra en el campo- en las que, sin embargo, no funciono del mismo modo), guarda libros que, por derecho, podrían estar en la primera si aquélla tuviera la capacidad suficiente: todas las novelas policiales y las de ciencia ficción (que cada tanto releo) están ahí y los viejos libros de Gredos que me introdujeron en la retórica y la gramática histórica, también. Es una caja de herramientas, podría decirse, para una especialidad que no ejerzo cotidianamente. Además descansan en esta segunda biblioteca algunas obras completas que sé que no voy a usar casi nunca (Salvador Elizondo, Umberto Eco, Sábato, Onetti y Hemingway) y las colecciones de revistas de las que me cuesta desprenderme: El Porteño, Poétique, Quimera, Punto de vista.
La tercera biblioteca, hecha de bloques de hormigón y madera, es más ecléctica y podría ser de otra persona, tan poco es lo que en ella me reconozco: ¿por qué no me deshago de esos libros?
Mientras medito en estas interesantes cuestiones, contemplo con un cierto orgullo mi obra: nada vuelve una casa más habitable que una cafetera y una colección cualquiera de libros.
La segunda biblioteca, que físicamente es una réplica de la primera (el "estudio" que la contiene está copiado en todo y en partes de mi espacio de trabajo: son cápsulas gemelas -una en la ciudad, la otra en el campo- en las que, sin embargo, no funciono del mismo modo), guarda libros que, por derecho, podrían estar en la primera si aquélla tuviera la capacidad suficiente: todas las novelas policiales y las de ciencia ficción (que cada tanto releo) están ahí y los viejos libros de Gredos que me introdujeron en la retórica y la gramática histórica, también. Es una caja de herramientas, podría decirse, para una especialidad que no ejerzo cotidianamente. Además descansan en esta segunda biblioteca algunas obras completas que sé que no voy a usar casi nunca (Salvador Elizondo, Umberto Eco, Sábato, Onetti y Hemingway) y las colecciones de revistas de las que me cuesta desprenderme: El Porteño, Poétique, Quimera, Punto de vista.
La tercera biblioteca, hecha de bloques de hormigón y madera, es más ecléctica y podría ser de otra persona, tan poco es lo que en ella me reconozco: ¿por qué no me deshago de esos libros?
Mientras medito en estas interesantes cuestiones, contemplo con un cierto orgullo mi obra: nada vuelve una casa más habitable que una cafetera y una colección cualquiera de libros.
sábado, 13 de febrero de 2010
Ciclo lectivo
por Daniel Link para Perfil
En pocos días más comenzarán (o no) las clases correspondientes al ciclo lectivo 2010. Además de esa incógnita se plantea otra: ¿habrá aulas suficientes?
2009 sera recordado con justicia como el año durante el cual se implementó la Asignación Universal por Hijo para Protección Social (AUH), una herramienta imprescindible para la “profundización del modelo” (más sostenido por actos de discurso que por actos de gobierno).
Dos son los requisitos contemplados para la obtención de ese subsidio: certificados de vacunación y de escolaridad. La XXIII Asamblea del Consejo Federal de Educación (CFE) ya abordó en su momento, entre otros temas, el rol de la escuela en el marco de ese programa, dado que su implementación involucrará, necesariamente, un aumento importante de la matrícula escolar, con las consecuentes necesidades edilicias, el aumento de horas-cátedra y la multiplicación de estrategias para la contención de los miles de niños y jóvenes que estaban fuera del sistema educativo (el beneficio alcanza, hasta ahora, a un total de tres millones cuatrocientos mil niños y jóvenes).
Como cada provincia, desde los malhadados años noventa, opera con autonomía, los problemas que se presenten serán resueltos con la mejor buena voluntad del caso, pero sin que puedan garantizarse las plazas necesarias para la escolarización primaria y secundaria de quienes la demanden.
Durante la XXV Asamblea del CFE, el Ministerio de Educación de La Nación (corresponsable del Comité de Asesoramiento de la AUH, junto con la ANSES, y los ministerios de Salud, Trabajo, Desarrollo Social y del Interior) propuso “propuestas alternativas para ampliar la cobertura del sistema educativo” (son palabras de la oficina de prensa del Ministerio), lo que parece indicar que aulas, maestros y profesores, no habrá para todos. En Chaco, por ejemplo, se prevé la capacitación de “agentes promotores de atención socioeducativa” (sic) para los 35.000 alumnos que no tendrán espacio en los establecimientos escolares.
Sería conveniente que se revisaran las existencias de vacunas o que se dispusieran, en todo caso, “propuestas alternativas” de vacunación para los pobres.
En pocos días más comenzarán (o no) las clases correspondientes al ciclo lectivo 2010. Además de esa incógnita se plantea otra: ¿habrá aulas suficientes?
2009 sera recordado con justicia como el año durante el cual se implementó la Asignación Universal por Hijo para Protección Social (AUH), una herramienta imprescindible para la “profundización del modelo” (más sostenido por actos de discurso que por actos de gobierno).
Dos son los requisitos contemplados para la obtención de ese subsidio: certificados de vacunación y de escolaridad. La XXIII Asamblea del Consejo Federal de Educación (CFE) ya abordó en su momento, entre otros temas, el rol de la escuela en el marco de ese programa, dado que su implementación involucrará, necesariamente, un aumento importante de la matrícula escolar, con las consecuentes necesidades edilicias, el aumento de horas-cátedra y la multiplicación de estrategias para la contención de los miles de niños y jóvenes que estaban fuera del sistema educativo (el beneficio alcanza, hasta ahora, a un total de tres millones cuatrocientos mil niños y jóvenes).
Como cada provincia, desde los malhadados años noventa, opera con autonomía, los problemas que se presenten serán resueltos con la mejor buena voluntad del caso, pero sin que puedan garantizarse las plazas necesarias para la escolarización primaria y secundaria de quienes la demanden.
Durante la XXV Asamblea del CFE, el Ministerio de Educación de La Nación (corresponsable del Comité de Asesoramiento de la AUH, junto con la ANSES, y los ministerios de Salud, Trabajo, Desarrollo Social y del Interior) propuso “propuestas alternativas para ampliar la cobertura del sistema educativo” (son palabras de la oficina de prensa del Ministerio), lo que parece indicar que aulas, maestros y profesores, no habrá para todos. En Chaco, por ejemplo, se prevé la capacitación de “agentes promotores de atención socioeducativa” (sic) para los 35.000 alumnos que no tendrán espacio en los establecimientos escolares.
Sería conveniente que se revisaran las existencias de vacunas o que se dispusieran, en todo caso, “propuestas alternativas” de vacunación para los pobres.
miércoles, 10 de febrero de 2010
Verdades a medias
por Eduardo Sartelli para Contraeditorial (vía Razón y Revolución)
El affaire creado en torno al fondo del Bicentenario y la situación de Redrado ha puesto sobre la mesa la posibilidad de que suceda algo que escribí hace unos años en mi libro La plaza es nuestra, a saber, que este país estalla cada siete o diez años. Como explico allí, puede seguirse una secuencia que mete miedo: 1975, 1982, 1989, 2001, 20…? En los últimos cincuenta años han gobernado todas las tendencias ideológicas burguesas (nacionalistas, liberales, intervencionistas, desarrollistas), se ha ensayado con dólar alto, con dólar bajo, se ha dejado flotar la moneda, se la ha fijado, etc., etc. La tendencia a la pérdida de peso en la economía mundial y al empeoramiento de todas las variables sociales se mantiene constante en un país en el que cada vez se vive peor. Si tomáramos cualquier indicador social o económico del gobierno actual nos encontraríamos con la sorpresa de que no son mejores que los peores años del menemismo. El mismo resultado obtendríamos si repitiéramos el mismo ejercicio hacia atrás, lo que no significa nada sorprendente, puesto que la Argentina se encuentra metida en problemas de carácter estructural, que atañen a su propia naturaleza como sociedad capitalista.
Por eso, el problema no consiste en los excesos retóricos de Feinmann, ni en las medias verdades que puedan oponérsele. El problema más grave consiste en la incapacidad de los intelectuales de una clase decadente, para superar las taras que ella misma porta como sujeto agotado de una historia que requiere de una comprensión más amplia y de otro punto de vista.
El affaire creado en torno al fondo del Bicentenario y la situación de Redrado ha puesto sobre la mesa la posibilidad de que suceda algo que escribí hace unos años en mi libro La plaza es nuestra, a saber, que este país estalla cada siete o diez años. Como explico allí, puede seguirse una secuencia que mete miedo: 1975, 1982, 1989, 2001, 20…? En los últimos cincuenta años han gobernado todas las tendencias ideológicas burguesas (nacionalistas, liberales, intervencionistas, desarrollistas), se ha ensayado con dólar alto, con dólar bajo, se ha dejado flotar la moneda, se la ha fijado, etc., etc. La tendencia a la pérdida de peso en la economía mundial y al empeoramiento de todas las variables sociales se mantiene constante en un país en el que cada vez se vive peor. Si tomáramos cualquier indicador social o económico del gobierno actual nos encontraríamos con la sorpresa de que no son mejores que los peores años del menemismo. El mismo resultado obtendríamos si repitiéramos el mismo ejercicio hacia atrás, lo que no significa nada sorprendente, puesto que la Argentina se encuentra metida en problemas de carácter estructural, que atañen a su propia naturaleza como sociedad capitalista.
