jueves, 30 de junio de 2011
El nombre propio
Acá, haciendo la ballena, la araña, el mamboretá, la lumbrí... ¡Todo, en nombre de la educación!
(¡Gracias, compañera Vivi!)
miércoles, 29 de junio de 2011
martes, 28 de junio de 2011
Una de negreros
Este martes 28 de junio, desde las 16:30, la reunión de comisión de legislación general del Senado, tiene en su agenda tres proyectos de ley de “Remuneración por Copia Privada”, popularmente conocida como Canon Digital. Los proyectos pretenden incluir un gravamen sobre dispositivos digitales para compensar las supuestas y nunca comprobadas pérdidas que sufrirían los titulares de derecho de autor ante la copia privada de obras. El canon digital es un abuso. Si te oponés, hacele saber a los senadores cuál es tu opinión, enviando la siguiente nota a sus despachos.
Buenos Aires, 28 de Junio de 2011
Sres. Senadores de la Nación,
En nuestra condición de ciudadanos nos dirigimos a ustedes a fin de hacerles conocer nuestra posición en relación a los proyectos de Ley de Remuneración por Copia Privada, o Canon Digital.1. El canon digital es indiscriminado. Los dispositivos contemplados en el proyecto de ley tienen un sin fin de usos, la mayoría de ellos laborales, productivos y personales. Estos dispositivos no se utilizan sólo para hacer copias de obras monopolizadas bajo derecho de autor, sino que pueden utilizarse para guardar, por ejemplo, fotos familiares, trabajos propios, archivos de empresas, pymes y administraciones públicas que claramente son del usuario o la entidad que realizó esos trabajos y que no reproducen las obras administradas por las gestoras colectivas. Esta es la razón por la cual el Tribunal de Justicia Europeo, en Octubre de 2010 declaró que el Canon digital aplicado de forma indiscriminada es un abuso y ordenó suspenderlo.
2. El canon digital perjudica a la gran mayoría de los artistas. Según los datos del Boletín Oficial Español, el 97% de los artistas era más pobre a partir del cobro del canon1.
En los varios proyectos de ley presentandos, en algunos de ellos se menciona que “el canon digital se cobrará a los fabricantes”. Un impuesto del 75% sobre un CD, DVD o Blu-Ray, tal como propone el proyecto del Senador Pichetto, difícilmente sea trasladado exclusivamente a los fabricantes; finalmente será cobrado a los usuarios de esos dispositivos. Sabemos que el costo será trasladado a los consumidores finales.
3. La copia en la esfera privada está protegida por la garantía del art. 19 de la Constitución Argentina: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados.” Cobrar a las personas por las copias privadas que realizan de obras legítimamente adquiridas es un abuso sobre la esfera de las actividades privadas.
5. No hay pruebas de que la copia privada dañe a los artistas; por el contrario, sí existen muchas pruebas de que el canon digital daña la economía en general (porque aumenta el costo de los insumos de tecnología esenciales para toda actividad productiva local), empobrece a los artistas y en su mayoría favorece sólo a las sociedades de gestión colectiva.
En Octubre de 2010, el Tribunal de Justicia Europeo hizo lugar a una demanda contra el canon y declaró que su aplicación en España era abusiva. En 2011, Holanda anuló por ley el Canon Digital para promover la innovación y la creatividad. Europa está discutiendo fuertemente las implicancias de este gravámen que perjudica a un alto porcentaje de la población en beneficio de las gestoras colectivas de derecho de autor. Las gestoras colectivas argentinas recaudarán de nuestros bolsillos y girarán remesas a las gestoras colectivas extranjeras, porque así funciona la lógica de la gestión colectiva.
El canon digital es un abuso. Las acciones privadas son privadas. Los ciudadanos no vamos a negociar nuestros derechos. No al Canon Digital*.
*ljuez@senado.gov.ar. El buzón del destinatario está lleno y no puede aceptar mensajes.
mcimadev@senado.gov.ar. El buzón del destinatario está lleno y no puede aceptar mensajes.
fuentes@senado.gov.ar. El buzón del destinatario está lleno y no puede aceptar mensajes.
bortoloz@senado.gov.ar. El buzón del destinatario está lleno y no puede aceptar mensajes.
lunes, 27 de junio de 2011
Lado B
En el otro extremo del arco musical, cada año (desde hace diez) se desarrolla en Los Ángeles una competencia de canto conocida como American Idol, que mueve miles de millones de dólares de la industria discográfica. Internada Paula Abdul (alarmantemente empastillada) y despedido el carismático Simon del clásico jurado, la última temporada colocó a JLo (que necesitaba relanzar su carrera) en el centro del podio de celebridades encargadas de juzgar la performance de los contendientes.
Independientemente de los gustos (no se trata de eso), podría pensarse que no hay experiencias más opuestas de lo musical que esas dos, que delimitan el universo y, tal vez, el campo de lo audible. Y sin embargo...
Un nuevo concurso, también losangelino, ha acercado Bayreuth y American Idol, o mejor: ha puesto a American Idol en el lugar-Bayreuth y ha desplazado la experiencia musical de ese concurso en el umbral de lo excelso. ¿Cómo puede ser?
Es que The Voice es tan, pero tan bizarro, que lo desplaza todo, partiendo de la escenografía, la conducción, la cortina (que parece más adecuada a un programa de catch de la década del ochenta). Si en American Idol está JLo, aquí está Christina Aguilera, que es una vulgaridad tan mayúscula y se abraza al trash con una pasión tan desmedida que nos cae simpática.
Los jurados no son aquí meros formadores de opinión, sino la cabeza de equipos rivales que compiten por ganar. En The Voice hay que trabajar y no limitarse a leer papelitos suministrados por la producción.
