Por Daniel Link para Perfil
Parece que el Sr. Massa se sacó una
foto con un político del Partido Radical y el asunto causó cierto
revuelo periodístico. No me explico demasiado bien por qué.
Una vez me sacaron una foto con el Sr.
Alfonsín, cuando ya no era presidente, y otra vez con el Sr. Mario
Vargas Llosa. Las simpatías para con uno y otro eran bien
desiguales, pero en ningún caso se me ocurrió negarles el saludo a
ninguno de los dos ante los flashes. Hoy por hoy, parece que posar
para una foto es una declaración de principios y, si uno se deja
fotografiar con tal o cual persona eso implica un alianza más o
menos indestructible (y sin embargo, la gente sigue casándose,
sacándose fotos, divorciándose, quemando fotos o borrándolas de
sus dispositivos de almacenamiento).
La foto no retiene más que un instante
de presente y aunque lo haga para siempre (ésa es una de sus
cualidades más raras) lo que importa más de la fotografía es cómo
se relaciona la luz que toca los cuerpos retratados con la pupila del
que mira luego las fotos. Esa instancia táctil de la fotografía,
tan sutil que a veces la olvidamos, es algo que los diseñadores de
imagen no tienen en cuenta: piensan que hacer posar para la foto a
tal con cual provoca saltos cualitativos en las simpatías de los que
ven la foto (hacia arriba o hacia abajo, tanto da). Pero en verdad lo
que sucede es muy diferente, porque lo que se ve, cuando dos personas
que no comparten el mismo espacio se tocan, es un instante de peligro
de unas fuerzas políticas que habitualmente no se tocan. El tacto
entre esos cuerpos que vemos en la foto no significa ni acercamiento
ni alianzas especiales sino el derrumbe cualitativo de los espacios
que antes los contenían.
Es como si después de un terremoto
devastador un fotógrafo avispado tomara una instantánea de un
encuentro fortuito: la biblia y el calefón, que han quedado sin
dueños y, también, sin destino cierto. Lo irremediable.
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