Por Daniel Link para Perfil
Lohana
Berkins no nació en Pocitos (Salta) en 1965 sino cuando eligió ese
nombre y una manera de relacionarse con el mundo. Para mí será siempre como la
Pachamama, gorda y con unas tetotas gigantescas que le gustaba
refregarme cada vez que nos veíamos y se lo decía.
Nos
encontrabámos ocasionalmente, en marchas reivindicativas, en
cumpleaños o casamientos y siempre me saludaba con una mirada entre
pícara y tímida. Por supuesto, era mucho más que eso: salvaje y
aguerrida, lo que se deja leer en la última carta que escribió:
“Queridas
compañeras, mi estado de salud es muy crítico y no me permite
reunirme personalmente con ustedes. Por eso quiero agradecerles sus
muestras de cariño y transmitirles unas palabras por medio de la
compañera Marlene Wayar, a quien lego esta posta. Muchos son los
triunfos que obtuvimos en estos años. Ahora es tiempo de resistir,
de luchar por su continuidad. El tiempo de la revolución es ahora,
porque a la cárcel no volvemos nunca más. Estoy convencida de que
el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro
impulso para cambiar el mundo. Todos los golpes y el desprecio que
sufrí, no se comparan con el amor infinito que me rodea en estos
momentos. Furia Travesti Siempre. Un abrazo”.
“El
motor del cambio es el amor” junto con “Furia Travesti Siempre”:
en esa tensión existió Lohana. Yo la recuerdo siempre alegre, pero
también temible. Una líder natural del movimiento trans, y mucho
más: una lider de las reivindicaciones cualesquiera (género, raza,
clase). Las cosas que decía Lohana, a lo mejor, podría haberlas
dicho otra persona, pero sólo ella podía arrastrarnos a todxs.
Mauro Cabral recuerda un encuentro internacional al que fueron
juntxs: no había ningún panel trans. Ella dijo: no habla nadie
hasta que no armen un panel. Nadie habló, por supuesto, hasta que lo
armaron.
En
una marcha del orgullo, nunca supe bien por qué, ella convocó a una
contramarcha, que se oponía a la “mainstream”. Nos arrastró
ciegamente.
Mezclaba
la autoridad de la maestra y de la bruja (de otro modo no se explica
su natural ascendiente sobre todo tipo de personas: hizo carrera
política como asesora del Partido Comunista, que debe tener el más
alto índice de estreñidos después del PRO).
La
última vez que hablamos fue porque estábamos en una busca parecida:
ella estaba lidiando con la ley de cupos (había conseguido
posiciones laborales para personas trans, que no le resultaba fácil
distribuir, sin embargo, porque, como escribió en Cumbia,
copeteo y lágrimas,
“el 73 por ciento de las travestis, transexuales y transgénero
consultadas no ha completado los años de educación obligatoria
establecidos por la ley”).
De
sus muchos triunfos políticos, a mí el que más me conmueve es el
de 2002, cuando se anotó en la Escuela Normal Nº 3 para ejercer su
profesión de maestra. Entonces, diez años antes de la Ley de
Identidad de Género (cuya promulgación ella misma promovió), tuvo
que recurrir a la la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos
Aires, que ordenó a las autoridades escolares que respetaran su
nombre y su género. “Nosotras dos, me dijo esa vez, llevamos una
maestra adentro”. Ella sabía que se enseña, sobre todo, lo que no
se sabe. Decía: “Me pregunto cómo será ser hombre, porque nunca
viví de esa manera. Ni siquiera me siento hombre. Como mujer,
tampoco sé cómo se vive. Porque yo no soy mujer. Soy travesti. Esa
es la palabra que me identifica. Mis tetas, mi pene, mi cuerpo
entero”.
Con
un puñado de palabras aprendidas al instante en una reunión
organizada por antropólogas en el bajo Flores (“patriarcado”,
“diferencia”, “transfobia”, “igualdad”, “explotación”),
empezó a moverse por las plazas, las calles y los despachos.
Presidió hasta su muerte la Asociación de Lucha por la Identidad
Travesti y Transexual que había fundado en 1994. Impulsó la ley de
respeto a la identidad travesti y trans, aprobada por la Legislatura
porteña en 2009. Quien no se sienta un poco hija de Lohana nunca
entenderá del todo el alcance de su lucha: “cuestionar las
instituciones a fondo es garantizar derechos más allá de la
genitalidad y de la nacionalidad”.
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