Los concursantes (elegidos a ciegas, sólo por sus voces, por cada uno de los entrenadores y productores) fueron eliminados en progresión decreciente (de a cuatro, de a dos, de a uno) de cada equipo, hasta que quedaron cuatro para la final.
La última eliminación (que destrozó los marcadores de ratings, arrasando con esa porquería que es Glee) parecía (comparada con cualquier función de American Idol, tan correcto y tan mediano en sus criterios de selección) un show de fenómenos circenses: de los ocho concursantes (dos de cada "equipo"), tres tenían más de cuarenta años, tres (dos mujeres y un hombre), tenían sus cabezas afeitadas, tres (dos mujeres y un hombre) eran gays y/o lesbianas (sus parejas los acompañaban), una era una niña diminuta y otra una joven de una altura inconcebible, dos (un joven y una mujer) eran obesos de manual, y uno era el pollito que hacía sufrir al gallo Claudio. Freaks.
Cada uno de ellos (y todos ellos) cantaba (infinitamente) mejor que cualquier finalista de American Idol. El capricho de las audiencias y del jurado quisieron que, en la final, quedaran estos cuatro contendientes: una lesbiana asesina que, en un callejón oscuro te provoca un paro cardíaco, totalmente rapada, tatuada y cuarentona; la chica de dos metros que hace versiones alternativas de temas dark; el negrito rapado padre de familia (representante de la "normalidad") y una lesbiana latina y musculosa que hace flexiones de brazos antes de subir al escenario y a cuyo lado Ana Lucía parecería la Bella Durmiente.
Todo está en youtube, claro, empezando por este número pasmoso desempeñado por dos de los jurados:
Sí, American Idol ya forma parte de un pasado remoto y nibelungo. El presente es The Voice, su corte de los milagros y su democracia absoluta.
domingo, 26 de junio de 2011
En el nombre del Padre
Por Daniel Link para Perfil Cultura
Es 1999 y el escritor me abre la puerta y me conduce a una sala destemplada de una vieja casona arruinada de Olivos. Todavía no lo sé, pero será el primer suicida que yo conozca en mi vida. Como no tengo estructura depresiva, y la melancolía con la que cargo se me tranquiliza al trabajar, nunca pude entender demasiado ese arrojo. Creo que alguna vez leí que hay sólo dos cosas que prohíben todas las culturas: el incesto y el suicidio. Después leí, en Benjamin, que el suicida es un héroe de la modernidad. Pero nunca consideré glamoroso ese consuelo.
Charlando con él, me doy cuenta de que tiene ideas raras, interesantes, que sabe que tenía que hacer algo más que pasar por escrito su peripecia familiar para poder sobrevivir a esa pesadilla (y sobre todo: a la pesadilla de un padre-escritor-maldito). Se queja de la plata que no tiene y yo, que siempre fui pobre, detesto ese tipo de quejas.
Nunca tuve demasiada paciencia con la gente con problemas, pero en su caso yo no me doy cuenta de que los tiene, y tan graves, aunque más de una vez me dice: “estoy enfermo, no tengo tiempo”. Para mí es sólo un apellido que evoca mi infancia cordobesa. Jorge Barón Biza (1942-2001) va a matarse y yo todavía no lo sé cuando lo conozco.
Como su novela, El desierto y su semilla (1998), me había gustado mucho (es una de las mejores novelas de los últimos veinte años, sin duda alguna), hago de su promoción una causa: le digo que ya va a ver, con el tiempo... Pero él no tiene tiempo y, como ha frecuentado casinos y ha usado tuxedos blancos, tiene una versión apocalíptica del éxito (a todo o nada: folies bergere, riviera francesa). Habría querido ser best-seller, ganar grandes premios literarios (que le negaron varias veces) y no compartir el destino de los escritores de provincia (Antonio Di Benedetto es su fantasma).
Le dedico un texto que dará la vuelta al mundo, “Un Edipo demasiado grande” (el título es impresionante, pero no es mío, sino de Deleuze): es faja de la edición española de El desierto y su semilla (ediciones 451, 2007), está traducido al italiano como “Un Edipo troppo grande” por Caminito editrice (Firenze: octubre de 2005) y como “Un Œdipe trop complexe” por Attila (París: junio de 2011, edición de homenaje a diez años de su muerte).
Cada vez que me pongo a corregir ese texto, me da pena y fastidio que él no esté acá para disfrutar de sus traducciones (igualmente, seguiría siendo pobre, porque lo publican editoriales chicas, de “buen gusto”). Y pienso, con felicidad, que soy capaz de inventar momentos de la literatura argentina y que él es mi creación más lograda. Por supuesto, me engaño (Sylvia Saítta es tanto más responsable que yo de ese “invento”).
No sé si él se daba cuenta de la importancia de su libro pero para mí es de una intensidad y una perfección rayana en lo inconcebible. Creo que el mayor mérito del libro es la relación con su vida: el modo (desconocido hasta entonces entre nosotros, tan tímidos, tan timoratos) en que se jugó la vida en esas páginas.
Tenía algo de la generación del ochenta (Wilde o uno de esos taraditos, pero de provincia, muy de provincia; casi nadie sabe lo que eso significa, el peso que implica), mezclado con algo del malditismo que le venía de su padre, Raúl Baron Biza, famoso porque le desfiguró la cara con ácido a su mujer, la madre de Jorge, porque se suicidó sin ninguna consideración hacia sus hijos y, también, porque dio a la literatura argentina alguna de sus textos más raros, que combinan el rencor y la potencia imaginativa de Roberto Arlt con una prosa que no tiene nada que envidiarle a la de Ricardo Güiraldes.
Antes de conocer a Jorge yo no había leído nada de Raúl, y si después me entretuve con sus textos afiebrados, excesivos, totalmente fuera de los registros más transitados de la literatura argentina, fue para entender mejor su vida y su obra (quiero decir: el paso de vida que es su obra, El desierto y su semilla, esa novela fulgurante que he decidido acompañar hasta el fin de los tiempos).
