sábado, 18 de febrero de 2017

Hay guerra


por Daniel Link para Perfil

En estos días se estrenó en la Berlinale Cuatreros, el último pensamiento visual de Albertina Carri. Que se trata de un pensamiento y no de un regodeo visual queda claro por los títulos que el proyecto tuvo a lo largo del tiempo: Operación fracaso y el sonido recobrado, Investigación sobre el cuatrerismo, El punto impropio... Antes de alcanzar esta versión, que tiene una potencia definitiva, el asunto parecía coagular en la forma “instalación” y así fue recorriendo museos y salas de teatro.
Los que siguieron la errancia del proyecto en los últimos años se sorprenderán por los saltos cualitativos que Cuatreros presenta. Los que están acostumbrados a la inteligencia fulgurante de Albertina Carri, no tanto.
Cuatreros puede verse en Buenos Aires desde hace un mes y sería deseable que por muchos otros, porque constituye una pieza esencial del pensamiento político contemporáneo.
En lo que al tema se refiere, Albertina parte del libro de Roberto Carri, su padre desaparecido, Isidro Velázquez. Formas pre-revolucionarias de la violencia y de la película Los Velázquez, también desaparecida, que filmaron Pablo Szir y Lita Stantic entre 1971 y 1972. Por otro lado se cita un material en crudo que constituye el archivo del hijo de Lilita Carrió para un proyecto semejante que nunca llegó a realizarse, es decir: restos de un pasado que todavía interpela el presente porque en ellos se cifra el misterio de la guerra capitalista que ocupa esta época.
En lo que a la forma se refiere, Carri parte del cine allí donde Godard lo dejó: Histoire(s) du cinema: restos del cine que, en la perspectiva de la autora, están disponibles para su manipulación.
Cuatreros cuenta el proceso por el cual un(os) texto(s) se convierte(n) en película y, para hacerlo, renuncia a producir una sola imagen (salvo una secuencia muy personal, que ocupa el final del film) y a trabajar con indicios que estaban ya filmados: noticieros de época, instrucciones para armar una bomba casera, una ficción en la que dos personajes estrambóticos miman los diálogos entre Carri y Stantic, fragmentos del cine argentino cuatrereados de sus contextos originales y proyectados en cinco pantallas que juegan a veces simultáneamente y a veces alternadamente.
En las últimas décadas, el cine se ha convertido en un espacio ultra-conservador en sus temas y, sobre todo, en sus propiedades gramaticales y semánticas. Un mero distribuidor de los discursos conservadores que dominan la pesadilla del presente. Romper el lenguaje para interpelar a un espectador cada vez más acostumbrado a relatos maniqueos y lenguajes edulcorados “requiere de mucha concentración, entusiasmo e insistencia”, declaró Carri. “Encuentro en la idea de insistencia una fuerza política y en la de entusiasmo una energía necesaria para expandir la pantalla a multiplicidad de lecturas. Es decir que la multiplicidad de pantallas no se vuelva un recurso estético sino más bien ético donde conviven diferentes discursos y diferentes posibles caminos para formar una historia”.
Cinco pantallas van armando esos posibles caminos, donde se alternan las imágenes cuatrereadas que no ilustran el extraordinario texto que lee en off Carri sino que lo completan y lo disparan en diferentes direcciones. Cada avenida de sentido está dominada por una única obsesión, dice Carri: “la batalla por el lenguaje”.
Es que hay guerra, y la hay desde hace tanto tiempo que se ha perdido conciencia de su carácter perpetuo e insidioso. A diferencia de lo que sucedía en Los rubios, donde la interrogación subrayaba la perplejidad ante la derrota (en todos los frentes), Cuatreros afirma la necesidad de seguir luchando (con concentración, entusiasmo e insistencia) contra los mismos enemigos de siempre (los contratistas del Estado convertidos en gobierno, los que desforestan y desertifican, los que reclaman mano dura de las fuerzas de seguridad, los corruptos del cine, pero también contra los que alucinan mundos grises y opacos como futuros sin lugar para la alegría y la diversión).
Nada sería más triste que hacer oídos sordos al llamamiento (originalísimo, y muy riguroso) de Cuatreros.


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