sábado, 20 de marzo de 2021

Negras planeras

Por Daniel Link para Perfil

En un reciente artículo, irreprochable en todas sus líneas, Verónica Gago analizaba el concepto de “tarea esencial” en el capitalismo sanitario actual. Concluía diciendo que “es una concepción del trabajo lo que está en juego, de quién produce valor y qué modos de vida merecen ser asistidos, cuidados y pagados, y también de dónde vendrán los recursos si apuntamos a una reorganización global del mundo del trabajo”.

Por fortuna el artículo salió publicado en inglés. Será casualidad o escucha atenta, pero la administración Biden empezó a pensar en esa dirección y presentó al parlamento un proyecto de ley que incluye un experimento sobre ingreso universal. Algunos ya se habían realizado en los Estados Unidos a nivel municipal (Stockton), pero ahora el asunto alcanza escala nacional.

El proyecto de ley incluye cláusulas para otorgar pagos únicos de mil cuatrocientos dólares a las personas que ganan menos de ochenta mil dólares al año y para aumentar el seguro de desempleo en trescientos dólares por semana hasta principios de septiembre. Nada de eso sorprende.

Lo novedoso es que se propone un crédito tributario por hijos, con montos anuales de 3.600 dólares por cada menor de seis años y 3.000 para los de seis a diecisiete años.

Esta nuevo crédito fiscal funciona de manera diferente a todo lo ensayado hasta ahora: “a partir de julio y hasta diciembre, el gobierno federal enviará dinero cada mes a los padres por cada hijo que tengan, independientemente del estado laboral de la familia, y el saldo restante se desembolsará una vez que las familias presenten su impuestos el año próximo” (The New Yorker).

La herramienta (que se espera dure en el tiempo, más allá de la pandemia) elevará sobre todo el nivel de vida de millones de mujeres y sus hijes. Además de ese costado “feminista” (porque premia sobre todo a las trabajadoras informales, las más explotadas del sistema), se prevé que el plan contribuya de manera desproporcionada en favor de las familias negras e hispánicas, con lo cual se convertirá en un dispositivo de contrapeso racial de gran envergadura, como nunca hasta ahora se ensayó en los Estados Unidos.

Uno de los objetivos del programa, y aquí es donde el clamor de Verónica Gago se cruza con una política “real” es el apoyo al trabajo de cuidado no remunerado de las mujeres, esas “tareas esenciales” sistemáticamente invisibilizadas.

Es un experimento, y no se sabe bien cómo resultará, pero al menos la experiencia de Stockton (citada como antecedente) ya contradice la cantinela que los conservadores suelen repetir respecto de la renta básica universal: poner plata en el bolsillo de los sectores más vulnerables es invitarlos a no trabajar nunca más.

Lejos de eso, el experimento presupone que podrán mejorar sus emplazamientos laborales, sin el estrés de la miseria.


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