¿Por qué no se leen las maquinaciones literarias de Barón Biza padre (hay un “grupo de restauradores” que se empecina en rescatar sus libros y fragmentos del olvido, y Christian Ferrer es el único que, desde fuera de la institución literaria, ha examinado su obra con atención: Barón Biza, el inmoralista)?
Por supuesto, es difícil sostener su perspectiva de que las mujeres son sólo “hembras” cuya única virtud es servir de receptáculo seminal (perspectiva totalmente literaria y que no hay que confundir con una ideología de la persona). Su decadentismo y su coqueteo con la inmoralidad son ciertamente cansadores. Pero las mismas objeciones podrían oponerse a las páginas atrabiliarias de Roberto Arlt (que, encima, están peor escritas).
Y si los textos de Manuel Gálvez siguen siendo objeto de la curiosidad académica, sino por otra razón, al menos porque en su momento fueron muy leídos, El derecho de matar, que pasó de vender 5.000 ejemplares en 1933 a vender 50.000 en 1935 (y que en 1936 sufrió una adaptación teatral), merecería la misma consideración. El libro, además, tuvo la dicha de escandalizar a los moralistas de su tiempo y contra él se levantó proceso por obscenidad.
Se dirá que nada de eso importa al juicio estético y que la novela es radicalmente mala, pobre en su anécdota, demasiado chillona. ¿Pero no es acaso la “literatura mala” la que mejor deja leer las tensiones de su tiempo (precisamente porque no puede trasladarlas a un plano de composición que distorsione su sentido)? Todo lo que escribió Barón Biza padre es de ese tenor y más: sus dedicatorias son excesivas: a Dios mismo, cuando no al Papa, como si quisiera ocupar (la soberbia de su empeño no puede ser negada por nadie) el lugar de un Anticristo y no el de un hijo descarriado de la aristocracia provinciana de la que provenía.
De los muchos libros que anunció que publicaría, muchos se han perdido (se sospecha que los quemó antes de suicidarse): Lepra, Gusanos. Pero otros están allí, a la espera de alguien que los sustraiga del archivo polvoriento: Risas, lágrimas y sedas (1924), Por qué me hice revolucionario (1933-1934), Punto final (1941).
Si antes podía titubearse sobre los fundamentos de una empresa semejante, hoy ya no quedan dudas. La experiencia que llamamos El desierto y su semilla necesita de esa restitución, que pondrá en su justa perspectiva su radicalidad: “un Edipo demasiado grande”. No es que Jorge Barón Biza haya luchado contra su padre, sino que escribió el texto que él no pudo y, al hacerlo, diseñó un programa de lectura para las generaciones futuras.
El canon argentino, ya artrítico bajo el peso de la medianía pequeñoburguesa de Borges, Cortázar y sus sucesores, todavía no ha aprendido a leer esas otras lenguas que vienen de las clases muertas, de los bordes exteriores de la civilización (es decir, de la moda), del más allá de un laicismo de manual escolar, y sobre todo, desde el fondo oscurísimo de las mitologías de provincia. Eso, nada menos, quiere decir El desierto y su semilla, en las lenguas fronterizas en las que está escrita: que llueva, aunque sean lágrimas de desesperación, sobre el páramo de la literatura, para que algo nuevo germine.
sábado, 25 de junio de 2011
Primera comunión
Como son muchas las razones que tengo para desconfiar de la noción de "correo no deseado" o spam, y poco el espacio que tengo para explicarlas, me detendré en un caso que demuestra cabalmente por qué vías imprevistas nos llega la posibilidad de un pensamiento.
Sale a mi encuentro un mensaje que promociona "a national sex party" que se desarrollará en San Francisco (¡cómo no!), Tampa, Ft. Lauderdale y Atlanta. Como mi participación en ese encuentro es imposible, desecho de inmediato el mensaje y luego lo recupero porque alguna señal de alarma queda repiqueteando en mi cabeza.
Lo miro bien y el encuentro se llama CumUnion: la primera mitad del nombre escrito en blanco; la segunda, en negro, sobre un fondo celeste salpicado de manchones blancos.
Se trata, claro, de un pensamiento comunitario (de una forma de vida) que, una vez más, me hace pensar en la fatal fascinación de la cultura norteamericana con eso que nunca comprenderá bien: el catolicismo y sus dogmas —prueba de lo cual son engendros cinematográficos como Constantine (2005) o El código Da Vinci (2006).
En este caso, se trata de la Eucaristía, que se actualiza en cada misa (desde la primera: la Última Cena). El misterio eucarístico de la transubstanciación (el sacrificio sacramental como memorial del sacrificio de Cristo) une la celebración de la distribución del pan con la realidad de la comunidad cristiana, cuya vida y cuya acción se deriva íntegramente de la Eucaristía, desde la caridad social hasta el martirio. "Tomad y comed, éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados. Tomad y bebed, porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados..." (Mateo, 26: 26-29; Lucas, 22: 19-20).
Como la fiesta CumUnion es una reunión de barebackers (hombres que practican sexo sin condón) podrían aplicársele las mismas consideraciones sobre lo sagrado (la misma teología, el mismo ritual, los mismos imperativos: coman y beban) que a la Eucaristía. No en vano, la Iglesia de Roma manifiesta igual repugnancia que los barebackers al uso de preservativo.
viernes, 24 de junio de 2011
jueves, 23 de junio de 2011
¡Otra denuncia estremecedora!
"Son todos paisanos", dijo el piquetero.
miércoles, 22 de junio de 2011
El violento arte de matar
y, previendo lo peor (que deje de gustarnos), no nos hemos privado de incrementar exponencialmente nuestro archivo de series policiales. Quiero decir: policiales de verdad, donde la pregunta fundamental sigue siendo, como ayer y antes de ayer, por qué se mata.
