miércoles, 5 de octubre de 2005

Diario de rodaje



El sueño de los héroes. Un diario de rodaje

Por Daniel Link
Fotografías de Sebastián Freire


Un joven muy producido (y los rasgos físicos de una provincia argentina) se me acerca en la puerta del Bar Oviedo, sobre Pueyrredón (a metros de Santa Fe), y me pregunta (porque piensa que algo tengo que ver con el rodaje de Ronda nocturna, con mi anotador en la mano y mi aire seguramente reconcentrado sobre el papel): "¿Qué están haciendo?". "Una película", contesto. "¿Para qué canal?". "No es para TV, es para el cine". "¿Quién la dirige?". "Edgardo Cozarinsky". Mira un poco la preparación de la escena y sigue: "¿Eso qué es? ¿La cámara?". "No, el micrófono". "¿Cuál es el protagonista?". Le miento, porque no quiero comprometer al actor, diciéndole que no está presente. El joven se retira, mariposea alrededor del grupo, se entera aproximadamente de cómo será la escena que va a rodarse. Al rato vuelve, ofuscadísimo, y me dice, como si fuera un indicio de la decadencia del mundo y de las artes: "¿Sabés qué pasa? A ese pibe le falta calle. Para esto (sin que se sepa bien qué es esto, aunque supongo que se refiere a la profesión de taxi-boy, que él debe de ejercer y no al arte cinematográfico) hace falta calle".
La escena sucedió a finales de mayo de 2004, durante la segunda semana de rodaje de Ronda nocturna, la película con la que Edgardo Cozarinsky volvió a Buenos Aires y que se estrenó un año después en Buenos Aires, y al que tuve el privilegio de poder asistir como testigo mudo.

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Casi toda Ronda nocturna fue filmada en la calle, de noche, entre las 9 y las 6 de la mañana, durante 7 semanas. Todos esos freaks (taxi-boys, transexuales, mendigos de la noche) acompañaron el rodaje de la película con curiosidad cinéfila. Cozarinsky (consciente del narcicismo que sucita el cine) a todos los trataba con coridalidad pero al mismo tiempo con distancia. Ronda nocturna no es una película a la Pasolini que admitiera ragazzi di vita entre "los nuestros" (como llama Cozarinsky a su equipo: los freaks nuestros). Toda ella ha sido pensada, diseñada y, por lo tanto, sólo actores tienen cabida en el rodaje. (19/5, medianoche)

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En la esquina de Santa Fe y Pueyrredón, cuando la mayoría de la gente ya se ha retirado de la calle rumbo a sus casas, aparecen los otros, los cartoneros que casi nadie quiere ver y que sin embargo siempre están allí como formando parte de un paisaje al que nos hemos acostumbrado demasiado. "Si hay miseria, que no se note", se dijo siempre en Argentina. Y la mejor forma de no notarla es volver irreales a esos personajes que son el índice de lo que Argentina ya nunca volverá a ser. Una familia de cartoneros se cruza con el equipo de rodaje. Arrastran un carro de supermercado pletórico de cartones y papeles que venderán la mañana siguiente en los centros de recolección y reciclado. Se quedan observando la escena (no una de las escenas que integrarán la película, sino el espectáculo de esa banda de iluminadores, maquilladores y productores que deciden la toma). Pasa otra familia de cartoneros. Los niños de doce o trece años que integran cada una de las miserables caravanas se saludan porque seguramente se conocen. Uno le pregunta al que estaba antes en su puesto de observador: "¿De qué es la película?". Recibe como respuesta: "Si filman acá debe ser una de putos". (fines de mayo de 2004)