Por eso, el problema no consiste en los excesos retóricos de Feinmann, ni en las medias verdades que puedan oponérsele. El problema más grave consiste en la incapacidad de los intelectuales de una clase decadente, para superar las taras que ella misma porta como sujeto agotado de una historia que requiere de una comprensión más amplia y de otro punto de vista.
martes, 9 de febrero de 2010
La interna peronista (tragedia en muchos actos)
(para Edgardo)
Carlos Reutemann (ex-gobernador, candidato a presidente): Las candidaturas me importan "tres pitos..., que se las recontran metan en el medio del culo".
Carlos (Hugo) Moyano (líder sindical): "Ni siquiera los exabruptos le salen bien. Reutemman ya abandonó, como está acostumbrado a hacer".
Carlos (Alberto) Ballestrini (vicegovernador): "Reutemann despistó, y mal".
Carlos Reutemann: "Con tal que, cuando se vayan en 2011, no se hayan afanado la Casa Rosada y la Plaza de Mayo, vamos a estar contentos los argentinos".
Carlos Kunkel (legislador): En todo caso, no vamos "a dejar los cadáveres que [Reutemann] dejó en las plazas".
Carla (Chiche) Duhalde (ex-primera dama): "Lo que dijo Reutemannn es exactamente así. Pareciera que no tiene importancia que [los Kirchner] hayan comprado la cantidad de terrenos que compraron a precio vil, ni que hayan comprado 2 millones de dólares siendo ella la Presidenta y él su esposo".
Cristina (presidente): "Han pasado a Kirchner a sala general. Está muy bien. Hay Kirchner para rato".
lunes, 8 de febrero de 2010
Letra chica
No sé qué debilidad me llevó a aceptar (después de más de un año) una excursión al cinematógrafo. La excusa era perfecta: Avatar es tan mala, pero tan mala película (nos habían dicho), que sólo se la puede disfrutar en IMAX.
Además, hay que reconocerlo, la película contaba con dos encantos y medio adicionales: un encanto es Sam Worthington (ya sujeto a regla: te sigo, te sigo), otro encanto: el regreso de Sigourney Weaver, a quien tanto queremos. Y el medio encanto: la presencia de Ana Lucía, a quien todo el mundo tanto detesta que no puede sino despertar mi simpatía.
Varias veces había intentado comprar en internet entradas para el IMAX y estaban agotadísimas hasta quién sabe cuándo. Finalmente, la semana pasada, había disponibilidad para la trasnoche del sábado. Como se recordará, venía lloviendo tupido, pero el sábado no paró desde el mediodía hasta las tres de la mañana. A eso de las once de la noche, cuando era inminente la partida rumbo al IMAX, la pereza ya había hecho presa de mi y tuve que ser (literalmente) arrastrado hasta el taxi que nos estaba esperando. Sesenta pesos después llegamos a De Benedetti y Panamericana y entramos al horrendo centro comercial donde está la sala.
Subimos las escaleras mecánicas hasta el segundo piso y me acerqué a la señorita que estaba tras la caja para pedirle (mostrándole mi documento, mi tarjeta de crédito, el correo electrónico que me habían enviado como comprobante de la compra) las dos entradas.
"¡Pero Ud. compró las entradas para el Showcase!", exclamó la chica. Ahí tuve un accidente cerebrovascular de proporciones colosales y empezó a salirme espuma por la boca. Porque yo he comprado pasajes, libros, discos, personas (sic) por Internet, le decía a la chica, de modo que no creo ser capaz de equivocarme tanto.
La chica me mandó a la caja del Showcase donde repetí el numerito: vivo en la otra punta de la ciudad, ¡vos te crees que voy a salir bajo la lluvia para venir a estos cines!
Me devolvieron la plata y, sesenta pesos después, comprobé lo que ya sabía. En la página donde venden las entradas, se ve que cuando se acaban las del IMAX, redireccionan el pedido al cine normal. Espléndida como soy, yo no me fijo en los importes de las cosas (discos, libros, pasajes, personas) que compro. Pago y punto.
Por supuesto, Avatar ya está sujeta a regla estrictísima: jamás, jamás, jamás en lo que dure mi amarga vida veré esa película de mierda, que sólo le hace el juego a las cadenas de salas. Por extensión, jamás veré películas 3D que sirven para lo mismo: para evitarnos el placer de ver lo que queremos, cuando queremos y donde queremos. ¡Abajo la plutocracia y la tecnofilia, soretes inmundos!
Además, hay que reconocerlo, la película contaba con dos encantos y medio adicionales: un encanto es Sam Worthington (ya sujeto a regla: te sigo, te sigo), otro encanto: el regreso de Sigourney Weaver, a quien tanto queremos. Y el medio encanto: la presencia de Ana Lucía, a quien todo el mundo tanto detesta que no puede sino despertar mi simpatía.
Varias veces había intentado comprar en internet entradas para el IMAX y estaban agotadísimas hasta quién sabe cuándo. Finalmente, la semana pasada, había disponibilidad para la trasnoche del sábado. Como se recordará, venía lloviendo tupido, pero el sábado no paró desde el mediodía hasta las tres de la mañana. A eso de las once de la noche, cuando era inminente la partida rumbo al IMAX, la pereza ya había hecho presa de mi y tuve que ser (literalmente) arrastrado hasta el taxi que nos estaba esperando. Sesenta pesos después llegamos a De Benedetti y Panamericana y entramos al horrendo centro comercial donde está la sala.
Subimos las escaleras mecánicas hasta el segundo piso y me acerqué a la señorita que estaba tras la caja para pedirle (mostrándole mi documento, mi tarjeta de crédito, el correo electrónico que me habían enviado como comprobante de la compra) las dos entradas.
"¡Pero Ud. compró las entradas para el Showcase!", exclamó la chica. Ahí tuve un accidente cerebrovascular de proporciones colosales y empezó a salirme espuma por la boca. Porque yo he comprado pasajes, libros, discos, personas (sic) por Internet, le decía a la chica, de modo que no creo ser capaz de equivocarme tanto.
La chica me mandó a la caja del Showcase donde repetí el numerito: vivo en la otra punta de la ciudad, ¡vos te crees que voy a salir bajo la lluvia para venir a estos cines!
Me devolvieron la plata y, sesenta pesos después, comprobé lo que ya sabía. En la página donde venden las entradas, se ve que cuando se acaban las del IMAX, redireccionan el pedido al cine normal. Espléndida como soy, yo no me fijo en los importes de las cosas (discos, libros, pasajes, personas) que compro. Pago y punto.
Por supuesto, Avatar ya está sujeta a regla estrictísima: jamás, jamás, jamás en lo que dure mi amarga vida veré esa película de mierda, que sólo le hace el juego a las cadenas de salas. Por extensión, jamás veré películas 3D que sirven para lo mismo: para evitarnos el placer de ver lo que queremos, cuando queremos y donde queremos. ¡Abajo la plutocracia y la tecnofilia, soretes inmundos!
domingo, 7 de febrero de 2010
Christina se sacó
Al hundimiento definitivo de la carrera de Christina Bale ya habíamos apostado algunas fichas. Ahora, la confirmación nos llega de sus propia boca, esa cloaca:
Entre otras cosas, habría que recomendarle que cambie de dealer...
Entre otras cosas, habría que recomendarle que cambie de dealer...
sábado, 6 de febrero de 2010
De madera
por Daniel Link para Perfil
Hace unos días, el azar quiso que me encontrara, en la programación del canal Encuentro, que forma parte de la política formativa del Ministerio de Educación, con José Pablo Feinmann, cuya obra cinematográfica (como guionista) y narrativa (como novelista) tuve la dicha de seguir cuando era joven. Esta vez, como se trataba del programa Filosofía [aquí y ahora], me encontré con un Feinmann para mí desconocido: el profesor de filosofía. Como me habían dicho que los cursos privados que Feinmann dicta llenan auditorios gigantescos, me detuve a escucharlo para tratar de aprovechar sus lecciones que, ese día, versaban sobre Heidegger (filósofo sobre el que sé más bien poco y, en general, a través de fuentes secundarias: Levinas, Foucault, Agamben, esos filósofos que amo hasta la desesperación).
No sé si Feinmann se había propuesto una síntesis de Ser y tiempo (tarea extremadamente compleja), porque sintonicé el programa ya empezado, pero explicaba con gran brío la noción de “autenticidad” que, como se sabe, supone la asunción total y plena del ser como “ser para la muerte” (no otra sería la vía para la emancipación). El tema se me antojó francamente excesivo para la pantalla televisiva y, por otra parte, ya superado por perspectivas posheideggerianas (por ejemplo: Deleuze), pero como me faltaba el contexto de la lección, la seguí, tomando ocasionales notas para cotejar con mis propias lecturas, sobre todo porque algunas de las frases que Feinmann pronunciaba (no tenía papeles en las manos y no parecía estar leyendo) sonaban extrañas a mi pobre conocimiento.