Por fortuna, la decadencia de los demás géneros, la imposibilidad de superar el efecto post-Lost, y el final de temporada de Fringe (¡Olivia, pecado mío, alma mía, te debo un post!) han multiplicado la oferta.
De Endgame no voy a hablar más porque ya empezó a aburrirnos: el encierro como límite del detective resulta un poco insostenible para los guionistas y, aunque la simpatía de Arkadi no ha mermado, sí la de los casos para los que lo convocan.
En cambio, está muy bien planteada Case Histories, protagonizada además por una estrella de segunda línea en la saga Harry Potter, Jason Isaacs (cuyas fotos desnudo, promesas de la red, no he podido localizar). Su personaje, Jackson Brodie, alguna vez integró la fuerza policial pero ahora es un private eye que corre y corre por las calles para calmar un antiguo dolor (el asesinato de su hermana). Su ex-mujer planea mudarse a Nueva Zelanda y llevarse con ella a su hija, lo que lo atormenta. Brodie acepta todo tipo de casos, desde gatos perdidos hasta asesinatos (recuerda, en este punto, antes a Cordelia Gray que a Marlowe, aunque la caracterización está más cerca de éste). Como se le superponen los encargos, hay que ver de a dos episodios por vez, que es lo que demora la resolución de los enigmas. "Enigma" es la palabra clave, porque de eso se trata, de resolver rompecabezas usando la (poca o mucha) inteligencia que se tenga. Brodie usa algunas herramientas de última generación (hackea las bases de datos de la policía), pero por lo general lo suyo es hacer las preguntas justas y esperar las respuestas reveladoras. Así resuelve asesinatos de hace diez y treinta años que la policía ha archivado sin respuesta. Como sucede en estos casos, la intriga se sostiene sembrando pistas falsas o gracias a errores de percepción del detective, que tarda en darse cuenta de lo más evidente. Veremos si la serie sobrevive a su propio desgaste, pero pinta bien.
Paradox (2009) no lo consiguió, y en el imdb fue degradada a miniserie cuando era evidente que no lo era. Eso les pasa por pretenciosos. Es así: al laboratorio de un físico misterioso que controla un satélite empiezan a llegar misteriosamente, misteriosas fotografías. El físico convoca a la policía y pide, subrayándolo, una dectetive con imaginación, que lo considera loco porque él le dice que las fotografías anticipan algo que sucederá en un período de tiempo por venir (doce horas o cosa así). Fatalmente, terminan creyéndole y la tarea de esta fuerza especial secretísima controlada por el Ministerio del Interior es deducir de las fotografías qué va a pasar, dónde, a quiénes afectará, e impedirlo. Por supuesto, pronto aparecerán los agujeros de gusano y las realidades alternativas como explicación al alcance de la mano.
Pero más allá de ese recurso facilongo que sólo le toleraremos a guiones impecables en todos los demás sentidos, las tramas están bien armadas y, una vez más, se trata de resolver las "predicciones fotográficas" a golpes de inteligencia, riesgos interpretativos y bases de datos visuales (ese logo, aquella antena, este reflejo). Como el tiempo corre locamente, los casos se resuelven (o no, y en eso radica el suspense) sobre el último segundo. Eso sí, de impulso criminal muy poco y todo bastante obvio: la mayoría de las veces se trata de accidentes. Son cinco episodios (para pasar el invierno), siempre y cuando uno esté dispuesto a aceptar que jamás se sepa de dónde vienen las fotografías ni por qué les llegan a esta gente.
Está, también, la adaptación de una novela parece que célebre, Case Sensitive, de sólo dos episodios y (por lo tanto) escaso interés (como una película muy larga y no tan buena), pero que plantea bien las limitaciones de los detectives, la competencia inherente a la fuerza policial (como en Crime Suspect), el valor de la (mala) interpretación de los signos. La respuesta a la pregunta por el impulso criminal es pobre y, me atrevería a decir, previsible.
Y finalmente, la reina de la temporada (que acaba de terminar después de 13 episodios de calidad creciente), The Killing, versión americana-canadiense de la danesa Forbrydelsen, lo que tal vez explique su morosidad, la elección de los escenarios, la lentitud de la investigación, la rareza exhasperante de los caracteres involucrados y, por fin, la suspensión de los clichés del género.
La jovencita Rosie Larsen aparece muerta (ahogada) en Seattle (la serie está filmada en Vancouver, que parece haberse convertido en una capital cinematográfica de importancia después de que los vampiros jóvenes y estúpidos de Crepúsculo decidieran alojarse en sus alrededores). La investigación recae en Sarah Linden, quien, a punto de casarse y de mudarse a California con su hijo, lo abandona todo para resolver su último caso. Su compañero nuevo, Stephen Holder, parece incompetente (tiene una historia oscura) o, sencillamente, un traidor. Entre los dos, no pegan una. Cada capítulo avanza un día y, después de 13 días (recuérdense los tiempos de resolución de los casos más famosos de Dalgliesh o de Marlowe) no han producido sino una serie de equívocos, noticias falsas, arrestos infundados y revelaciones cada vez más oscuras.
El final de temporada es agobiante y, como no sabemos quién mató a Rosie Larsen, tampoco sabemos bien por qué la mataron, lo que nos obligará a ver la segunda temporada.
"Que se agitan como locos"
Un espacio de agitación en homenaje al gran político y empresario argentino (1950-2010)
"Hay que sacudir a los grupos de palabras hegemónicos y a las corporaciones de la belleza."
Martes a las 19:30 en barrio Retiro (desde agosto en Obelisco)
Pesos 250 por mes. Empieza el 5/7, quedan sólo 4 vacantes.
-
Santiago Llach
http://www.scribd.com/santiagollach
martes, 21 de junio de 2011
Who wants to be a bimillionaire?
