Por Daniel Link para Perfil
Hoy mi mamá (86) recibió la segunda dosis de su vacuna rusa. El sábado pasado murió de COVID un tío mío, que no había alcanzado a vacunarse. La madre de una amiga (que vive en Barcelona pero viajó con urgencia) está desde hace semanas en terapia intensiva con pronóstico incierto, sin vacuna. La madre de otra amiga tuvo COVID, pero como había alcanzado a darse la primera dosis, la infección fue leve. Son los casos más cercanos, que agotan más o menos todas las posibilidades combinatorias entre edad de riesgo e inmunización. Seguramente se multiplican por cientos y por miles.
Eso permite evaluar los altísimos niveles de angustia de la población ante el quimérico y errático plan de vacunación que se nos ha impuesto, plagado de posiciones estratégicas y de escasez de dosis.
El plan de vacunación ha sufrido un golpe mortal de credibilidad en las últimas semanas y, lejos de revertirse, cada día que pasa muestra más agujeros, más arbitrariedades y más deshumanización por parte de quienes son los encargados de administrarlo.
Cada vacuna mal asignada cuesta una vida en alguna parte, y no se sabe cómo hay gente que es capaz de minimizar semejante ecuación. ¿Será que, como el bello Moyano, piensan que todo el asunto es un poco psicosomático?
Beatriz Sarlo (con una generosidad que yo no comparto) dijo que quienes vulneraron el orden de prioridades deben de estar viviendo “un infierno ético”. Lo más probable es que ni siquiera. No porque sean personajes entregados al Mal absoluto, sino por frivolidad.
Puesto a imaginar cómo fueron capaces de anteponerse a si mismos por encima de los demás tampoco creo que el miedo ante la propia enfermedad haya sido el único motor. Seguramente habían confiado en las promesas gubernamentales: durante el verano íbamos a tener decenas de millones de dosis disponibles. Si iba a ser así, no era tan grave saltearse un lugar en la fila y privilegiar los propios 30 años de edad, con una mínima relación con la burocracia partidaria, antes que los más de 70 de cualquier jubilado de quien, por lo general, nadie se entera ni lo que piensa ni lo que sufre.
Por razones bastante incomprensibles, sin embargo, esas dosis no llegaron ni llegarán antes del inminente otoño lo que, lejos de provocar la indignación de los estratégicos aumentará sólo su codicia: lo poco que venga será para los happy few, antes de que empiece el manoseo propio de la campaña electoral.
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