Copié en un buscador de internet algunas de las frases que había anotado apresuradamente y encontré al instante la fuente de lo que Feinmann decía: el capítulo “El pensamiento a-valórico heideggeriano” del Prof. Cristóbal Holzapfel de la Universidad de Chile, que está colgado en la página Heidegger en castellano. Holzapfel (“Manzana de Madera”) traduce Öffentlichkeit como “publicidad” y Feinmann lo sigue en el error. Porque el sentido de esa palabra, si bien se corresponde con la traducción apuntada, se acerca mucho más a “esfera pública” (el mismo desliz cometieron legiones de comentadores de Habermas). No es, por lo tanto, que Heidegger sostenga posiciones suspicaces contra la corporación mediática, a la que Feinmann bastardeaba sin desmayo a partir del ejemplo “se dice”, se piensa” (certezas contra las cuales el individuo debe declararse en estado de alerta y rebeldía porque, como se sabe, “hay complot”), sino que, mucho más radicalmente (como conviene suponer del autor de Ser y tiempo), Heidegger declara su animadversión contra la democracia pluralista (cfr. Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania, pág. 205).
Lo que Heidegger reprocha a la opinión pública en la democracia no es otra cosa que su principio estructural: el pluralismo. Es la opinión pública en democracia lo que constituye el escenario del uno (se) y por eso Heidegger se sitúa por encima de los partidos y mira con desprecio al negocio político. Conocemos algunas de las derivaciones de la política extática que Heidegger (inspirado en el conde Yorc von Wartenburg) patrocinaba, pero no se me ocurre forma alguna de aplicar esas hipótesis a la actual coyuntura argentina, como parecía deducirse del empecinamiento del Prof. Feinmann.
En todo caso, y más allá de los errores de lectura, me pareció valioso su llamamiento a la sospecha, la investigación y el sentido crítico. Yo, televidente que desconoce los vericuetos excesivos de la alta filosofía, llegué a conclusiones no previstas por su propia lección.
Hace unos días, el azar quiso que me encontrara, en la programación del canal Encuentro, que forma parte de la política formativa del Ministerio de Educación, con José Pablo Feinmann, cuya obra cinematográfica (como guionista) y narrativa (como novelista) tuve la dicha de seguir cuando era joven. Esta vez, como se trataba del programa Filosofía [aquí y ahora], me encontré con un Feinmann para mí desconocido: el profesor de filosofía. Como me habían dicho que los cursos privados que Feinmann dicta llenan auditorios gigantescos, me detuve a escucharlo para tratar de aprovechar sus lecciones que, ese día, versaban sobre Heidegger (filósofo sobre el que sé más bien poco y, en general, a través de fuentes secundarias: Levinas, Foucault, Agamben, esos filósofos que amo hasta la desesperación).
No sé si Feinmann se había propuesto una síntesis de Ser y tiempo (tarea extremadamente compleja), porque sintonicé el programa ya empezado, pero explicaba con gran brío la noción de “autenticidad” que, como se sabe, supone la asunción total y plena del ser como “ser para la muerte” (no otra sería la vía para la emancipación). El tema se me antojó francamente excesivo para la pantalla televisiva y, por otra parte, ya superado por perspectivas posheideggerianas (por ejemplo: Deleuze), pero como me faltaba el contexto de la lección, la seguí, tomando ocasionales notas para cotejar con mis propias lecturas, sobre todo porque algunas de las frases que Feinmann pronunciaba (no tenía papeles en las manos y no parecía estar leyendo) sonaban extrañas a mi pobre conocimiento.
Copié en un buscador de internet algunas de las frases que había anotado apresuradamente y encontré al instante la fuente de lo que Feinmann decía: el capítulo “El pensamiento a-valórico heideggeriano” del Prof. Cristóbal Holzapfel de la Universidad de Chile, que está colgado en la página Heidegger en castellano. Holzapfel (“Manzana de Madera”) traduce Öffentlichkeit como “publicidad” y Feinmann lo sigue en el error. Porque el sentido de esa palabra, si bien se corresponde con la traducción apuntada, se acerca mucho más a “esfera pública” (el mismo desliz cometieron legiones de comentadores de Habermas). No es, por lo tanto, que Heidegger sostenga posiciones suspicaces contra la corporación mediática, a la que Feinmann bastardeaba sin desmayo a partir del ejemplo “se dice”, se piensa” (certezas contra las cuales el individuo debe declararse en estado de alerta y rebeldía porque, como se sabe, “hay complot”), sino que, mucho más radicalmente (como conviene suponer del autor de Ser y tiempo), Heidegger declara su animadversión contra la democracia pluralista (cfr. Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania, pág. 205).
Lo que Heidegger reprocha a la opinión pública en la democracia no es otra cosa que su principio estructural: el pluralismo. Es la opinión pública en democracia lo que constituye el escenario del uno (se) y por eso Heidegger se sitúa por encima de los partidos y mira con desprecio al negocio político. Conocemos algunas de las derivaciones de la política extática que Heidegger (inspirado en el conde Yorc von Wartenburg) patrocinaba, pero no se me ocurre forma alguna de aplicar esas hipótesis a la actual coyuntura argentina, como parecía deducirse del empecinamiento del Prof. Feinmann.
En todo caso, y más allá de los errores de lectura, me pareció valioso su llamamiento a la sospecha, la investigación y el sentido crítico. Yo, televidente que desconoce los vericuetos excesivos de la alta filosofía, llegué a conclusiones no previstas por su propia lección.
viernes, 5 de febrero de 2010
Holly shit!
por Daniel Link para Soy
Acaba de estrenarse en el Festival de Sundance Howl, una película de Rob Epstein y Jeffrey Friedman que despliega el escándalo poético que significó Aullido de Allen Ginsberg en las letras norteamericanas.
Historia de un libro Allen Ginsberg nació el 3 de Junio de 1926, hijo de Naomi Ginsberg, inmigrante rusa y Louis Ginsberg, poeta. Mientras cursaba estudios en la Universidad de Columbia, al norte de Manhattan, entró en contacto con los escritores que, junto con él, constituirían el núcleo duro de la beatnik generation: Gregory Corso, Jack Kerouac y William Burroughs.
En 1955, instalado ya en San Francisco (la meca de la peregrinación contracultural), entregó a la imprenta Aullido, un largo poema dividido en tres partes y una “nota al pie”. El libro circuló sin sobresaltos en su primera edición de quinientos ejemplares. En mayo de 1957 apareció la segunda edición, de tres mil ejemplares, que fue retirada de las librerías bajo acusaciones de obscenidad formuladas por el fiscal público Chester McPhee, quien sostenía que “usted no querría que sus hijos se cruzaran con esto”. El 21 de mayo de ese año glorioso para las letras norteamericanas, el también poeta y editor Lawrence Ferlinghetti fue arrestado por “publicar y vender material indecente”.
Una vez desarrollado el juicio, el 2 de octubre Ferlinghetti fue declarado inocente y las restricciones sobre Howl se levantaron, pero el libro ya había pasado de la historia de la literatura al mito.
En 1963, Ginsberg publicó Kaddish, otro poema de largo aliento, esta vez dedicado a su madre muerta, entre otros libros como Reality Sandwiches (1960), Planet News (1968), The Fall Of America (1972), Mind Breaths (1977), Plutonian Ode (1981), White Shroud Poems (1985), Cosmopolitan Greetings Poems (1994), Illuminated Poems (1996).
Además del reconocimiento por su obra poética, Ginsberg desarrolló durante décadas una intensa actividad de activismo político. Fue expulsado de Cuba, cuando hizo público su deseo de practicarle una lenta felación a Ernesto Guevara. De haber aceptado el líder la generosa invitación, la historia de Occidente habría sido distinta. Ginsberg murió el 5 de abril de 1997 con, tal vez, sólo esa deuda pendiente.
In partes tres Para Ginsberg, la primera parte del poema (ver recuadro) representaba un planto (lamento) por el “Cordero americano”, metamorfoseado en una juventud dorada, entregada a los placeres de la carne, las drogas y la celebración perpetua de la vida. Se trata de una larga oración compuesta por versos de larguísimo aliento (Ginsberg relacionaba su vasta respiración con esas pericias mamatorias de las que el Che Guevara se privó), la mayoría de los cuales comienzan con la partícula relativa “que” (“who”). Es la parte más conocida del poema, y donde se caracteriza a la generación de posguerra norteamericana, de la que Ginsberg y el movimiento beatnik constituyen su costado más glamoroso. Alfred Kinsey había publicado en 1948 Comportamiento sexual del hombre y en 1953 Comportamiento sexual de la mujer, los dos libros que estabilizan la imaginación sexual de la cultura pop. Y en 1955, Nabokov había propuesto en Lolita su propia versión de la revolución de los comportamientos de la generación de la píldora anticonceptiva y los antibióticos para las masas.