Como esto no es una empresa, ni un púlpito, ni una cátedra, poco es lo que se puede sacar en limpio de un tráfico semejante, salvo la alegría de que las "cosas mías" resuenen, aquí y allá. Las entradas más vistas, listadas al costado bajo el título "Gusto popular" señalan que esas cosas van desde la carne que tienta con sus frescos racimos (¡sobre todo!) hasta un acontecimiento social y un texto (apenas uno) literario. Pero es mi propia Recherche lo que en estos vaivenes se pone en juego. Gracias, tal vez, por la compañía.
lunes, 20 de junio de 2011
Pasolineando
"El sistema convierte nuestras vidas y nuestra sexualidad en mercancías, en un ejercicio individualista de apetitos y deseos privados que son tolerados en tanto son un negocio millonario para proxenetas, empresarios del turismo, la moda y el ocio." (Julio Patricio Rovelli)
Cómo borrarse completamente
a propósito de sus dos nuevos libros, La comuna de Buenos Aires y Teoría de la noche
María Moreno juega con las palabras y manipula los textos con absoluta libertad: se aleja de las categorizaciones, desquiciando al lector ortodoxo que quiere ponerlo todo en casilleros. Uno puede ver cómo los mismos personajes atraviesan metamorfosis a lo largo de los años. O espiar lugares recurrentes como el Alex Bar, ese que aparece frente a la Plaza Miserere de Banco a la sombra y reaparece en “La pasarela del alcohol”, una de las crónicas recopiladas en Teoría de la noche. Recién editado por la Universidad Portales de Chile, este otro libro es una suerte de antología que reúne indiscriminadamente columnas publicadas hace treinta años, reportajes coyunturales de hace diez, relatos cercanos a la autobiografía y ensayos escritos el año pasado. Todos, claro, atravesados por ese estilo que transformó a María Cristina Forero en María Moreno.
¿De dónde salió esta voluntad de reciclar su propia escritura? “Es mi propiedad y la uso de nuevo; o me hago un saqueo a mí misma, me parece que es válido”, dispara ella. “Hay cosas que investigué y dije de determinada manera que me parece que no tengo que transformar cuando me vuelve a servir.”
En el prólogo de Teoría de la noche, incluso se jacta de pasar el filtro de muchos editores de diarios a quienes entregó dos veces lo mismo, con ligeras modificaciones. Celebra el halo de ese fantasma anarquista que disfruta al presentarles a las mismas empresas los mismos textos disfrazados. Algo así como un modelo Robin Hood, de reapropiación y mini-estafa.
–Es más: me parece que en mi primer libro, que ahora va a reeditarse, El affaire Skeffington, yo hacía apropiación, atribución falsa y falsificación, también, con la biografía supuesta de alguien que existió. Y a su vez es una autobiografía apócrifa, porque no creo que una autobiografía necesariamente tenga que ser autorreferencial. Prefiero el término de Daniel Link: imaginación íntima.
La entrevista completa puede leerse acá.
domingo, 19 de junio de 2011
Pero el amor es más fuerte
La gorda rubia (cada vez más gorda y cada vez menos rubia), conocida como Matt Damon, se enamora fatalmente de Emily Blunt (en fin: un personaje, del otro): es, tal vez, la única línea de sentido que la película puede sostener. ¿Cómo no enamorarse de Emily Blunt?
Ella, que ya sabe que muerto el cine sólo se sobrevive en ese mundillo de hediondeces de catacumba o de morgues (supuesto que a uno le interesara investigar la causa del deceso) gracias al encanto y la gracia, pasea ésas, sus mejores dotes, a lo largo de una película que sólo por eso es tolerable. Pero el guionista quiere que ese amor no esté previsto por el guion urdido por una potencia sobrenatural y entonces hay obstáculos (tampoco demasiados, y ninguno demasiado interesante*: la película, que ignora la grandeza, ignora por lo mismo el melodrama). Ellos los vencerán, porque el amor es más fuerte. Fin.
Ella es una bailarina contemporánea (si baila Dakota, si baila Amidala, ¿por qué no Emily?). Hay un momento adorable en el que Emily, a través de una puerta entreabierta, sacude una pierna en el aire, con un espasmo de poliomelítica, que conmoverá al espectador más endurecido.
La culpa no es de Hollywood, sino de su irremediable decadencia, su falta de sentido del humor, su pánico a toda forma de agudeza (la superposición entre guión y guión, en este caso). Y no es que Hollywood no pueda sostener hoy ficciones paranoicas (la película no es eso, ni de lejos), sino que no puede sostener comedias románticas, sin recurrir a la pesada artillería de otros géneros: la ficción paranoica como telón de fondo en este caso, la superacción más vil y más baja en el caso de Killers, sobre la que directamente conviene correr un velo de pudor).
Hollywood no sabe ya cómo sostener el amor (ligero o espeso). Tal vez nadie lo sepa, y por eso seguimos viendo, en cada repetición, Notting Hill, Notes on a Scandal (si no la pongo, Cate me mata), o Love Actually, con la melancolía del caso.
*Notablemente, todos los adyuvantes y oponentes participan del género masculino, igualmente estúpido aunque se trate de criaturas transmundanas quienes lo desempeñan.
sábado, 18 de junio de 2011
Una chispa de vida
Por Daniel Link para Perfil
Río de Janeiro es uno de los estados más pequeños de Brasil y, al mismo tiempo, uno de los más ricos. Sólo superado por el poderosísimo estado de San Pablo, es el principal productor de petróleo y gas natural (el paisaje nocturno de la ciudad está dominado tanto por las luces de la orla costera como por el Cristo del Corcovado, que parece suspendido en el aire oscuro, y la brillante plataforma petrolera estacionada en la bahía de Guanabara).
