Por
Daniel Link
La cruz,
que iba a constituir el diagrama de una de las dos instalaciones
(soberbias, imperdibles) que Albertina Carri está mostrando desde
ayer (y hasta el 23 de noviembre) en el Parque
de la Memoria,
está desplazada y ahora sirve como diagrama de una vasta obra en la
que Albertina viene trabajando desde hace años y que ha ido
entregando parte por parte, como un work
in progress que, ahora, se
nos revela en todo su esplendor.
Uno de
los ejes de esa cruz agrupa “Investigación del cuatrerismo”
(dedicada a Roberto, su padre desaparecido y a su libro Isidro
Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, 1968)
y “Punto impropio” (dedicada a Ana María Caruso, su madre
desaparecida y a las cartas que le mandó desde el cautiverio). El
otro eje agrupa “Allegro”/ “A piacere” (dos instalaciones
sonoras en las que el puro sonido de unos proyectores subraya la
ausencia de proyección) y “Cine puro” (una instalación sobre
las imágenes borradas, inexistentes o diluidas en los archivos
cinematográficos).
En
modo alguno podría pensarse que un eje temporal se corresponde con
el pasado (los padres desaparecidos, esa herida) y el otro al
presente (el quehacer cinematográfico): son dos formas diferentes de
la presencia-ausencia, de lo que queda de uno cuando la materia de la
memoria (las imágenes y los cuerpos) como el soporte (los sonidos y
la película, es decir el celuloide) se ponen bajo la lógica de la
desaparición, cuando no de la destrucción. Es decir, cada eje
muestra una persistencia diferente del pasado en el presente. Y ese
pasado que persiste es, en todo los casos, una memoria rota,
fragmentada, velada.
De
Isidro
Velázquez
hubo un proyecto de película, perdida e irrecuperable. Las cinco
pantallas que Albertina pone a dialogar para "ilustrar" el
texto que escribió a propósito de esas imágenes desaparecidas no
alcanzan el estatuto de película, y se instalan en el umbral de lo
que no puede tener plena representación (es decir: ninguna
representación).
"Punto
impropio" filma con microscopio el trazo materno sobre el papel
y lo proyecta en una luna flanqueada por los nombres de la madre (que
son, también, los nombres de la Concepción).
Estas
instalaciones subrayan, en efecto, diferentes aspectos de una misma
majestuosa meditación sobre el presente (escrito en negro al fondo
de la sala donde se han montado sus piezas) y la propia (impropia)
voz: Albertina lee las cartas de su madre, pero es Elena Carri-cajo
quien lee el texto furioso que Albertina le dedicó a su padre. En
ese juego de voces cruzadas se deja leer un amor extraño por algo
que no se sabe bien qué es (¿el roce de unos cuerpos, unas voces
sepultadas por los tiempos, la mirada atónita de una escena
primitiva transformada en un vacío puro y becketiano?) pero que está
allí y nos arrastra con él y lloramos cuando nos damos cuenta de
nuestra propia ignorancia en relación con el sentido del mandato
repetido de la madre: "Portate bien". No en vano el
ejercicio total que Albertina nos regala llevan las marcas de Beckett
y de Proust: Operación
fracaso y el sonido recobrado.
Pero
además de eso (¿hay "además" del amor y algo más que el
vacío contra el cual se recorta?), se deja leer una compleja
estrategia de (in)definición de los géneros, que Albertina ya había
apuntado en otra parte (el texto preparatorio de "Punto
impropio"): la madre no pudo tener obra porque era mujer, y
porque estaba casada con un intelectual prometedor y furioso: sus
cartas son la no-obra, la desobra (pero nunca, ni aún en la
oscuridad que constituye su circunstancia de escritura, la
desesperanza).
Con
Operación
fracaso y el sonido recobrado
y la piezas que incluye (cada una con diferente nombre, lo que es,
eso también, una teoría de los nombres y de la nominación queer)
Albertina nos regala no la mejor de sus obras (porque si bien lo que
hemos visto está del lado del don, no se pone del lado de lo
obrado), sino el más alto pensamiento sobre la desaparición, la
memoria, las relaciones de clase y de género.
Si
fuera obra, sería una obra maestra. Como no es obra, es un llamado
que no tiene comparación en el paupérrimo escenario del arte (de
cualquier arte, incluida la literatura) contemporáneo.
Vayan,
gocen, rían y lloren. Aprendan.
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