por María Moreno
El hombre de la bolsa era uno y se llevaba niños.
Las mujeres de la bolsa somos muchas y salimos de ellas para que no haya ni una menos.
Hay
una historia política de la bolsa. Si la cartera era míticamente
revoltijo cosmético, dejó de serlo cuando escondió armas
revolucionarias, panfletos militantes, cuadernos de estudio, libros y
planos; la bolsa la amplía y hace funcional.
¿Y la bolsa de
basura? Sacarla implica expulsar afuera del hogar los deshechos de la
vida productiva. Cuando aparecieron las bolsas de consorcio, el objeto
pasaba del espacio que el feminismo llamó del llamado trabajo invisible a
herramienta laboral del encargado de edificio; la utilería del asesino
hoy incluye la bolsa y el container, la cloaca y el pozo ciego en donde
la razón práctica devela un horror semiótico: las mujeres son basura.
Activar
desde la bolsa no significa invitar a una identificación sacrificial o
melancólica con las víctimas; ocupar el lugar en donde se encubrió el
cadáver y romperlo para leer y hablar es evocar aquello que la muerte
tiene para decir aún desde el silencio, por eso de que “el cadáver
habla”, da señales de su identidad, pistas que llevan al asesino como lo
demuestra la tradición política del Equipo Argentino de Antropología
Forense.
Que la bolsa se transforme en el símbolo del luto popular y el compromiso porque no haya ni una menos.
G. A . C. G: una literatura sobreviviente
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emb...
Hace 2 horas.
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