Siempre es tarde, la muerte llega cuando una menos puede afrontarla. Nunca es fácil enfrentar la muerte, desde ya, pero hay momentos en que una se siente más armada, con más cólera, menos inclinada a la autoconmisceración.
Hace una semana, y yo podría haber estado en Buenos Aires para despedir a Tita Merello, mi gata, nuestra gata, que nos acompañó durante 19 años y medio. La llamé para despedirme una hora antes de la inyección letal. Conversamos. Tita siempre fue muy conversadora y quería tener la última palabra. Fue así desde el primer momento, cuando nos la trajeron rescatada de las vías del tren, un mes de mayo.
Yo no sé muy bien qué escribir ahora que Tita no está, porque creo que al estar de viaje todavía no me doy cuenta del todo de lo que eso significa. Pero Tita es protagonista (y tapa) de una de mis novelas. Y de pocas cosas puedo estar seguro como de que Tita me quiso como nunca nadie me quiso.
Copio de aquí una columna que publiqué en Perfil el 3 de octubre de 2020, que creo que fue más o menos cuando Tita empezó a gastarse las vidas que le quedaban:
El amor absoluto
Por Daniel Link para Perfil
No tenemos una gata, ni dos. Nadie podría jactarse de algo semejante (María Moreno sabe de qué hablo).
Cuando Sebastián y yo decidimos que podíamos vivir juntos, al poco tiempo una amiga encontró en las vías del tren una gata negra que nos ofreció como amuleto para la longevidad conyugal.
Tita Merello (así llamada por su intensidad impar) es una gata de Bombay que gusta de los espacios elevados. Tardamos diez años en darnos cuenta de esa necesidad tan suya y entonces le armamos un sistema de estantes a la altura de los techos que ella disfruta como una pantera de la estepa, lo que no puede ser genético, porque es una raza inventada por unas viejas gateras de Kentucky, como homenaje al leopardo negro Bagheera de El libro de la Selva.
Como buena Bombay, Tita nos ama con una exclusividad renegrida y atormentada. No soporta estar sin nosotros y a cualquiera que se le acerque le tira arañazos y mordiscones crudelísimos. A nosotros, jamás.
Estoy seguro de que su carácter es, de alguna manera, responsable de las quemas medievales de mujeres progresistas (curanderas, aborteras, reparadoras de virgos), porque es la clase de gato cuya mirada puede abrir las puertas del inframundo. Las brujas eran carne y uña con los gatos negros (probablemente burmeses, antepasados de los Bombay).
De noche, cuando estamos viendo alguna película o por la mañana, cuando leo los diarios en el celular, Tita baja de sus dominios aéreos y desde la otra punta de la cama me mira fijamente hasta que no puedo más y tengo que llamarla a mi lado. A veces no me doy cuenta de inmediato de que me está mirando, pero mi cuerpo se siente expuesto a una fuerza intolerable.
Cuando tuvimos que decidir qué hacer con la gata en nuestros viajes laborales, decidimos adquirir para Tita (no para nosotros), una mascota que le hiciera compañía en nuestra ausencia. Cartulina vino a cumplir ese rol. Tita la maltrata sin misericordia alguna, lo que a Cartu le importa más bien poco. Cartulina es una rusa azul que parece tonta, pero cuya inteligencia social es infinitamente superior a la de Tita. Se lleva bien con todo el mundo, anda con los perros (a los que no teme), en suma: sufre menos.
Todas esas características a Tita la desesperan. Considera una frivolidad semejante entrega a lo social y una traición al amor exclusivo, que ella es capaz de llevar hasta su propia muerte (nunca querrá a nadie como a nosotros).
Maria Emilia, la gata que pretendimos incorporar a la manada hace unos años para completar la paleta (negra, gris y blanca) no murió por un pelo ante los sistemáticos ataques concertados de Tita y Cartulina. Tuvimos que regalársela a Albertina Carri, donde encontró una felicidad que estas gatas nuestras le negaron.
Mientras Tita esté con nosotros, nos debemos a ella. Después, las fauces del infierno se abrirán para nosotros.
1 comentario:
Fuerza en este momento de dolor
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