viernes, 30 de octubre de 2015

Desmonte

para Gabriela Massuh


Quisiera comenzar esta celebración de Desmonte, la última novela de Gabriela Massuh, con un agradecimiento y una jactancia personal.
El agradecimiento es para Adriana Hidalgo, que nos regaló el placer, inusitado en estos tiempos, de una novela que nos da qué pensar (y no quisiera liberar a esta clásula de toda la ambigüedad que encierra).
En cuanto a la jactancia personal, Gabriela una vez me dijo (y lo repitió en una entrevista para Página/12, si no recuerdo mal), lo mucho que debía a mis libros, que la autorizaron a publicar los suyos. Yo, que no suelo caer en las trampas de la autocomplacencia, entendí a la perfección lo que eso quería decir: si vos publicás “esto” (agréguense cuantas comillas se quiera) bien puede cualquiera publicar lo que le venga en gana. De modo que de pronto mis novelitas, de escaso mérito salvo para mí, adquirían una propiedad fija, un valor (podría decirse) inconmovible: habían desencadenado las novelas de Gabriela Massuh.
¿Cómo no iba yo a ser feliz cuando leí La intemperie que es (al menos para mí) la mejor novela de la crisis argentina y una de las mejores de lo que va del siglo? ¿O cuando leí La omisión, la segunda novela de Gabriela? Digan lo que quieran de mis libros, pero sepan que son, por lo menos, una de las condiciones de posibilidad de Gabriela.
Ahora tenemos entre nosotros Desmonte, una novela que aparece en el momento justo (al final de una era desquiciada), y que recupera el proyecto de Gabriela Massuh: volver a contar, abrirse al mundo e incluso amar desesperadamente el mundo y el presente, porque, nos había advertido Gabriela cuando apareció La omisión, “necesito que lo que escribo se abra al mundo y se ventile”.
Desmonte es una novela cuya estructura está sostenida, como en un cuarteto de cámara, en cuatro cuerdas (que aluden además a cuatro tiempos): la cuerda propiamente literaria, donde se discute con Borges, Carlos Argentino Daneri y con César Aira una cierta concepción de la literatura, una idea de “campo literario” podría decirse; la cuerda regionalista, que relaciona la novela con una de las grandes corrientes de la narrativa latinoamericana, sepultada por la tecnificación narrativa de los años sesenta y sus ideologías metropolitanas, pero que sobrevivió todavía en algunas novelas del boom; la cuerda intimista, que examina hasta sus últimas consecuencias una conciencia atormentada, la de la protagonista; y la cuerda comunitaria, que trata de encontrar respuesta a la aniquilación total de las comunidades, no sólo las comunidades rurales, cuya agonía se deja oir en la segunda cuerda, sino la comunidad familiar, la comunidad amorosa y, en particular, de manera obsesiva, la comunidad de los ausentes. Ésa es la cuerda más sombría de toda la novela; la del regionalismo, con su lamento fúnebre por la destrucción de los paisajes (los paisajes que Gabriela y yo amamos con la misma intensidad) es la más grave; la cuerda intimista es la más aguda: chirría y está todo el tiempo a punto de quebrarse, y la cuerda literaria es la más brillante, la que va escandiendo los contratiempos de las otras.
El resultado es una textura contaminada, como le gusta a Gabriela, cuyos bordes precarios se difuminan, como se difuminan lo testimonial y lo ficcional, lo propio y lo ajeno, la ficción y la vida. No hay cortes nítidos, sino umbrales de indiferenciación: el final es abierto, porque así es la vida, y muchos de sus pormenores son previsibles, porque, después de todo, la vida es también así y de lo que se trata es de sostener lo viviente en un instante de peligro que nunca fue tan grave como ahora.
La intemperie ya había cruzado con gran delicadeza los hilos de lo íntimo y de lo público, trenzando en un mismo proceso el desmoronamiento del Estado, del arte y de una conciencia. Más distanciada (porque está narrada en tercera persona), Desmonte agrega planos, ensancha el mundo, describe, sostiene diálogos, desarrolla todo el aparato novelístico que los demás escritores, por pereza o por incapacidad, decretamos caduco, denuncia la destrucción de la tierra y de la yunga con la complicidad de los caciques provinciales (recuerden que en las últimas décadas, Argentina perdió el 20 % de sus reservas forestales a un ritmo que coloca al país a la cabeza de los procesos de desmonte), el arrebatamiento de lo vivo y la producción en masa de miseria, canta la canción de la tierra y lo hace desde el corazón mismo de un campo literario que parece haber renunciado a su capacidad para intervenir en los asuntos de este mundo: novela de la tierra, novela de conciencia, novela de comunidad, novela realista.
Todo eso y mucho más es Desmonte porque, ahora que me doy cuenta, he entrado en esa majestuosa novela por una puerta que estaba abierta sólo para mí.
Ahora, voy a cerrarla.


No hay comentarios.: