por Hernán Vanoli - Mario Santucho - Mariano Canal para Crisis
Cuando el gobierno de Cambiemos estaba recién despuntando, a comienzos de 2016, un asado reunió a varios integrantes de crisis para
debatir con Beatriz Sarlo sobre el presente que nos tocaba en suerte.
Ese día la escritora propuso un reto singular: “la revista tiene que
hablar sobre la corrupción del kirchnerismo”. La sugerencia de Sarlo
tuvo algo de anticlímax. Un reflejo elemental nos indicaba que si en la
agenda de los medios televisivos y los grandes diarios esta cuestión
ocupaba el trending topic absoluto, hasta convertirse en el
principal argumento de impugnación de lo realizado durante el largo
ciclo de gobiernos populistas en América Latina, era preciso ir mas allá
y sospechar de la ola moralizadora. Sin embargo, en cierto momento el
desafío se tornó impostergable. La eficacia demoledora de la maquinaria
oficialista para avanzar con sus estrategias de desmonte y
reorganización nacional, se debió en gran medida al declive de quienes
estaban llamados a ejercer el rol de principal oposición. Entre las
causas del desmembramiento y la pérdida de autoridad padecidas por el
otrora omnipotente movimiento kirchnerista, hay que apuntar la relación
entre negocios y democracia, dinero y política, el vil metal y la
retórica progresista.
Varios meses después
de aquella primera charla le propusimos a Sarlo una nueva cena para
encarar juntos el entuerto. Hay que señalar que es una intelectual de
las que ya no quedan: maneja los hilos del debate sin renunciar a una
escucha interesada, lo que equivale a decir que le interesa la
conversación y no el monólogo; es a la vez híper rigurosa cuando se
trata de descular un problema, y lo suficientemente canchera como para
ampliar el universo de preocupaciones o admitir multiplicidad de
perspectivas; conserva algunos rasgos de cierto leninismo incisivo que
encara la polémica sin concesiones, al tiempo que hace gala de una rara
fe en el sistema político derivada de su conversión al dogma
republicano. A pesar de la admiración que nos merece ese crisol de
aptitudes, o precisamente por ello, el intercambio no fue soplar y hacer
botella. Promediando la tertulia, hubo un instante en el que el tono de
la discusión escaló y la velada casi se interrumpe. Como debe ser,
cuando se piensa con pasión y riesgo.
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