Actualmente, el estado está gobernado por Sérgio Cabral Filho, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, aliado al PT gobernante a nivel federal y cuyo principal referente, el ex-presidente José Sarney, es el presidente del Senado y, se supone, el responsable de la marcha atrás de la presidente Dilma Rousseff en su anunciado proyecto de abrir los archivos de la dictadura. “Los documentos son parte de nuestra historia diplomática, no podemos abrir esos documentos, sino vamos a abrir heridas”, habría dicho Sarney. En la perspectiva del PMDB, cincuenta años es poco, mejor es esperar cien. En un país donde no hubo Madres, ni Abuelas, ni juicios, a la presidente (presa y torturada en su momento) le pareció atendible*.
El pasado 4 de junio, en el riquísimo estado de Río de Janeiro, 439 bomberos fueron encarcelados luego de que se acuartelaran en demanda de mejoras salariales. Un bombero carioca gana menos de 1.000 reales por mes, en una de las más caras ciudades hermosas del mundo (el pasaje simple para usar el metro cuesta 3,10 reales).
Liberados gracias a la interposición de un recurso de habeas corpus concedido por la Justicia de Río, los bomberos y la policía militar organizaron una passeata (marcha) en Copacabana el domingo pasado. Colocaron en la playa, frente al Copacabana Palace, 439 globos rojos que fueron soltados en homenaje a esos “hombres de fuego”, cuya protesta fue apoyada por 27 mil personas, la mayoría de ellas vestidas de rojo, que se incorporaron a la caravana de bomberos de todo el país e incluso de Argentina, que envió representantes sindicales (pero no periodistas). Desde los balcones de la Av. Atlántica, otros tantos colgaron trapos rojos solidarios y los empleados de los hoteles, que no podían abandonar sus puestos de trabajo, lucieron distintivos rojos en sus solapas.
Se reclamaba la amnistía para los 439 bomberos, las mejoras salariales para ellos, y, aprovechando el impulso, para los trabajadores de la educación y la salud (igualmente miserabilizados, con sueldos por debajo de los 800 reales). En contra de lo previsible, ninguna consigna explotó los juegos de palabras que podrían haberse hecho con el apellido del gobernador (“filho de...”). En cambio, se insistió en que “todos somos bombeiros”, se condenó a los gritos al “governador insensível” y, por elevación, al partido que representa, sus políticas públicas y, en última instancia, sus políticas de la memoria que, como decían las remeras distribuidas por los bomberos, afectan a lo viviente: “Para o governador, você é um voto, para os bombeiros uma vida”.
*A Lula, según se supo el viernes, no.
Foto: Sebastián Freire
viernes, 17 de junio de 2011
Portmanteau
Aquí, una crónica.
jueves, 16 de junio de 2011
Exportaciones no tradicionales
miércoles, 15 de junio de 2011
Cate ataca de nuevo
"Te ví el otro día", le digo ahora. "En Hanna". "¡Ah!", se ríe. "¿No te encantó?". La película es medio un bodrio, pero está bien contada: hay una chica entrenada para matar o morir (ella misma no sabe bien por qué). Cate es la villana, como siempre... "¿Vos te das cuenta de que te toman para el churrete?", le pregunto. Se ríe: a ella no le importa mientras la dejen actuar como quiera (lo suyo es el teatro, naturalmente).
En Hanna es de una maldad asesina (y habla alemán, cómo no). Eso ya lo ha hecho (Indiana Jones, etc...), pero esta vez está con una peluca como de Marcelo Marcote (en sus peores momentos). Y se hace sangrar las encías con un cepillo de dientes mecánico. "¡Vos estás mal de la cabeza!". Se ríe: "¿Qué querés? Vos viste lo que es el cine....". Sí, ví.
Y yo estoy obligado a ver todas las películas protagonizadas por Cate Blanchett (¡pero ahora vienen dos de Hobbits!), porque ella está siempre impecable, inclusive en Hanna, donde da realmente miedo con su palidez sobrenatural y su sonrisa de tiburón enloquecido. "¿Y lo del tobogán?", me pregunta con una carcajada.... "Me imaginaba", le digo. En una escena, hacia el final de la película, cae cabeza abajo por un tobogán de metal... "Eso es taaaan tuyo".
Después, seguimos hablando de los chicos y de lo cara que está la vida...
martes, 14 de junio de 2011
lunes, 13 de junio de 2011
Nobleza obliga
¿Y los griegos?
A lo largo de dos horas, el más inteligente de nuestros dramaturgos (el más inteligente artista de su generación) desplegó una cantidad de datos y argumentos que, sin embargo, prefirió resumir en una sentencia que ponía ente paréntesis los festivales trágicos y los sufrimientos de los átridas:
Con el mar ahí, nadie puede hacer teatro."
domingo, 12 de junio de 2011
Bajo el volcán
Pola Oloixarac manguereando los techos de su mansión en las afueras de Bariloche.
las cenizas son re-exfoliantes y buenas para la piel",
declaró a través de su agente de prensa para Europa Occidental e Islas Adyacentes.