La segunda parte del poema nombra al monstruo que aniquila al Cordero: es Moloch, el dios de los fenicios, cartagineses y cananitas (que algunos historiadores identifican alternativamente con Cronos y Saturno). Ya en Metrópolis de Fritz Lang (película que Ginsberg cita en sus notas de composición), Moloch aparece como el capitalismo que devora a los trabajadores atados a las máquinas de producción, pero es en los Cantos de Ezra Pound donde seguramente el poeta encuentra la fuerza verbal para denunciar a la plutocracia (“la arpía tuerta del dólar heterosexual”).
La tercera parte es una letanía sobre la gloria del Cordero, directamente relacionada con la pasión de Carl Solomon, a quien Ginsberg conoció en un hospital psiquiátrico en 1949 y que en Howl fundamenta el estribillo “Estoy contigo en Rockland” (el nombre de fantasía que asigna al loquero).
Como coda, Ginsberg agrega una “Nota al pie” (ver recuadro) que juega estructural y rítmicamente con la segunda parte, pero esta vez como un canto de alabanza (“Holly”) sobre la santidad de la sexualidad (hipótesis que reaparecerá, naturalmente, en los textos contemporáneos de Pier Paolo Pasolini quien, luego de conocer al santo poeta beatnik en 1966, declaró que la “verdadera revolución” es la que sucede en los Estados Unidos.
Poesía en imágenes Rob Epstein y Jeffrey Friedman son conocidos por su producción en el mundillo del documentalismo gay (The Times of Harvey Milk, The Celluloid Closet). Ahora, con el estreno de Howl en el Festival de Sundance han generado cierto revuelo.
La película es un híbrido (basado en el poema, naturalmente), que combina segmentos propiamente documentales con el drama judicial tan previsible en este caso y, ay, ay, ay, animaciones alucinatorias que “ilustran” los versos de Aullido, leídos a lo largo de la película por un Ginsberg desempeñado por el carilindo James Franco (el mismo que hacía de novio de Milk en la película de Gus Van Sant).
En otros roles, aparecen David Strathairn, Jon Hamm, Mary-Louise Parker y Jeff Daniels.
Según los avances, la película Howl proclama que la homosexualidad es normal y que, como la poesía, es una expresión de sentimientos.
Curiosa deriva de la historia: no es, por cierto, lo que el texto de Ginsberg dice, con su insistencia en la santidad y (por eso mismo) en la subversión.
Recuadro
Dos fragmentos
I
Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,
(...)
que se derrumbaron llorando en gimnasios blancos desnudos y temblando ante la maquinaria de otros esqueletos,
que mordieron detectives en el cuello y chillaron con deleite en autos de policías por no cometer más crimen que su propia salvaje pederastia e intoxicación,
que aullaron de rodillas en el subterráneo y fueron arrastrados por los tejados blandiendo genitales y manuscritos,
que se dejaron coger por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo,
que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico y Caribeño,
que garcharon en la mañana en las tardes en rosales y en el pasto de parques públicos y cementerios repartiendo su semen libremente a quien quisiera venir,
que hiparon interminablemente tratando de reír pero terminaron con un llanto tras la mampara de un baño turco cuando el blanco y desnudo ángel vino para atravesarlos con una espada,
que perdieron sus efebos por las tres viejas arpías del destino la arpía tuerta del dólar heterosexual la arpía tuerta que guiña el ojo fuera del vientre y la arpía tuerta que no hace más que sentarse en su culo y cortar las hebras intelectuales doradas del telar del artesano,
que copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrillos una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron desmayándose en el muro con una visión de la concha suprema y eyacularon eludiendo el último hálito de conciencia,
que endulzaron las cajetas de un millón de muchachas estremeciéndose en el crepúsculo, y tenían los ojos rojos en las mañanas pero estaban preparados para endulzar la concha del amanecer, resplandecientes nalgas bajo graneros y desnudos en el lago,
que salieron de putas por Colorado en miríadas de autos robados por una noche, N.C. héroe secreto de estos poemas, cogedor y Adonis de Denver -regocijémonos con el recuerdo de sus innumerables garches de muchachas en solares vacíos y patios traseros de restaurantes, en desvencijados asientos de cines, en cimas de montañas, en cuevas o con demacradas camareras en familiares solitarios levantamientos de enaguas y especialmente secretos solipsismos en baños de gasolineras y también en callejones de la ciudad natal,
que se desvanecieron en vastas y sórdidas películas, eran cambiados en sueños, despertaban en un súbito Manhattan y se levantaron en sótanos con resacas de despiadado Tokai y horrores de sueños de hierro de la tercera avenida y se tambalearon hacia las oficinas de desempleo,
(...)
¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
¡El mundo es santo! ¡El alma es santa! ¡La piel es santa! ¡La nariz es santa! ¡La lengua y la verga y la mano y el agujero del culo son santos!
¡Todo es santo! ¡todos son santos! ¡todos los lugares son santos! ¡todo día está en la eternidad! ¡Todo hombre es un ángel!
¡El vago es tan santo como el serafín! ¡el demente es tan santo como tú mi alma eres santa!
¡La máquina de escribir es santa el poema es santo la voz es santa los oyentes son santos el éxtasis es santo!
¡Santo Peter santo Allen santo Solomon santo Lucien santo Kerouac santo Huncke santo Burroughs santo Cassady santos los desconocidos locos y sufrientes mendigos santos los horribles ángeles humanos!
¡Santa mi madre en la casa de locos! ¡Santas las vergas de los abuelos de Kansas!*
*Se reproduce la traducción del poeta chileno Rodrigo Olavarría, salvo en lo referente al léxico sexual, adaptado.
Acaba de estrenarse en el Festival de Sundance Howl, una película de Rob Epstein y Jeffrey Friedman que despliega el escándalo poético que significó Aullido de Allen Ginsberg en las letras norteamericanas.
Historia de un libro Allen Ginsberg nació el 3 de Junio de 1926, hijo de Naomi Ginsberg, inmigrante rusa y Louis Ginsberg, poeta. Mientras cursaba estudios en la Universidad de Columbia, al norte de Manhattan, entró en contacto con los escritores que, junto con él, constituirían el núcleo duro de la beatnik generation: Gregory Corso, Jack Kerouac y William Burroughs.
En 1955, instalado ya en San Francisco (la meca de la peregrinación contracultural), entregó a la imprenta Aullido, un largo poema dividido en tres partes y una “nota al pie”. El libro circuló sin sobresaltos en su primera edición de quinientos ejemplares. En mayo de 1957 apareció la segunda edición, de tres mil ejemplares, que fue retirada de las librerías bajo acusaciones de obscenidad formuladas por el fiscal público Chester McPhee, quien sostenía que “usted no querría que sus hijos se cruzaran con esto”. El 21 de mayo de ese año glorioso para las letras norteamericanas, el también poeta y editor Lawrence Ferlinghetti fue arrestado por “publicar y vender material indecente”.
Una vez desarrollado el juicio, el 2 de octubre Ferlinghetti fue declarado inocente y las restricciones sobre Howl se levantaron, pero el libro ya había pasado de la historia de la literatura al mito.
En 1963, Ginsberg publicó Kaddish, otro poema de largo aliento, esta vez dedicado a su madre muerta, entre otros libros como Reality Sandwiches (1960), Planet News (1968), The Fall Of America (1972), Mind Breaths (1977), Plutonian Ode (1981), White Shroud Poems (1985), Cosmopolitan Greetings Poems (1994), Illuminated Poems (1996).
Además del reconocimiento por su obra poética, Ginsberg desarrolló durante décadas una intensa actividad de activismo político. Fue expulsado de Cuba, cuando hizo público su deseo de practicarle una lenta felación a Ernesto Guevara. De haber aceptado el líder la generosa invitación, la historia de Occidente habría sido distinta. Ginsberg murió el 5 de abril de 1997 con, tal vez, sólo esa deuda pendiente.
In partes tres Para Ginsberg, la primera parte del poema (ver recuadro) representaba un planto (lamento) por el “Cordero americano”, metamorfoseado en una juventud dorada, entregada a los placeres de la carne, las drogas y la celebración perpetua de la vida. Se trata de una larga oración compuesta por versos de larguísimo aliento (Ginsberg relacionaba su vasta respiración con esas pericias mamatorias de las que el Che Guevara se privó), la mayoría de los cuales comienzan con la partícula relativa “que” (“who”). Es la parte más conocida del poema, y donde se caracteriza a la generación de posguerra norteamericana, de la que Ginsberg y el movimiento beatnik constituyen su costado más glamoroso. Alfred Kinsey había publicado en 1948 Comportamiento sexual del hombre y en 1953 Comportamiento sexual de la mujer, los dos libros que estabilizan la imaginación sexual de la cultura pop. Y en 1955, Nabokov había propuesto en Lolita su propia versión de la revolución de los comportamientos de la generación de la píldora anticonceptiva y los antibióticos para las masas.
