Tenía ganas de escribir sobre los
nuevos modos de consumo televisivo, que en jerga del ambiente se
llaman “no lineales”, porque no suponen una programación día a
día ni semana a semana, sino que permiten que el espectador vea
según su propio ritmo lo que quiere ver.
Sea. Ya con esta innovación podríamos
darnos por satisfechos, pero.... no. Siempre queremos más: por
ejemplo, quisiéramos que la programación de Netflix no fuera tan
mediocre, de una mediocridad tan alarmante como la complacencia de la
crítica periodística que no deja de recomendar cada uno de los
desatinos que la página o aplicación lanza día a día, semana a
semana.
Naturalmente, una cosa son las cosas
que Netflix aloja como archivo (digamos, por ejemplo, Lost,
que acabo de ver nuevamente, esta vez en maratones exhaustivas) y
otra cosa son las producciones de Netflix, incluso las más
celebradas, que no son sino recombinaciones hechas a partir de restos
del pasado. Ejemplarmente: Stranger Things, ese compendio de
lugares comunes del cine de los años ochenta que la serie remixó
sin gracia alguna. O el atrevimiento (y fenomenal fracaso) de Star
Trek: Discovery, que introdujo tantos desatinos en el universo
trekkie que al final de todo Spock tuvo que reclamar a la
Federación una ordenanza que dijera: “de esto hay que olvidarse y
quien quiera hablar de esto será acusado de alta traición”. ¡Ah,
claro!
De las películas no digo nada, porque
tienen una gran virtud: sirven para dormirse. No hay “producción
original” de Netflix que se salve, hasta ahora, de la ignominia, la
pereza intelectual, el burocratismo fílmico.
Amazon, en
ese sentido, demuestra que no todo tendría que ser así. Fleabag
(coproducida por Amazon y BBC Tres) es extraordinaria. The
Marvelous Mrs. Maisel, también.
Good Omens, también
coproducida con la BBC, parece buena al principio pero después se
revela como una porquería (la culpa es del libro en la que está
basada). Transparent
tiene un tono extraño, pero la serie no es del todo despreciable.
Estamos
en los albores de un nuevo estilo de mirar televisión. Pero mientras
la prensa especializada no abandone su complacencia para con las
porquerías que se nos ofrecen, no habremos ganado demasiado salvo el
derecho a revolver nuestra propia basura.
Una no va a rasgarse las vestiduras
para apoyar a los gerontes de Hollywood, pero el futuro no puede ser
más mediocre que el pasado, señores de Netflix.
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