(anterior)
sábado, 11 de junio de 2011
Viajando se conoce gente
por Daniel Link para Perfil
Lo vimos en Urca y nos apresuramos a arrarstrarlo a un callejón oscuro, sin salida. MIentras S. le sostenía los brazos trabados en la espalda, yo lo abofeteaba (con la misma mano, del derecho y del revés) y lo interrogaba sobre su presencia en Río de Janeiro: "¿A qué viniste? ¿En qué andás?". Rafaeu Spregelburd sostenía su insolente sonrisa de siempre y callaba, quería callar. Pero nosotros sospechábamos que estaba en contacto con los carteles de la droga que controlan el morro de la Trinidad. Finalmente, sabiéndose sin escapatoria, confesó su misión: "Vine a comprar delanteros para mi equipo de fútbol de dramaturgos, porque si hemos de confiar sólo en Maxi Tomas, nos arrasarán hasta Los Murciélagos (el equipo de cieguitos)". Su respuesta me produjo una instantánea repugnancia y multiplicó mi desconfianza y mis sospechas: ¿con qué plata pensaba pagar esos delanteros que, con otros propósitos, también nosotros codiciábamos? ¿Estaba Spregelburd involucrado en la conexión Schoklender? Así podría comenzar una novela que, si la novela fuera todavía posible (y no una antigualla más que se cultiva en los circuitos de adoradores del Arte Antiguo y las Ferias del Libro), yo escribiría sin mayores tropiezos. Parto de una premisa de realidad: Rafaeu (así lo llaman acá) y yo (Danieu) estamos, en estos días (como tantas otras veces), en la misma ciudad extranjera, y hemos viajado con esos dineros excedentes que las sociedades destinan para estimular el tráfico de ideas. Ignoro por qué las ideas necesitan de los cuerpos para ser movilizadas más allá de las fronteras, y alguna vez Mario Bellatin intentó demostrar la banalidad de esa presunción, sin éxito: los escritores siguen viajando a costa de los contribuyentes.
No era en esto en lo que quería detenerme, sino en la enorme relación de todo lo que hago (o escribo) con la figura y la obra de Jorge Borges, esa suerte de lotería que los argentinos nos ganamos y que nos permite ir a cualquier parte del mundo y tener un nombre y unas frases que invocar, nos importen mucho o poco. Borges es el más aburrido de los escritores barrocos, cuando no el más penoso. Su pensamiento está lleno de contradicciones, efecto de su gusto desmedido por los juegos conceptuales, y su precisión de gramático muchas veces oculta una vacuidad insoportable. Pasolini, Deleuze, por citar sólo a dos gigantes admirados, no gustaban de Borges. A nosotros, para quienes todo comienza con Puig, con Copi, con Spregelburd, nos conviene soportarlo. Millaje obliga.
viernes, 10 de junio de 2011
Si no hubiera existido Borges
Sin Borges, la teoría literaria no habría encontrado una obra que le permitiera alcanzar una autoconciencia argentina: pensar problemas teóricos con textos escritos acá, como si esos textos anticiparan aquellos problemas, los adivinaran y los dejaran abiertos. Y, aunque la lengua de Arlt y la de Saer llegan de geografías originales, sin Borges no se habría escrito en ese castellano rioplatense límpido, tan criollo como cosmopolita, que (al revés de los enigmas rebuscados pero banales) sólo muestra su dificultad magistral, su desafío a la inteligencia, una vez que el lector se ha acercado a comprenderla.
La nota completa (con la que no se puede acordar totalmente), acá.
jueves, 9 de junio de 2011
martes, 7 de junio de 2011
lunes, 6 de junio de 2011
domingo, 5 de junio de 2011
Youtube, el neolítico superior
por Daniel Link para Arteforum
Elijo, para terminar, mostrarles este video, que encontré casualmente en YouTube. Se llama Los últimos días de Nietzsche y fue publicado el 28 de enero de 2007. Como ustedes saben, Nietzsche murió el 25 de agosto de 1900, víctima de una neumonía. Un año antes, una apoplejía le había provocado una parálisis y, desde 1889, cuando sufrió un colapso mental en la turinesa Piazza Carlo Alberto y se abrazó a un caballo para protegerlo de la humanidad, permaneció recluido, bajo el cuidado de su madre, primero, y de su hermana Elisabeth después, quien volvió de Paraguay en 1893, para hacerse cargo de él.
Lacónicamente, quien publicó el video agregó una cláusula polémica: “Aunque la autenticidad de este clip haya sido debatida...”. Por supuesto, no hay rastros de ese debate antes de la publicación del video, aunque con posterioridad (obedientemente) se hayan discutido sus condiciones de posibilidad en los peores términos, es decir: en términos técnicos. Las tomas en espacios cerrados eran, por entonces, imposibles, aún suponiendo la luminosidad de un verano. Y los lentes de los que se disponía impedían acercamientos (close ups) semejantes a los que aquí se ven. Conclusión: el video es una falsificación urdida a partir de las fotografías tomadas por Hans Olde (citado, también, en YouTube), procesadas digitalmente.Mi reacción (porque ya había visto a Heidegger, a Deleuze, a Derrida y escuchado a Celan en YouTube) no fue ésa, y me pregunté (la pregunta me asaltó antes incluso de poder pensarla) si se podía decidir de una pieza de archivo (que tal vez fuera una obra o cosa de arte) su verdad o falsedad (sobre todo, pero no sólamente, en tiempos de la digitalización de las imágenes).
Admitamos que la película no pudo ser rodada en su momento por razones estrictamente técnicas. Nada impide considerarla como un fruto de la imaginación (una potencia de actualización sino imposible, con certeza indefinida) que, sin embargo, llega hasta nosotros gracias a un ejercicio de anacronismo. Si el “esto ha sido” de la fotografía “sólo fue posible el día en que una circunstancia científica (el descubrimiento de la sensibilidad a la luz de los haluros de plata) permitió captar e imprimir directamente los rayos luminosos emitidos por un objeto iluminado de modo diverso”1, el movimiento y la cadencia respiratoria propios de la imagen-tiempo nos llegan por la mediación de otra circunstancia científica que no falsifica lo esencial de la intervención fotográfica, sino que la subraya por la vía de la suposición (naturalista hasta la médula) del gesto. De modo que, como la fotografía, Los últimos días de Nietzsche no dice (forzosamente) lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna lo que ha sido.
Como un poema-haiku, el video sostiene una vida impersonal, situada en un umbral más allá del bien y del mal (es decir: sobre la que no se puede predicar ni el bien y el mal). Muestra a Nietzsche durante el verano de 1899, pocos meses antes de su muerte, y no hace casi falta señalar que las fotografías de Hans Olde correspondientes a ese período han tocado, con sus luminancias2, ese cuerpo, en ese estado o, más bien, en ese trance o proceso que atraviesa lo vivible y lo vivido (de allí su aspecto de informe e inacabado).