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Para Cozarinsky, el casting es fundamental en el cine (mucho más que la actuación, que como todo el mundo sabe, sólo sobrevive en los escenarios, pero no en los sets). De su protagonista, Gonzalo Heredia, le impresionó sobre todo la respuesta a la pregunta inocua "¿De lo que hiciste hasta ahora, de qué te sentís orgulloso?". Muy serio, Heredia le contestó que no podía sentirse orgulloso de nada que hubiera hecho porque todo lo que había hecho le parecía bastante malo. La umilitas como condición del artista y del arte.
Ninguna de las personas que integran el equipo (incluido Cozarinsky) sería capaz de sostener algún tipo de jactancia respecto de su obra. Todos ellos saben que cada cosa que hacen es una acrobacia sin red y que nada podrá salvarlos salvo un proyecto futuro, la obra que vendrá.
Hablo con un actor. Me dice: "No hice mucho hasta ahora. Yo vivía en Bariloche y me dedicaba a entrenar perros para que buscaran personas perdidas en la nieve, a educarles el olfato. Un día me quebré una pierna esquiando y se me acabó lo de los perros. Así que me vine a Buenos Aires y como en mi familia hay mucho teatro me dediqué a esto". Reviso su apellido. Le pregunto si es algo de Antonio Cunil Cabanillas, el maestro de actores cuyo nombre homenajean una sala del Complejo Teatral San Martín y la Escuela Nacional de Arte Dramático. "El nieto", me contesta. (junio de 2004)

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Va a rodarse una escena en un hotel. Ante la puerta de la suite habrá un guardaespaldas porque, se supone, dentro vive (o está de paso) un "embajador". Hablo con el actor, que también hace trabajos como personal de seguridad para restaurantes de categoría. Cada uno de sus brazos tienen el grosor de la pierna de un hombre corriente. "Es que lo mío es la persuasión", se justifica. "El teatro me ha enseñado mucho. Por ejemplo, a manejar las situaciones con sutileza". (junio de 2004)

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Buscando locaciones, Cozarinsky llegó a un club de swingers llamado Reina Loba. El nombre no pierde su misterio, pero al menos se carga de sentido cuando tocan timbre. Lo que suena no es un timbrazo sino un aullido de loba en celo. El encargado del lugar, después de escuchar el proyecto de película mira seriamente al director y le señala, admonitorio: "Para eso hace falta alguien que haya gastado muchas suelas" (mayo de 2004)

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Tiene algo extraño Buenos Aires. Si Ronda nocturna se propone hablar de la irrealidad de una ciudad (a partir de la superposición de dos registros: el registro realista y el registro fantástico), en algún sentido es porque se propone tematizar ese aire fantasmal que se ha vuelto tan característico de Buenos Aires después de la crisis de 2001. Frente a una casa que vende zapatillas en la esquina de Riobamba y Santa Fe, el equipo de filmación se cruza con otro equipo (éstos son músicos cargados de equipos de sonido y de grabación que salen de Tower Records). Es como un plano imaginario en el que por un momento pareciera que Buenos Aires es la capital de una remota república de las artes. Tal vez sea así: expulsada Argentina del concierto de naciones industrializadas, lo único que nos queda en el campo de la producción especializada es la cultura industrial (y el arte que de ella se deduce).
Para los habitantes de Buenos Aires la ciudad se ha convertido en un gigantesco set de filmación, un estudio de grabación permanente, una pasarela perpetua. Eso, como el turismo, forma parte de la irrealidad de todos los días. Ronda nocturna tal vez sea un síntoma de esa sensación y un intento por apresar esos fantasmas. (junio de 2004)

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Un auténtico taxi-boy con parada en Santa Fe y Pueyrredón, que me ha visto varias veces dando vueltas por la esquina, finalmente me dirige la palabra. Sin saber qué hago yo ni testigo de qué cosa creo ser, me dice, refiriéndose a los camiones y buses cargados de gente que acaban de llegar: "Están haciendo una obra de teatro". No se equivoca. Alguna vez habrá una película llamada Ronda nocturna, pero por el momento el rodaje es en sí mismo la experiencia estética que cuenta: una obra de teatro, una performance urbana, una manera de intervenir el espacio con los cuerpos. Maxi, mi amigo taxi-boy, a quien veré durante varias noches, me ofrece sus servicios, que me veo obligado a rechazar con tanta delicadeza que parezco aceptarlos para un futuro incierto. "Bueno, cuando quieras", me dice. "Ya sabés que te hago descuento". (19.05.2004)