La segunda parte del poema nombra al monstruo que aniquila al Cordero: es Moloch, el dios de los fenicios, cartagineses y cananitas (que algunos historiadores identifican alternativamente con Cronos y Saturno). Ya en Metrópolis de Fritz Lang (película que Ginsberg cita en sus notas de composición), Moloch aparece como el capitalismo que devora a los trabajadores atados a las máquinas de producción, pero es en los Cantos de Ezra Pound donde seguramente el poeta encuentra la fuerza verbal para denunciar a la plutocracia (“la arpía tuerta del dólar heterosexual”).
La tercera parte es una letanía sobre la gloria del Cordero, directamente relacionada con la pasión de Carl Solomon, a quien Ginsberg conoció en un hospital psiquiátrico en 1949 y que en Howl fundamenta el estribillo “Estoy contigo en Rockland” (el nombre de fantasía que asigna al loquero).
Como coda, Ginsberg agrega una “Nota al pie” (ver recuadro) que juega estructural y rítmicamente con la segunda parte, pero esta vez como un canto de alabanza (“Holly”) sobre la santidad de la sexualidad (hipótesis que reaparecerá, naturalmente, en los textos contemporáneos de Pier Paolo Pasolini quien, luego de conocer al santo poeta beatnik en 1966, declaró que la “verdadera revolución” es la que sucede en los Estados Unidos.
Poesía en imágenes Rob Epstein y Jeffrey Friedman son conocidos por su producción en el mundillo del documentalismo gay (The Times of Harvey Milk, The Celluloid Closet). Ahora, con el estreno de Howl en el Festival de Sundance han generado cierto revuelo.
La película es un híbrido (basado en el poema, naturalmente), que combina segmentos propiamente documentales con el drama judicial tan previsible en este caso y, ay, ay, ay, animaciones alucinatorias que “ilustran” los versos de Aullido, leídos a lo largo de la película por un Ginsberg desempeñado por el carilindo James Franco (el mismo que hacía de novio de Milk en la película de Gus Van Sant).
En otros roles, aparecen David Strathairn, Jon Hamm, Mary-Louise Parker y Jeff Daniels.
Según los avances, la película Howl proclama que la homosexualidad es normal y que, como la poesía, es una expresión de sentimientos.
Curiosa deriva de la historia: no es, por cierto, lo que el texto de Ginsberg dice, con su insistencia en la santidad y (por eso mismo) en la subversión.
Recuadro
Dos fragmentos
I
Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,
(...)
que se derrumbaron llorando en gimnasios blancos desnudos y temblando ante la maquinaria de otros esqueletos,
que mordieron detectives en el cuello y chillaron con deleite en autos de policías por no cometer más crimen que su propia salvaje pederastia e intoxicación,
que aullaron de rodillas en el subterráneo y fueron arrastrados por los tejados blandiendo genitales y manuscritos,
que se dejaron coger por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo,
que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico y Caribeño,
que garcharon en la mañana en las tardes en rosales y en el pasto de parques públicos y cementerios repartiendo su semen libremente a quien quisiera venir,
que hiparon interminablemente tratando de reír pero terminaron con un llanto tras la mampara de un baño turco cuando el blanco y desnudo ángel vino para atravesarlos con una espada,
que perdieron sus efebos por las tres viejas arpías del destino la arpía tuerta del dólar heterosexual la arpía tuerta que guiña el ojo fuera del vientre y la arpía tuerta que no hace más que sentarse en su culo y cortar las hebras intelectuales doradas del telar del artesano,
que copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrillos una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron desmayándose en el muro con una visión de la concha suprema y eyacularon eludiendo el último hálito de conciencia,
que endulzaron las cajetas de un millón de muchachas estremeciéndose en el crepúsculo, y tenían los ojos rojos en las mañanas pero estaban preparados para endulzar la concha del amanecer, resplandecientes nalgas bajo graneros y desnudos en el lago,
que salieron de putas por Colorado en miríadas de autos robados por una noche, N.C. héroe secreto de estos poemas, cogedor y Adonis de Denver -regocijémonos con el recuerdo de sus innumerables garches de muchachas en solares vacíos y patios traseros de restaurantes, en desvencijados asientos de cines, en cimas de montañas, en cuevas o con demacradas camareras en familiares solitarios levantamientos de enaguas y especialmente secretos solipsismos en baños de gasolineras y también en callejones de la ciudad natal,
que se desvanecieron en vastas y sórdidas películas, eran cambiados en sueños, despertaban en un súbito Manhattan y se levantaron en sótanos con resacas de despiadado Tokai y horrores de sueños de hierro de la tercera avenida y se tambalearon hacia las oficinas de desempleo,
(...)
¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
¡El mundo es santo! ¡El alma es santa! ¡La piel es santa! ¡La nariz es santa! ¡La lengua y la verga y la mano y el agujero del culo son santos!
¡Todo es santo! ¡todos son santos! ¡todos los lugares son santos! ¡todo día está en la eternidad! ¡Todo hombre es un ángel!
¡El vago es tan santo como el serafín! ¡el demente es tan santo como tú mi alma eres santa!
¡La máquina de escribir es santa el poema es santo la voz es santa los oyentes son santos el éxtasis es santo!
¡Santo Peter santo Allen santo Solomon santo Lucien santo Kerouac santo Huncke santo Burroughs santo Cassady santos los desconocidos locos y sufrientes mendigos santos los horribles ángeles humanos!
¡Santa mi madre en la casa de locos! ¡Santas las vergas de los abuelos de Kansas!*
*Se reproduce la traducción del poeta chileno Rodrigo Olavarría, salvo en lo referente al léxico sexual, adaptado.
jueves, 4 de febrero de 2010
¡Pum, para arriba!
Yo sostengo (y sostendré hasta la agonía) que Lost ha hecho algo que hasta ahora nadie había hecho en la historia de la televisión: apostarlo todo a una cierta moral de las formas.
Curiosamente, los televidentes parecen no darse cuenta de ese regalo magnífico que se les ha dado y siguen discutiendo la serie en términos de contenidos y coherencia argumental, como si la moral de las formas se agotara en la pobre correspondencia entre los gastadísimos códigos culturales con los que modelamos la realidad y lo que la serie vino a proponernos. ¿Qué vino a proponer Lost (ese artefacto postelevisivo)?
(1) Lost es novelesca. (2) Pero lo es en el sentido kafkiano, o joyceano, o becketiano o pynchoniano. (3) Es decir: Lost hace de la imposibilidad (de la novela, del relato) su tema.
Hay recalcitrantes que todavía se quejan del humo negro (¡el humor negro!), de las visiones, de las habladurías de los muertos, de los retorcimientos temporales...
Yo de lo único que me quejo es de la supervivencia de Jack, ese tarado previo, aunque entiendo que esa supervivencia es necesaria porque introduce en la trama al televidente promedio de Lost: el despistado, el que nunca entiende bien del todo las cosas pero lo intenta, el que querría que las cosas fueran de otro modo a como se le presentan ante los ojos, el que insiste en llevar las cosas a un cierto punto sin evaluar bien las consecuencias narrativas de ese arrastre completamente fuera de lugar. Jack es el mundo. Y Lost necesita del mundo.
La quinta temporada de Lost, que agotó la paciencia de los más fervorosos fanáticos, había puesto todo patas para arriba. Pero no por la repetición del "recurso barato" de los saltos temporales (que a esta altura del relato es evidente que no fueron introducidos para explicar absolutamente nada, lo que los salva del carácter de "mero recurso del ahogado" para transformarlos en índice de una recurrencia mucho más abstracta, y más peligrosa: el eterno retorno) sino por la precipitación hacia el punto incandescente de cierre (la explicación de Eloise Hawkins lo había anticipado todo).
Lost terminó la quinta temporada no en un momento de riesgo del relato sino en el momento en que el relato terminaba para siempre. Y como Lost hace lo que nunca antes fue hecho en la historia de la televisión, continúa después de haber terminado.
Repasemos lo que sabemos: en un acto desesperado de amor, Juliet apedrea una bomba de hidrógeno para hacer explotar un campo magnético de una potencia única en el planeta (la sola posibilidad de articular esta frase habría justificado la existencias de Lost).
El comienzo de la sexta temporada, incluido el resumen, que se llama El capítulo final (¿alguien alguna vez se detendrá a analizar los nombres?), insistió tres veces en esa escena decisiva. Tres veces se contó lo mismo, ¡se subrayó!, que Lost ya había terminado. Porque Juliet consigue hacer explotar la bomba de hidrógeno y el resultado es el previsible: la destrucción total y definitiva de la isla, de sus habitantes permanentes y sus ocasionales visitantes (¿alguien pensaba que podía ser de otro modo?). La imagen muestra la pata de cuatro dedos hundida en el fondo del mar.
¿Hace falta un letrero que aclare todavía más lo ya evidente? Si hiciera falta más, allí están esos retratos pronunciados por una voz tan, tan extranjera: ¿no son las biografías que componen El capítulo final como epitafios de unos muertos más o menos queribles? ¿No vienen a decirnos esos resúmenes (a todas luces arbitrarios, incompletos, como escritos a las apuradas por parientes que no saben muy bien cómo resolver la situación) que de quienes se está hablando están ya muertos, y que el recuerdo ha comenzado a distorsionarlos?
