sábado, 4 de julio de 2020

El Sol la cresta dora

Por Daniel Link para Perfil



La descomposición de los Estados imperiales tuvo como componente imaginario las rebeliones nacionalitarias que se sumaron a la debacle económica después de la Gran Guerra.

Néstor Perlongher, con esa sensibilidad tan particular de la loca troska, llamó Austria-Hungría (1980) a su primer libro de poemas, que recupera un escenario crepuscular de guerra (los soldados que vuelven del frente) y la sedición sexual de las maricas. El nombre de ese libro es preciso y premonitorio, recupera toda esa mitología que uno hace” que, en palabras del Propio Perlongher, “tiene que ver con un ahora, con un presente”.
Por supuesto, nuestra Imperio Austrohúngaro tiene su propia Sisi, que entre nosotros se llamó Evita (“Si Elizabeth de Baviera viviera sería montonera”, cantábamos en nuestra infancia, allá en los prados de Córdoba, el corazón católico chetoslovaco donde hace pocos días se quiso arriar la bandera argentina para reemplazarla por otra, lo que provocó la ira de un grupo de argentinos viejos y largos videos en las redes como partes de una batalla inconclusa.

Más hacia el Oeste, donde la Patria porvenir encuentra refugio contra el viento helado en la Cordillera de los Andes, el 30 de junio será recordado como la fecha del “Grito de la Corneja”, el puntapié inicial de la revolución chetoslovaca: “No nos gusta separarnos, pero nos están obligando”. Las batallas de Portezuelo del Viento, que vienen siendo desfavorables a los mendocinos, soliviantaron los ánimos independentistas, que se afirmó primero en el folklore y las tradiciones locales, y luego comenzó a trazar su propia diplomacia (ya reclaman “calificación de riesgo”, “acceso de crédito internacional”, “inversiones internacionales”, no perjudicadas por las políticas centrales del Imperio del Plata.

Por supuesto, las famosísimas y decisivas Guerras del Portezuelo alinearon a las provincias de Río Negro, Neuquén, Buenos Aires y La Pampa en un cerrojo tan humillante como el Tratado de Versalles. ¿Cómo no iba a brotar de allí el nacionalismo cheto, una música cheta, una ópera cheta, una educación cheta? “Llevamos lo cheto en el alma” y “la Chetia será nuestra bandera” son ya canciones que todos los jóvenes entonan.

Mientras tanto, el gobierno central, provisto ahora de verdaderas hipótesis de combate, reestructuró sus agencias de espionaje y sus fuerzas armadas, para aplastar a los sediciosos que, justo es decirlo, me conmueven un poco.


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