El historiador o el bibliotecario podrán desdeñar ejercicios semejantes, pero un curador o crítico de arte debe estar atento sólo a ellos, porque constituyen el objeto de su práctica (¿no es “curar” una vigilancia atenta de lo que vive todavía?). Si la escritura es inseparable del devenir y “devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis), sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya no quepa distinguirse de (...) una molécula”3, hay que admitir que este video ha sido, al menos, escrito, y que, gracias a él, el campo potencial infinito de virtualidades configura la actualización misma de la realidad (lo que se llama “empirismo trascendental”4): lo que vemos es une vie... y por eso nos impresiona (hasta quitarnos el aliento).
“Puesto que lo que importa no es la “vida” de la foto (noción puramente ideológica), sino la certeza de que el cuerpo fotografiado me toca con sus propios rayos”5, el falsificador de YouTube encontró el punto exacto de pasaje de “la vida” a “una chispa de vida”.
Los últimos días de Nietzsche recupera no al filólogo loco, sino “la chispa de vida en él” (la vida desnuda o la forma-de-vida), como estado de suspensión inasignable, entre la vida y la muerte (lo propio de la infancia, pero también de los moribundos). Es, por eso, una experiencia que fabrica, al mismo tiempo, juegos de lenguaje y formas de vida. Las piezas de ese juego son la leve animación del brazo y la cabeza, el casi imperceptible parpadeo de los ojos, el ruido de las cigarras y el cuerpo real de Nietzsche (impreso en las fotografías de Olde). De ese cuerpo que se encontraba allí (no importa, nunca importó, cuántas capas de mediación tecnológica haya que suponer) han salido unas radiaciones que vienen a impresionarnos a nosotros (que nos encontramos aquí) como los rayos diferidos de una estrella.
En lo que se refiere a las artes de la voz y del gesto, YouTube alcanza dimensiones a las que los museos, esas instituciones decimonónicas, no pueden llegar sin falsificar la historia y la lógica del universo. El biografema borgeano “El universo (que otros llaman la Biblioteca)” alguna vez pudo entenderse como un admirable ejemplo de ficción. Su traducción actual, “El universo (que otros llaman YouTube, esa serie heterogénea de actos independientes, ese desplazamiento, esa investigación en manada de la masa), se adecua a nuestra realidad tanto como alguna vez el mundo se adecuó a la letra de la Enciclopedia de Tlön.
Buenos Aires, mayo de 2011
1 Barthes, Roland. La cámara lúcida. Barcelona, Paidós, 2009, pág. 94
2 Barthes. Op.cit, pág. 95
3 Deleuze, Gilles. “La literatura y la vida” en Crítica y Clínica. Barcelona, Anagrama, 1996
4 Deleuze, Gilles. “La inmanencia: una vida...”
5 Barthes. Op.cit.
sábado, 4 de junio de 2011
La toma de la Bastilla
Por Daniel Link para Perfil
Contra todo pronóstico, los “indignados” de Madrid continúan acampando y su tozudez ya cruzó los Pirineos y llegó a París (entre otras capitales europeas). Las fotos muestran a cientos de manifestantes en las escalinatas de la Opera de la Bastilla clamando por “Democracia real ya”. Nadie sabe en qué puede terminar una rebelión difusa como la que está recorriendo Europa, una vez que el verano se haya terminado, pero a nadie que haya seguido los debates europeos de los últimos años con una atención mínima puede sorprender una semejante adaptación de lemas criollos.
En 2001, Argentina se volcó a la calle. Los turistas cultivados y de espíritu transformador vinieron desde Europa a ver qué pasaba y se llevaron souvenirs de conciencia (con el nacionalismo pasó lo mismo: nació de este lado del Atlántico y luego los europeos, que entienden casi todo mal, adaptaron el dispositivo).
En 2007, el muy francés Comité Invisible inscribió el linaje de la revuelta en La insurrección que viene: “Nada de lo que se presenta está, ni de lejos, a la altura de la situación. Incluso en su silencio, la propia población parece infinitamente más adulta que todos los títeres que se pelean por gobernarla. Salido de Argentina, el espectro del «¡Que se vayan todos!» comienza a acosar seriamente las cabezas de los dirigentes”.
Bueno, sí, pero eso era antes: ahora los argentinos aceptamos hasta que el Estado decida por nosotros en qué momento del servicio podemos pedir el salero. Es el pasaje de la toma de la Bastilla o del Palacio de Invierno a la hipertensión como problema de Estado, es decir: el fascismo en sus formas más larvadas, que transforma la chispa de la vida en estadística poblacional. Un asco. Y una advertencia: no sea cosa que la revuelta se nos transforme en Putsch cervecero.
viernes, 3 de junio de 2011
Elogio (barthesiano) del catolicismo
Ontem, Noto; hoje, Ouro Preto (in dubio, pro Preto)...
Nos preguntamos, en estos días de loca carrera por las estradas y rodovías, por las relaciones, siempre interesantes, entre creencias y placeres. En los países católicos se come bien. En los demás, no (dejo fuera de la serie a Japón, que no conozco). Y a mayor quantum de catolicismo (delirante barroco), mayor calidad de la comida: Ouro Preto, Oaxaca, Cusco, en nuestro continente. Cualquier pueblito español, italiano o francés, en el viejo mundo.
¿Y la comida árabe? Deliciosa, sí, pero imposible pensarla como menú diario. No, hay algo del catolicismo que, necesariamente, se vuelca en la mesa: ¿la Última Cena? Las que pintaron los decoradores de Ouro Preto no ceden en disparate a las cusqueñas (pero aquí no hay cuises, sino costillas de cerdo).