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Última noche de rodaje, en un hotel. Todo el equipo de producción amontonado en una habitación mientras se prepara una escena en la habitación contigua, de la que se oyen las voces de los utileros armando la escena. Cada tanto alguien saca una foto. Cada tanto alguien conversa. Todo en un susurro, para no molestar a los verdaderos huéspedes del hotel. Todo en un susurro, como si hubiera fantasmas de verdad. En el cuarto contiguo, una discusión sobre cómo se prepararán las lineas de cocaína (que son en verdad de azucar impalpable) y el ángulo en que la cámara tomará la acción.
Mientras todo esto sucede, el actor protagónico, alejado del mundo, se dedica a estudiar la guía telefónica. (junio de 2004)


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Última noche de rodaje. A partir del día siguiente, comienza la posproducción. El montaje se hará en Francia. La sonorización y la edición de sonido, en Buenos Aires. Para Cozarinsky, empieza la depresión. "Por lo menos para mí, que soy una persona solitaria, un rodaje significa un cambio profundo. Estar rodeado de personas, aún cuando no tenga con ellas relaciones de gran intimidad, funciona como una contención muy especial. Saber que a partir de mañana voy a estar solo de nuevo me deprime". En el final del rodaje de su película anterior, Crepúsculo rojo, Marisa Paredes se burlaba amablemente del estado de dicha de Cozarinsky durante el rodaje con la pregunta "¿Qué es, un emperador romano?" (junio de 2004)


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Ronda nocturna
(2005), la película de Edgardo Cozarinsky, fue estrenada durante la última versión del Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), ese evento mezquino en el que no se sabe bien si en él la excentricidad se vuelve frívola o la frivolidad, excéntrica. La sola idea de "cine independiente" es una abominación conceptual. ¿Independiente de qué? ¿De los intereses de los grandes estudios? ¿Es que hay tales "grandes estudios" en Argentina? ¿De la política? ¿Es que acaso hay, etc.?
Lo que se llama "cine independiente" es lisa y llanamente cine débil, que no puede competir por el público con ninguna película mainstream. Si los planificadores y administradores culturales tuvieran verdadero coraje o vocación de disidencia, el festival sería de cine "experimental?. Pero no, "independiente" y "barato" (porque baratas son las producciones y, también, las entradas) sirve para corroborar que el "cine de entretenimiento" no es "cine de verdad" y que los verdaderos amantes del séptimo arte son capaces de someterse a las torturas que los fieles del Bafici son capaces de soportar en haras de un arte que nunca debió existir.
Además, todo sucede en ese lugar espantoso llamado "El Abasto" donde la clase media celebra sus fastos, al que cuesta llegar, al que cuesta entrar, del que cuesta salir y en el que cuesta, sobre todo, estar. Lo que en el contexto del Bafici se llama "cine independiente" no es sino la frutilla que adorna la torta de la especulación inmobiliaria en Buenos Aires. El público que concurre al Bafici (lo sepa o no) no
hace sino legitimar el estado horrible del mundo y de las artes.
Ronda nocturan
no es un ejercicio de "cine independiente". Es un ejercicio de inteligencia, y es una experiencia estética (radical), una experiencia particularmente notable porque es capaz de sacar sus mejores virtudes de aparentes defectos, cosa que sólo puede decirse del cine de los grandes.
Daré sólo un ejemplo: la historia, por necesidades de guión, debe transcurrir un 2 de noviembre. Por razones que escaparon a la voluntad de su director, no pudo filmarse sino durante un mes de junio particularmente frío.
Yo, que estuve en ese rodaje, tenía una curiosidad enorme por ver cómo iba a verse esa incongruencia climatológica en el film. Pensé que tal vez no se notara tanto. Lo cierto es que se nota: es un 2 de noviembre y hace frío. Ahora bien, como Edgardo Cozarinsky nunca quiso hacer una película "realista", la incongruencia de la fecha y el frío no hace sino crear una atmósfera de irrealidad que, por razones que tienen que ver con la resolución de la película (el día de todos los muertos, aquéllos que ya no están entre nosotros salen a buscar, para llevarse con ellos, a las personas que amaron) pero también con el clima del que Ronda nocturna se hace cargo, sólo pueden favorecerla, porque de eso habla (de la irrealidad, de lo imaginario, de la nihilización del mundo), entre otras cosas. Yo recibí el sentido de lo que estaba percibiendo mucho después de haber naufragado en mi propio llanto.
De discordancias semejantes, el film de Cozarinsky (que antes que ninguna otra cosa, antes que uno de los mejores escritores argentinos, es, sobre todo, una persona inteligente y sensible) está lleno.
Cozarinsky (autor de la compilación clásica Borges y el cine) sabe que el cinematógrafo es una experiencia de pensamiento encarnado (lo sabe también respecto de la literatura) y ha reflexionado sobre cómo es esa encarnación del pensamiento que llamamos cine. A la par del estreno de su película, el autor publicó el guión de Ronda Nocturna (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2005), precisamente para potenciar esa experiencia estética que había comenzado como un texto escrito, continuó con una experiencia dramática callejera y terminó como un relato audiovisual.