Pero la narración (que es un puro deseo) continúa, más allá del relato. Se sobrevive a si misma, se sobrepone a (en) su propio goce. Y todo continúa, como si nada hubiera sucedido. ¡Como si nada hubiera sucedido! ¡Como si hubiera sucedido nada! Las naderías del relato, de las causas y los efectos, de las explicaciones siempre insatisfactorias para los buscadores de inconsistencias: esa nada fue lo que sucedió ante nuestros ojos, durante los últimos cinco años.
Por supuesto, los detractores de Lost hablan en nombre del realismo, la coherencia narrativa, la profundidad psicológica e, incluso, el deber del narrador: son la policía del discurso. Jamás levantaron sus dedos admonitorios en contra de los Simpson o en contra de las sempiternas resurrecciones de Kenny. Pero habiendo, no sé qué, ¿cuerpos?, parece que se ponen sus bonetes cardenalicios para salir a cazar brujas.
Lo que los detractores de Lost no quieren que se note es que los creadores de Lost hicieron de la agonía becketiana un suceso de masas, lo que los que se resisten al abrazo envenenado de Lost (mientras aceptan sin hesitación las caricias de House) temen, hasta el insomnio y la indignación, es la aceptación de la muerte (del relato, la novela) y al mismo tiempo, la supervivencia de la narración a esa interdicto (lógico) o imposibilidad (histórica).
Lost continúa después de la muerte. Y lo que sigue son como series nuevas (podrían hacerse mil, o mejor: mil y una). En Lost (1), Boone aparece ya con el look de vampiro perverso que otro relato le ha impuesto, en Lost (2), Sayid (¿Sayid?) vuelve de la muerte, en Lost (3), Ben es un pelele irremediable. Pero ninguna de esas partes por venir debe leerse como continuación de las cinco temporadas anteriores, sino como una coda, una interpretación posible (según la lógica de los mundos posibles y los posibles narrativos) de lo que ya ha sucedido: la destrucción, por amor, del mundo.
Seguiremos discutiendo si está bien o mal tal pormenor de la trama, si es sensata o peregrina la resolución de aquella situación ya casi olvidada. Lo mismo sucede en los velorios, cuando los deudos recuerdan a sus muertos y empiezan a contar anécdotas. Jack, que es la taradez del mundo, no en vano se quejará, en alguna de las mil y una versiones de Lost, de que le han perdido el cadáver y le han arruinado el servicio fúnebre ("Quería terminar con esto lo antes posible", dice). Y no en vano Locke (o la nada que se esconde en esa imagen) le contestará que la potencia es lo que importa: la pura potencia, y no los actos.
Curiosamente, los televidentes parecen no darse cuenta de ese regalo magnífico que se les ha dado y siguen discutiendo la serie en términos de contenidos y coherencia argumental, como si la moral de las formas se agotara en la pobre correspondencia entre los gastadísimos códigos culturales con los que modelamos la realidad y lo que la serie vino a proponernos. ¿Qué vino a proponer Lost (ese artefacto postelevisivo)?
(1) Lost es novelesca. (2) Pero lo es en el sentido kafkiano, o joyceano, o becketiano o pynchoniano. (3) Es decir: Lost hace de la imposibilidad (de la novela, del relato) su tema.
Hay recalcitrantes que todavía se quejan del humo negro (¡el humor negro!), de las visiones, de las habladurías de los muertos, de los retorcimientos temporales...
Yo de lo único que me quejo es de la supervivencia de Jack, ese tarado previo, aunque entiendo que esa supervivencia es necesaria porque introduce en la trama al televidente promedio de Lost: el despistado, el que nunca entiende bien del todo las cosas pero lo intenta, el que querría que las cosas fueran de otro modo a como se le presentan ante los ojos, el que insiste en llevar las cosas a un cierto punto sin evaluar bien las consecuencias narrativas de ese arrastre completamente fuera de lugar. Jack es el mundo. Y Lost necesita del mundo.
La quinta temporada de Lost, que agotó la paciencia de los más fervorosos fanáticos, había puesto todo patas para arriba. Pero no por la repetición del "recurso barato" de los saltos temporales (que a esta altura del relato es evidente que no fueron introducidos para explicar absolutamente nada, lo que los salva del carácter de "mero recurso del ahogado" para transformarlos en índice de una recurrencia mucho más abstracta, y más peligrosa: el eterno retorno) sino por la precipitación hacia el punto incandescente de cierre (la explicación de Eloise Hawkins lo había anticipado todo).
Lost terminó la quinta temporada no en un momento de riesgo del relato sino en el momento en que el relato terminaba para siempre. Y como Lost hace lo que nunca antes fue hecho en la historia de la televisión, continúa después de haber terminado.
Repasemos lo que sabemos: en un acto desesperado de amor, Juliet apedrea una bomba de hidrógeno para hacer explotar un campo magnético de una potencia única en el planeta (la sola posibilidad de articular esta frase habría justificado la existencias de Lost).
El comienzo de la sexta temporada, incluido el resumen, que se llama El capítulo final (¿alguien alguna vez se detendrá a analizar los nombres?), insistió tres veces en esa escena decisiva. Tres veces se contó lo mismo, ¡se subrayó!, que Lost ya había terminado. Porque Juliet consigue hacer explotar la bomba de hidrógeno y el resultado es el previsible: la destrucción total y definitiva de la isla, de sus habitantes permanentes y sus ocasionales visitantes (¿alguien pensaba que podía ser de otro modo?). La imagen muestra la pata de cuatro dedos hundida en el fondo del mar.
¿Hace falta un letrero que aclare todavía más lo ya evidente? Si hiciera falta más, allí están esos retratos pronunciados por una voz tan, tan extranjera: ¿no son las biografías que componen El capítulo final como epitafios de unos muertos más o menos queribles? ¿No vienen a decirnos esos resúmenes (a todas luces arbitrarios, incompletos, como escritos a las apuradas por parientes que no saben muy bien cómo resolver la situación) que de quienes se está hablando están ya muertos, y que el recuerdo ha comenzado a distorsionarlos?
Pero la narración (que es un puro deseo) continúa, más allá del relato. Se sobrevive a si misma, se sobrepone a (en) su propio goce. Y todo continúa, como si nada hubiera sucedido. ¡Como si nada hubiera sucedido! ¡Como si hubiera sucedido nada! Las naderías del relato, de las causas y los efectos, de las explicaciones siempre insatisfactorias para los buscadores de inconsistencias: esa nada fue lo que sucedió ante nuestros ojos, durante los últimos cinco años.
Por supuesto, los detractores de Lost hablan en nombre del realismo, la coherencia narrativa, la profundidad psicológica e, incluso, el deber del narrador: son la policía del discurso. Jamás levantaron sus dedos admonitorios en contra de los Simpson o en contra de las sempiternas resurrecciones de Kenny. Pero habiendo, no sé qué, ¿cuerpos?, parece que se ponen sus bonetes cardenalicios para salir a cazar brujas.
Lo que los detractores de Lost no quieren que se note es que los creadores de Lost hicieron de la agonía becketiana un suceso de masas, lo que los que se resisten al abrazo envenenado de Lost (mientras aceptan sin hesitación las caricias de House) temen, hasta el insomnio y la indignación, es la aceptación de la muerte (del relato, la novela) y al mismo tiempo, la supervivencia de la narración a esa interdicto (lógico) o imposibilidad (histórica).
Lost continúa después de la muerte. Y lo que sigue son como series nuevas (podrían hacerse mil, o mejor: mil y una). En Lost (1), Boone aparece ya con el look de vampiro perverso que otro relato le ha impuesto, en Lost (2), Sayid (¿Sayid?) vuelve de la muerte, en Lost (3), Ben es un pelele irremediable. Pero ninguna de esas partes por venir debe leerse como continuación de las cinco temporadas anteriores, sino como una coda, una interpretación posible (según la lógica de los mundos posibles y los posibles narrativos) de lo que ya ha sucedido: la destrucción, por amor, del mundo.
Seguiremos discutiendo si está bien o mal tal pormenor de la trama, si es sensata o peregrina la resolución de aquella situación ya casi olvidada. Lo mismo sucede en los velorios, cuando los deudos recuerdan a sus muertos y empiezan a contar anécdotas. Jack, que es la taradez del mundo, no en vano se quejará, en alguna de las mil y una versiones de Lost, de que le han perdido el cadáver y le han arruinado el servicio fúnebre ("Quería terminar con esto lo antes posible", dice). Y no en vano Locke (o la nada que se esconde en esa imagen) le contestará que la potencia es lo que importa: la pura potencia, y no los actos.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Freaks
Llega un momento a partir del cual conviene tomarse en serio todo (cualquier) disparate. El "nuevo realismo cinematográfico" (si tal cosa existiere) viene siguiendo esa senda, plagada de encantos. Se trata, naturalmente, del juego de lo contrafáctico. Aceptada la premisa X, presentemos el mundo con total rigor a partir de esa premisa. Entre las últimas películas que vuelven explícito el procedimiento está The Invention of Lying (2009) de Ricky Gervais (el de The Office, el de Extras). Como su título lo indica, la película postula un mundo en el que no existe la mentira (ni como práctica, ni como concepto) y desarrolla una trama en relación con la (casual) invención de la mentira por parte del protagonista, que terminará inventando las religiones, el amor, el cine, etc.
