La profesora abrió el sobre, se calzó los anteojos Armani que le regalaron en las épocas del 1 a 1 y dejó que su mandíbula golpeara con estrépito el escritorio, tan azorada quedó ante lo que leía. El año pasado había tenido un intercambio de palabras en el Museo Evita, cuando acompañaba la inmersión de un grupo de estudiantes extranjeros en los complejos vericuetos de la historia patria. Un guía de la institución, alarmado por la distancia que percibía entre las palabras de la profesora y el cuentito de hadas que le habían obligado a memorizar ("Eva no era hija natural...", "Eva no era pobre...", "Lo de Magaldi es mentira..."), pretendió imponerle silencio. Soliviantada, la profesora defendió sus derechos y exigió hablar con persona más capacitada e, incluso, amenazó con radicar una denuncia ante el Inadi. No lo hizo, porque finalmente la dirección la autorizó a hablar a lo largo del recorrido, siempre y cuando dejara a cargo del guía la exposición de los "hechos fácticos" y ella se limitara a los comentarios de interpretación cultural y literaria que ordenaban la visita.
Este año, ayer nomás, cuando hicieron la reserva correspondiente para el nuevo contingente de alumnos extranjeros, recibió como respuesta una perentoria carta que le señalaba que el recorrido debía ser realizado obligatoriamente con guía y que el docente que acompañara al grupo en modo alguno podía hablar durante el tiempo que durara el mismo. Hija de un caudillo peronista de la provincia de Buenos Aires, lo primero que la profesora se preguntó, íntimamente, fue cómo darle la noticia a su padre.
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Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
3 comentarios:
Como el relato es de una gran verosimilitud, quisiera saber cuál es su cuota de realidad.
NInguna cuota, Josefina. 100 % realidad.
y yo la damnificada puedo dar fe.
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