Por Daniel Link para Perfil
Anne Hathaway se despertó alarmada en su casa de Temple Grafton. El cronotopo de muñeca, un dispositivo para viajar a través del tiempo y el espacio que además le enviaba informaciones sobre las coordenadas que visitaba, había estado sonando desde hacía varios minutos y finalmente le dio una leve punzada que la arrancó del sueño.
Chequeó la pantallita y verificó que su marido, William Shakespeare, acababa de morir de nuevo, esta vez como el primer hombre que había recibido la vacuna de Pfizer contra el virus covid-19.
Se vistió a toda prisa y calibró el cronotopo para que la transportara a su residencia de Los Ángeles, a finales de mayo de 2021. Anne tenía esperanza de convertirse en la heredera del que se decía que acababa de morir, pero sobre todo terror de que esa nueva desgarradura temporal destruyera un mundo de por si en precario equilibrio.
Ya en Hollywood, se dedicó a revisar las publicaciones sobre la noticia. La BBC había consignado que la presentadora Noelia Novillo comunicó consternada el fallecimiento de William "Billy" Shakespeare de 81 años.
No era raro que el informe original se originara en la televisión de un país que tantas veces se había rebelado al Imperio Británico (con aceite hirviendo en el Siglo XIX y con una guerra destemplada bien entrado el Siglo XX). Después de todo, el nombre Shakespeare había sido sostenido como ariete cultural del imperio y, como Anne sabía, todas las hipótesis sobre la autoría de los dramas y poemas de Billy (que firmaba lo que Christopher Marlowe, luego de su muerte fraguada, escribía para su teatro) habían sido sepultadas por el bien de la Corona.
Otro escritor nacido en el mismo país que la señorita Novillo había escrito que, en efecto, “Shakespeare es cifra de Inglaterra; así lo ha querido el consenso del tiempo y del espacio” (la infatigable Anne se había encargado de consolidar ese consenso usando su cronotopo de muñeca).
Para casi todo el mundo, incluso para Borges, a quien Anne había conocido en Ginebra, “logrado el bienestar económico”, Shakespeare “dejó caer la pluma que había registrado, casi al azar, tantas inagotables páginas, y se retiró a su pueblo natal, donde esperó los días de la muerte y no de la gloria”. Pero Billy que “se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie”, no esperó la muerte, sino que se sustrajo a ella, viajando a través del tiempo y del espacio para siempre.
Casi al mismo tiempo de ese nuevo fallecimiento, comprobó Anne, la policía de un conocido balneario argentino detuvo a los integrantes de una organización delictiva que actuaba bajo las órdenes de Jorge Luis Borges. Entre otros crímenes, se comprobó que Borges había robado identidades amparado en la certeza de que “yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres”.
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