sábado, 2 de abril de 2022

La argentinidad al palo

Por Daniel Link para Perfil

 

La mayoría de los procesos históricos no pueden explicarse cabalmente sin recurrir a la dimensión o registro de lo imaginario (ni siquiera hace falta ser marxista para abrazar ese principio de comprensión).

Lo imaginario es una potencia que opera sobre las conciencias. Decir “las Malvinas son argentinas” o, como dice la página de cancillería “La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes y conforme a los principios del Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino” son unidades imaginarias, sobre cuya capacidad de cohesión nacional nadie puede dudar como tampoco es posible dudar sobre las credenciales argentinas para reclamar soberanía sobre esos territorios, que están bien documentadas.

Sin embargo, nada de eso garantiza la “realidad” de esa pertenencia o dominio, por más que la OEA y las Naciones Unidas incluyan en su agenda recurrente el asunto y por más que hayan dictaminado sobre los nombres a aplicar a esos territorios insulares y hostiles. En la “realidad”, el gobernador del sedicente “territorio británico de ultramar autónomo” y el Reino Unido como responsable de su defensa militar y su política exterior venden licencias de pesca, extienden permisos de exploración petrolera, y organizan el turismo, además de gobernar sobre la vida cotidiana de los habitantes de las islas.

Hace exactamente cuarenta años, un gobierno asesino decidió que convenía pasar de la imaginación al acto (un acting-out o brote psicótico) y tomar por la fuerza lo que la imaginación nos concedía. La guerra de Malvinas duró desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982 y arrojó como resultado la muerte de 649 soldados argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños, además del endurecimiento de la posición del Reino Unido y la ruptura total de relaciones entre las islas y el continente.

Hoy corresponde que recordemos y homenajeemos a los veteranos y los caídos en la guerra de Malvinas. Más de once mil de esos veteranos fueron soldados conscriptos, enviados sin misericordia a luchar contra el aparato militar de la OTAN. Por lo menos 152 de los muertos durante el combate eran también conscriptos, jóvenes que fueron enviados a pelear por una causa que tal vez no compartían, en nombre de una figura de la imaginación que a lo mejor no los movilizaba. En 2011 se estimó que una cifra similar a la del total de muertos había fallecido a causa de suicidios.

La mejor manera de honrar a todos esos muertos y veteranos, además de protegerlos económicamente, es subrayar que una cosa es agitar una banderita en un acto escolar y después comerse una empanada con forma de Malvina y otra muy diferente mandar a morir al pueblo argentino en nombre de una causa a lo mejor justa, pero sin duda cruel.



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