sábado, 12 de septiembre de 2015

Albertina Carri, artista de nuestro tiempo


Por Daniel Link



La cruz, que iba a constituir el diagrama de una de las dos instalaciones (soberbias, imperdibles) que Albertina Carri está mostrando desde ayer (y hasta el 23 de noviembre) en el Parque de la Memoria, está desplazada y ahora sirve como diagrama de una vasta obra en la que Albertina viene trabajando desde hace años y que ha ido entregando parte por parte, como un work in progress que, ahora, se nos revela en todo su esplendor.

Uno de los ejes de esa cruz agrupa “Investigación del cuatrerismo” (dedicada a Roberto, su padre desaparecido y a su libro Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, 1968) y “Punto impropio” (dedicada a Ana María Caruso, su madre desaparecida y a las cartas que le mandó desde el cautiverio). El otro eje agrupa “Allegro”/ “A piacere” (dos instalaciones sonoras en las que el puro sonido de unos proyectores subraya la ausencia de proyección) y “Cine puro” (una instalación sobre las imágenes borradas, inexistentes o diluidas en los archivos cinematográficos). 

En modo alguno podría pensarse que un eje temporal se corresponde con el pasado (los padres desaparecidos, esa herida) y el otro al presente (el quehacer cinematográfico): son dos formas diferentes de la presencia-ausencia, de lo que queda de uno cuando la materia de la memoria (las imágenes y los cuerpos) como el soporte (los sonidos y la película, es decir el celuloide) se ponen bajo la lógica de la desaparición, cuando no de la destrucción. Es decir, cada eje muestra una persistencia diferente del pasado en el presente. Y ese pasado que persiste es, en todo los casos, una memoria rota, fragmentada, velada.

De Isidro Velázquez hubo un proyecto de película, perdida e irrecuperable. Las cinco pantallas que Albertina pone a dialogar para "ilustrar" el texto que escribió a propósito de esas imágenes desaparecidas no alcanzan el estatuto de película, y se instalan en el umbral de lo que no puede tener plena representación (es decir: ninguna representación).

"Punto impropio" filma con microscopio el trazo materno sobre el papel y lo proyecta en una luna flanqueada por los nombres de la madre (que son, también, los nombres de la Concepción).

Estas instalaciones subrayan, en efecto, diferentes aspectos de una misma majestuosa meditación sobre el presente (escrito en negro al fondo de la sala donde se han montado sus piezas) y la propia (impropia) voz: Albertina lee las cartas de su madre, pero es Elena Carri-cajo quien lee el texto furioso que Albertina le dedicó a su padre. En ese juego de voces cruzadas se deja leer un amor extraño por algo que no se sabe bien qué es (¿el roce de unos cuerpos, unas voces sepultadas por los tiempos, la mirada atónita de una escena primitiva transformada en un vacío puro y becketiano?) pero que está allí y nos arrastra con él y lloramos cuando nos damos cuenta de nuestra propia ignorancia en relación con el sentido del mandato repetido de la madre: "Portate bien". No en vano el ejercicio total que Albertina nos regala llevan las marcas de Beckett y de Proust: Operación fracaso y el sonido recobrado.  

Pero además de eso (¿hay "además" del amor y algo más que el vacío contra el cual se recorta?), se deja leer una compleja estrategia de (in)definición de los géneros, que Albertina ya había apuntado en otra parte (el texto preparatorio de "Punto impropio"): la madre no pudo tener obra porque era mujer, y porque estaba casada con un intelectual prometedor y furioso: sus cartas son la no-obra, la desobra (pero nunca, ni aún en la oscuridad que constituye su circunstancia de escritura, la desesperanza). 

Con Operación fracaso y el sonido recobrado y la piezas que incluye (cada una con diferente nombre, lo que es, eso también, una teoría de los nombres y de la nominación queer) Albertina nos regala no la mejor de sus obras (porque si bien lo que hemos visto está del lado del don, no se pone del lado de lo obrado), sino el más alto pensamiento sobre la desaparición, la memoria, las relaciones de clase y de género. 

Si fuera obra, sería una obra maestra. Como no es obra, es un llamado que no tiene comparación en el paupérrimo escenario del arte (de cualquier arte, incluida la literatura) contemporáneo.

Vayan, gocen, rían y lloren. Aprendan.


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