Más modestas en sus alcances filosóficos pero igualmente interesantes son Zombieland (2009) de Ruben Fleischer y Fido (2006) de Andrew Currie. Sabemos todo sobre los zombies y, al mismo tiempo, no sabemos nada. Era hora de que alguien se tomara en serio el trabajo de explicarnos cómo es (cómo podría ser) un mundo que incluya a esos monstruos.
Fido postula que la vida continúa tal cual la conocemos, con algunas modificaciones de detalle: los niños reciben en las escuelas entrenamiento en armas de fuego y, particularmente, en puntería (sabido es que hay que disparar a la cabeza para eliminar a un muerto-vivo). Pero además, cómo podría ser de otro modo, los más avispados empresarios han inventado y puesto a la venta un collar que inhibe los instintos asesinos (el apetito) de los zombies, reduciéndolos a mano de obra barata (son sirvientes en las casas que se atreven a dejarlos circular entre la familia, amantes complacientes de perversos, carteros, basureros: la metáfora se entiende).
Hay un caso, Fido, que es sirviente en la casa de los protagonistas del film, más raro que todos los demás: Fido es bueno y aún cuando su collar se descompone o se lo sacan, no ataca a los suyos sino que los protege (de los demás zombies pero también de la maldad característica de la especie humana). Fatalmente, la ama de casa se enamorará de Fido.
Zombieland no aspira ni siquiera a esos niveles de corrección política. Hay zombies: sabidos son los destrozos que provocan. Las ciudades agonizan. Para sobrevivir, hacen falta... reglas. La película es una graciosa exposición de las reglas necesarias para desenvolverse en un mundo semejante (un mundo sin escapatoria), poblado por formas-de-vida en guerra (de paso, postula que la guerra tal vez sea la única condición de existencia de cualquier forma-de-vida).
The Time Traveler's Wife (2009), de Robert Schwentke es más intimista y ha sido elogiada aún por los más acérrimos detractores de Lost. Bien mirada, la novela en la que película está basada, bien podría haber sido escrita por César Aira (que en La cena dio su propia versión del banquete zombie). No es raro que Brad Pitt sea su productor ejecutivo (en esa porquería insoportable llamada Benjamin Button, 2008, Pitt ya había demostrado cierto interés por el paso del tiempo).
En The Time Traveler's Wife hay un hombre (lamentablemente Eric Bana, y el "lamentablemente" se comprenderá de inmediato) que tiene la capacidad de viajar en el tiempo (hacia adelante y hacia atrás). Pero esos viajes son totalmente involuntarios (como ataques de epilepsia, con los cuales un genetista de renombre los compara) y el protagonista los vive como una pesadilla más que como un don. Por lo demás, sabido es que no hay forma de cambiar los acontecimientos, con lo cual es muy poco lo que puede ganar en esos intervalos.
Muy rigurosa, la película sostiene que el viajero se traslada en el tiempo desnudo (lamentablemente, se trata de Eric Bana), con lo cual uno de sus problemas es encontrar ropa después de cada convulsión temporal. Lo segundo es cómo volver. Lo tercero... Se trata del título. El viajero temporal se casa (pero, además, se casa con una mujer a la que ha enamorado desde que ella tiene siete años, en sucesivos viajes al pasado). Y la esposa, naturalmente, luego del encandilamiento inicial, comprenderá que no es nada gracioso estar viviendo con una persona que de pronto desaparece, en bolas, vaya uno a saber con qué destino. No diré más, porque la historia es ciertamente simpática y está muy bien planteada (la película, por el contrario, es un poco lenta y hubiera necesitado de actores un poco más imaginativos). Lo interesante es el examen microscópico de la vida cotidiana del viajero temporal, su persistente desdicha, su soledad, la incomprensión de quienes lo rodean sobre el uso (o el mal uso) de su potencia, el peligro constante.
François Ozon gusta, como se sabe del ridículo, en el cual ha demostrado una maestría impar. Su Ricky (2009) es buena prueba de ello. Yo no lo sabía, pero me dicen que la película es una remake de Toby. El niño alado y, efectivamente, de eso se trata.
La protagonista es una madre soltera que trabaja en una fábrica. De sus intercambios sexuales con un inmigrante español nace Ricky. La familia, que incluye además una niña muy triste sin padre pronto se deshará en pedazos porque la madre sospecha que el gallego le pega al bebé (que tiene moretones). Muy lejos de eso, lo que sucede es que al bebé le están saliendo (milagro genético) alas. ¿Qué hacer? En principio, guardar el secreto hasta cuando sea posible (que no es mucho tiempo). Lo interesante es cómo plantea Ozon el crecimiento de las alas que son, al principio, como alitas peladas de esos pollos que se ven en los supermercados. Incluso la madre las usa como referencia y mide las alas de las aves de corral de las góndolas para establecer una relación entre tamaño y longitud del ala. Cuando les salen las plumas, las alas de Ricky parecen, efetivamente, alas de gallina bataraza. El bebé quiere volar, se golpea, se lastima en el mísero departamento donde vive. Un día lo sacan al aire libre para mostrárselo a la prensa, con la idea de ganar algunos pesos... No es un relato de García Márquez, sino más bien: ¿qué puede hacer una familia pobre con el ángel que ha engendrado? O, viceversa, ¿cómo puede vivir un ángel en una situación de miseria semejante?
La imaginación pop ya nos acostumbró a la proliferación de formas de vida. Ahora, parece, ha llegado el turno a las preguntas que involucran más bien a la posibilidad (o no) de la co-existencia, es decir: una interrogación de lo comunitario.
Más modestas en sus alcances filosóficos pero igualmente interesantes son Zombieland (2009) de Ruben Fleischer y Fido (2006) de Andrew Currie. Sabemos todo sobre los zombies y, al mismo tiempo, no sabemos nada. Era hora de que alguien se tomara en serio el trabajo de explicarnos cómo es (cómo podría ser) un mundo que incluya a esos monstruos.
Fido postula que la vida continúa tal cual la conocemos, con algunas modificaciones de detalle: los niños reciben en las escuelas entrenamiento en armas de fuego y, particularmente, en puntería (sabido es que hay que disparar a la cabeza para eliminar a un muerto-vivo). Pero además, cómo podría ser de otro modo, los más avispados empresarios han inventado y puesto a la venta un collar que inhibe los instintos asesinos (el apetito) de los zombies, reduciéndolos a mano de obra barata (son sirvientes en las casas que se atreven a dejarlos circular entre la familia, amantes complacientes de perversos, carteros, basureros: la metáfora se entiende).
Hay un caso, Fido, que es sirviente en la casa de los protagonistas del film, más raro que todos los demás: Fido es bueno y aún cuando su collar se descompone o se lo sacan, no ataca a los suyos sino que los protege (de los demás zombies pero también de la maldad característica de la especie humana). Fatalmente, la ama de casa se enamorará de Fido.
Zombieland no aspira ni siquiera a esos niveles de corrección política. Hay zombies: sabidos son los destrozos que provocan. Las ciudades agonizan. Para sobrevivir, hacen falta... reglas. La película es una graciosa exposición de las reglas necesarias para desenvolverse en un mundo semejante (un mundo sin escapatoria), poblado por formas-de-vida en guerra (de paso, postula que la guerra tal vez sea la única condición de existencia de cualquier forma-de-vida).
The Time Traveler's Wife (2009), de Robert Schwentke es más intimista y ha sido elogiada aún por los más acérrimos detractores de Lost. Bien mirada, la novela en la que película está basada, bien podría haber sido escrita por César Aira (que en La cena dio su propia versión del banquete zombie). No es raro que Brad Pitt sea su productor ejecutivo (en esa porquería insoportable llamada Benjamin Button, 2008, Pitt ya había demostrado cierto interés por el paso del tiempo).
En The Time Traveler's Wife hay un hombre (lamentablemente Eric Bana, y el "lamentablemente" se comprenderá de inmediato) que tiene la capacidad de viajar en el tiempo (hacia adelante y hacia atrás). Pero esos viajes son totalmente involuntarios (como ataques de epilepsia, con los cuales un genetista de renombre los compara) y el protagonista los vive como una pesadilla más que como un don. Por lo demás, sabido es que no hay forma de cambiar los acontecimientos, con lo cual es muy poco lo que puede ganar en esos intervalos.
