sábado, 13 de febrero de 2016

El amor y la furia


Por Daniel Link para Perfil



Lohana Berkins no nació en Pocitos (Salta) en 1965 sino cuando eligió ese nombre y una manera de relacionarse con el mundo. Para mí será siempre como la Pachamama, gorda y con unas tetotas gigantescas que le gustaba refregarme cada vez que nos veíamos y se lo decía.

Nos encontrabámos ocasionalmente, en marchas reivindicativas, en cumpleaños o casamientos y siempre me saludaba con una mirada entre pícara y tímida. Por supuesto, era mucho más que eso: salvaje y aguerrida, lo que se deja leer en la última carta que escribió:Queridas compañeras, mi estado de salud es muy crítico y no me permite reunirme personalmente con ustedes. Por eso quiero agradecerles sus muestras de cariño y transmitirles unas palabras por medio de la compañera Marlene Wayar, a quien lego esta posta. Muchos son los triunfos que obtuvimos en estos años. Ahora es tiempo de resistir, de luchar por su continuidad. El tiempo de la revolución es ahora, porque a la cárcel no volvemos nunca más. Estoy convencida de que el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo. Todos los golpes y el desprecio que sufrí, no se comparan con el amor infinito que me rodea en estos momentos. Furia Travesti Siempre. Un abrazo”.

El motor del cambio es el amor” junto con “Furia Travesti Siempre”: en esa tensión existió Lohana. Yo la recuerdo siempre alegre, pero también temible. Una líder natural del movimiento trans, y mucho más: una lider de las reivindicaciones cualesquiera (género, raza, clase). Las cosas que decía Lohana, a lo mejor, podría haberlas dicho otra persona, pero sólo ella podía arrastrarnos a todxs. Mauro Cabral recuerda un encuentro internacional al que fueron juntxs: no había ningún panel trans. Ella dijo: no habla nadie hasta que no armen un panel. Nadie habló, por supuesto, hasta que lo armaron.

En una marcha del orgullo, nunca supe bien por qué, ella convocó a una contramarcha, que se oponía a la “mainstream”. Nos arrastró ciegamente.

Mezclaba la autoridad de la maestra y de la bruja (de otro modo no se explica su natural ascendiente sobre todo tipo de personas: hizo carrera política como asesora del Partido Comunista, que debe tener el más alto índice de estreñidos después del PRO).

La última vez que hablamos fue porque estábamos en una busca parecida: ella estaba lidiando con la ley de cupos (había conseguido posiciones laborales para personas trans, que no le resultaba fácil distribuir, sin embargo, porque, como escribió en Cumbia, copeteo y lágrimas, “el 73 por ciento de las travestis, transexuales y transgénero consultadas no ha completado los años de educación obligatoria establecidos por la ley”).

De sus muchos triunfos políticos, a mí el que más me conmueve es el de 2002, cuando se anotó en la Escuela Normal Nº 3 para ejercer su profesión de maestra. Entonces, diez años antes de la Ley de Identidad de Género (cuya promulgación ella misma promovió), tuvo que recurrir a la la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, que ordenó a las autoridades escolares que respetaran su nombre y su género. “Nosotras dos, me dijo esa vez, llevamos una maestra adentro”. Ella sabía que se enseña, sobre todo, lo que no se sabe. Decía: “Me pregunto cómo será ser hombre, porque nunca viví de esa manera. Ni siquiera me siento hombre. Como mujer, tampoco sé cómo se vive. Porque yo no soy mujer. Soy travesti. Esa es la palabra que me identifica. Mis tetas, mi pene, mi cuerpo entero”.

Con un puñado de palabras aprendidas al instante en una reunión organizada por antropólogas en el bajo Flores (“patriarcado”, “diferencia”, “transfobia”, “igualdad”, “explotación”), empezó a moverse por las plazas, las calles y los despachos. Presidió hasta su muerte la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual que había fundado en 1994. Impulsó la ley de respeto a la identidad travesti y trans, aprobada por la Legislatura porteña en 2009. Quien no se sienta un poco hija de Lohana nunca entenderá del todo el alcance de su lucha: “cuestionar las instituciones a fondo es garantizar derechos más allá de la genitalidad y de la nacionalidad”.


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