Ronda nocturna
se llama así porque evoca, deliberadamente, a Rembrandt. El cineasta y su equipo, dice Cozarinsky, son como esos conjurados que atraviesan la noche con una linterna, no para iluminar (porque la luz, en Rembrandt y en Cozarinsky, viene de todas partes, de cualquier parte) sino para guiarse en un laberinto de signos. Es una ciudad (objeto a la vez del amor y del extrañamiento, como sucede siempre que se trata del amor) lo que Cozarinsky quiso entregar como un don a sus espectadores (también: a sus lectores). La ciudad de la noche.
Alan Pauls declaró que Cozarinsky había hecho por Santa Fe y Pueyrredón lo que Borges con Palermo Viejo. Se puede estar de acuerdo o no con un pronunciamiento semejante (que adolece de una simetría tal vez irreparable), pero en todo caso Pauls pudo ver que Cozarinsky estaba haciendo algo con Buenos Aires que había que entender como una operación desusada, y necesaria. (16.04.2005)

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Los personajes que presenta Cozarinsky en su ronda aparecen levemente distorsionados (desde el comienzo, y hasta el final). Uno de esos personajes, un comisario, despertó la ira unánime de la crítica cinematográfica especializada en vilezas. Que el comisario es demasiado malo, o que es tan malo que no se entiende cómo el personaje principal confía en él, o que no debería presentarse a los comisarios como malos porque eso constituye un cliché. Como si Cozarinsky se hubiera propuesto documentar el hecho y la opinión de que los comisarios son malos y corruptos. Nadie parece haber escuchado el diálogo en el cual el amigo de Victor, el personaje principal, le dice que tiene que escapar del comisario porque está enamorado de él. Nadie parece darse cuenta de que el comisario es un comisario enamorado y que más allá de la catadura moral del sujeto de lo que se trata en ese momento de la historia es de la violencia de un amor sin retorno posible. (20.04.2005)

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"No puedo dejar de pensar que Ronda nocturna seria una película mucho más satisfactoria si hubiese sido filmada desde el punto de vista de los embajadores que contratan a los taxi boys", escribe Manuel Trancón en la revista El amante del mes de mayo de 2005. ¿Por qué el crítico no puede dejar de pensar eso, salvo por prejuicio homofóbico? "Se nota que Cozarinsky no se siente nada cómodo con ese mundo", agrega el crítico. ¿Acaso alguien puede sentirse cómodo con ese mundo, con el mundo? ¿Y acaso Cozarinsky hizo esta película por encargo y con mandato de comodidad?
Cozarinsky fue a buscar algo al mundo. Si lo encontró o no es algo que sólo él podrá decir, pero lo cierto es que, al ver Ronda nocturna, nosotros somos testigos de esa busca. Y le agradecemos que nos haya dejado participar del rumbo de sus pensamientos. (14.05.2005)

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La película de Cozarinsky no es testimonial, sino fantástica. Habla del amor, y de la muerte. Se llama Ronda nocturna, como un cuadro de Rembrandt, y aspira a esa misma grandeza. Y sus personajes, casi todos ellos, dicen una sola cosa: "Nadar sabe mi llama la agua fría,/ y perder el respeto a ley severa". (14.05.2005)

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