Muy rigurosa, la película sostiene que el viajero se traslada en el tiempo desnudo (lamentablemente, se trata de Eric Bana), con lo cual uno de sus problemas es encontrar ropa después de cada convulsión temporal. Lo segundo es cómo volver. Lo tercero... Se trata del título. El viajero temporal se casa (pero, además, se casa con una mujer a la que ha enamorado desde que ella tiene siete años, en sucesivos viajes al pasado). Y la esposa, naturalmente, luego del encandilamiento inicial, comprenderá que no es nada gracioso estar viviendo con una persona que de pronto desaparece, en bolas, vaya uno a saber con qué destino. No diré más, porque la historia es ciertamente simpática y está muy bien planteada (la película, por el contrario, es un poco lenta y hubiera necesitado de actores un poco más imaginativos). Lo interesante es el examen microscópico de la vida cotidiana del viajero temporal, su persistente desdicha, su soledad, la incomprensión de quienes lo rodean sobre el uso (o el mal uso) de su potencia, el peligro constante.
François Ozon gusta, como se sabe del ridículo, en el cual ha demostrado una maestría impar. Su Ricky (2009) es buena prueba de ello. Yo no lo sabía, pero me dicen que la película es una remake de Toby. El niño alado y, efectivamente, de eso se trata.
La protagonista es una madre soltera que trabaja en una fábrica. De sus intercambios sexuales con un inmigrante español nace Ricky. La familia, que incluye además una niña muy triste sin padre pronto se deshará en pedazos porque la madre sospecha que el gallego le pega al bebé (que tiene moretones). Muy lejos de eso, lo que sucede es que al bebé le están saliendo (milagro genético) alas. ¿Qué hacer? En principio, guardar el secreto hasta cuando sea posible (que no es mucho tiempo). Lo interesante es cómo plantea Ozon el crecimiento de las alas que son, al principio, como alitas peladas de esos pollos que se ven en los supermercados. Incluso la madre las usa como referencia y mide las alas de las aves de corral de las góndolas para establecer una relación entre tamaño y longitud del ala. Cuando les salen las plumas, las alas de Ricky parecen, efetivamente, alas de gallina bataraza. El bebé quiere volar, se golpea, se lastima en el mísero departamento donde vive. Un día lo sacan al aire libre para mostrárselo a la prensa, con la idea de ganar algunos pesos... No es un relato de García Márquez, sino más bien: ¿qué puede hacer una familia pobre con el ángel que ha engendrado? O, viceversa, ¿cómo puede vivir un ángel en una situación de miseria semejante?
La imaginación pop ya nos acostumbró a la proliferación de formas de vida. Ahora, parece, ha llegado el turno a las preguntas que involucran más bien a la posibilidad (o no) de la co-existencia, es decir: una interrogación de lo comunitario.
martes, 2 de febrero de 2010
Seems we made it
Acá, ¿el comienzo de 6x01?
Y esto que escribe Jack Shaffer es taaaan cierto, que no sirve para nada: "when Lost's creators threw time travel into the mix, I became openly derisive of the show. Time travel is the single biggest swindle a writer can pull on his audience. Given the keys to the time-travelmobile, any writer can easily motor out of any dead end or sink hole. Lost's reliance on the device has been doubly irritating because up until its formal introduction in Season 5, I thought the show's creators were about to deploy some brilliant plot twist that would unite all the disparate mysteries. Instead, they turned a weird but satisfying show into a squirrelly, gimmicky one".
Y esto que escribe Jack Shaffer es taaaan cierto, que no sirve para nada: "when Lost's creators threw time travel into the mix, I became openly derisive of the show. Time travel is the single biggest swindle a writer can pull on his audience. Given the keys to the time-travelmobile, any writer can easily motor out of any dead end or sink hole. Lost's reliance on the device has been doubly irritating because up until its formal introduction in Season 5, I thought the show's creators were about to deploy some brilliant plot twist that would unite all the disparate mysteries. Instead, they turned a weird but satisfying show into a squirrelly, gimmicky one".
lunes, 1 de febrero de 2010
Doble función
Un "cine de campaña" consta de una pantalla (mantel o sábana blanca dispuestos contra el cielo negro del campo), un proyector y un dispositivo usb cargado de películas.
Después del profundo desagrado que nos provocó Sherlock Holmes, tuvimos mejor suerte con dos producciones menores e interesantes por distinta causa.
Terry Gilliam, como se sabe, tuvo la poco afortunada idea de hacer The Imaginarium of Doctor Parnasus (2009) con Heath Ledger en uno de sus papeles protagónicos, sin prever que el joven, que venía de una lamentable performance en Batman, haciendo un Guasón muy moriacasanesco, con exceso de lengüeta y drogas de diseño, iba a morir precisamente de sobredosis en la mitad del rodaje de esta rarísima película sobre la imaginación.
¿Cómo hubiera sido The Imaginarium of Doctor Parnasus si Heath Ledger (cuya mejor composición será siempre la de Bareback Mountain) no hubiera fenecido? Imposible saberlo, pero seguramente no tan buena como el resultado final, urdido por sus amigos. El argumento es medio incomprensible o inconsistente. En todo caso, son evidentes los remiendos de último minuto. Y la generosa participación del chonguerío hollywoodense (Johnny Deep, más loca que nunca, Jude Law, ya irremediablemente feo -o tal vez sea efecto de su Watson-, y el sucio Colin Farrell) agrega a la película un encanto que seguramente al comienzo no tenía.
Todo es un gran disparate. Pero como la película apuesta a la supervivencia de lo imaginario y de la narración (en contra del diabólico designio de Mr. Nick, desempeñado por un impecable Tom Waits), nada pudo convenirle más que este contratiempo fatal y la certeza (en este caso más becketiana que brechtiana): "Hay que continuar". Y, así, un Fausto posthistórico (Christopher Plummer) triunfa sobre los vendedores de órganos de niños tercermundistas (sí, lo juro).
Igualmente deliciosa es la última producción de Spike Jonze (que tanto puede vomitar delicias como los videos de Bjork y Being John Malkovich o asquerosidades como Jackass), Where the Wild Things Are (2009), una adaptación del clásico para niños de Maurice Sendak, sólo que en este caso la película decide instalarse en un borde incómodo entre la diversión y la moralidad y allí se sostiene. Más melancólica que alegre, la aventura de Max (un imaginante compulsivo y marginal) parece seguirle la pista al pequeño príncipe de Saint Exupéry y al ser para la muerte de la infancia, ese moriturum que jamás, jamás, terminará de abandonarnos.
Los muñecos ante los cuales Max se declara rey participan de la misma ambigüedad: ¿son lindos o son horrorosos? ¿Son masculinos o femeninos (el que se llama Carol, por ejemplo, habla con la voz de James Gandolfini)? ¿Son felices o están tristes? Imposible saberlo y, además: es inútil seguir preguntando.
Después del profundo desagrado que nos provocó Sherlock Holmes, tuvimos mejor suerte con dos producciones menores e interesantes por distinta causa.
Terry Gilliam, como se sabe, tuvo la poco afortunada idea de hacer The Imaginarium of Doctor Parnasus (2009) con Heath Ledger en uno de sus papeles protagónicos, sin prever que el joven, que venía de una lamentable performance en Batman, haciendo un Guasón muy moriacasanesco, con exceso de lengüeta y drogas de diseño, iba a morir precisamente de sobredosis en la mitad del rodaje de esta rarísima película sobre la imaginación.
¿Cómo hubiera sido The Imaginarium of Doctor Parnasus si Heath Ledger (cuya mejor composición será siempre la de Bareback Mountain) no hubiera fenecido? Imposible saberlo, pero seguramente no tan buena como el resultado final, urdido por sus amigos. El argumento es medio incomprensible o inconsistente. En todo caso, son evidentes los remiendos de último minuto. Y la generosa participación del chonguerío hollywoodense (Johnny Deep, más loca que nunca, Jude Law, ya irremediablemente feo -o tal vez sea efecto de su Watson-, y el sucio Colin Farrell) agrega a la película un encanto que seguramente al comienzo no tenía.
Todo es un gran disparate. Pero como la película apuesta a la supervivencia de lo imaginario y de la narración (en contra del diabólico designio de Mr. Nick, desempeñado por un impecable Tom Waits), nada pudo convenirle más que este contratiempo fatal y la certeza (en este caso más becketiana que brechtiana): "Hay que continuar". Y, así, un Fausto posthistórico (Christopher Plummer) triunfa sobre los vendedores de órganos de niños tercermundistas (sí, lo juro).
Igualmente deliciosa es la última producción de Spike Jonze (que tanto puede vomitar delicias como los videos de Bjork y Being John Malkovich o asquerosidades como Jackass), Where the Wild Things Are (2009), una adaptación del clásico para niños de Maurice Sendak, sólo que en este caso la película decide instalarse en un borde incómodo entre la diversión y la moralidad y allí se sostiene. Más melancólica que alegre, la aventura de Max (un imaginante compulsivo y marginal) parece seguirle la pista al pequeño príncipe de Saint Exupéry y al ser para la muerte de la infancia, ese moriturum que jamás, jamás, terminará de abandonarnos.
Los muñecos ante los cuales Max se declara rey participan de la misma ambigüedad: ¿son lindos o son horrorosos? ¿Son masculinos o femeninos (el que se llama Carol, por ejemplo, habla con la voz de James Gandolfini)? ¿Son felices o están tristes? Imposible saberlo y, además: es inútil seguir preguntando.