lunes, 7 de mayo de 2007

Preguntan si...

¿Recuerda algún libro de texto en particular, de su experiencia escolar? ¿Y de su paso como docente por la escuela media?

Recuerdo casi todos los libros de texto de mi experiencia escolar, aunque es probable que sea incapaz de recordar los títulos de los libros o los nombres de los autores. Recuerdo la experiencia amorosa que me ligaba con esos libros que eran, para mí, las fuentes del conocimiento, las pistas que me iban a permitir seguir leyendo. Durante la primaria (eran los años sesenta) tuve un libro de lecturas que volvió a sorprenderme cuando volví a encontrarlo, muchos años después, por la modernidad de las selecciones que proponía. De la secundaria, recuerdo el insufrible Loprete que, no obstante, funcionaba como una sólida antología. Por entonces (era la década del setenta), comenzaron a aparecer perspectivas "de izquierda" que resultaban más adecuadas a la sensibilidad de la época y que, además, estaban mejor planteados, como los libros de Alfredo Veiravé y los de Jacobson-Pagliai (¿o era Yacubson?, me fastidia no poder recordarlo). Recuerdo también la extraordinaria experiencia de Capítulo, en la que mi generación fue sistemática entrenada.
Como docente de la escuela media me encontré con un páramo: era el retorno de la democracia y todo lo que había me resultaba insulso, inadecuado, pobre. Por fortuna, tenía amigos que me prestaron libros franceses (a mi juicio, Francia tiene excelentes libros de texto) de los que pude aprender, sino una pespectiva que me venía ya dada por mi formación, al menos una estrategia pedagógica.

¿Cuáles fueron sus motivaciones para escribir tres libros de texto?

Se trataba, un poco, de intervenir en un campo devastado y, por otro lado, de responder a la sostenida demanda de los docentes con los que me reunía: no sabemos qué dar a leer. Procuré que mis libros (los Literator, el Pequeño comunicólogo ilustrado) no sólo fueran modernos (en el sentido de que introdujeran nuevas temáticas y perspectivas), sino adecuados estratégicamente a la reconstrucción de un campo de saber. Pretendía al mismo tiempo, tal vez ilusoriamente, que mis libros pedagógicos encontraran ese mismo lector niño que había sido yo, dispuesto a leerlo todo a partir de un fragmento que me revelaba un mundo. Después de todo, una pedagogía eficaz es también una estrategia de seducción.

Existió en nuestro país una tradición académica según la cual, antes de acceder a una cátedra universitaria o de concretar ciertas intervenciones, se pasaba por la enseñanza media o, incluso, se publicaba un libro de texto. Pienso, por ejemplo, en Enrique Pezzoni, en Nicolás Bratosevich, en Ana M. Barrenechea, en Mabel Rosetti. ¿Cuál cree usted que eran los supuestos que manejaba esa tradición sobre la relación entre el conocimiento y la enseñanza? ¿Cómo se ubica usted en ella? ¿Hoy pervive? ¿Se ha resignificado?

No sé si se trataba (o se trata) de presupuestos epistemológicos o meramente laborales: la escuela es siempre la fuente de trabajo más accesible para los profesionales recién formados. Como, además, el mejor (sino el único) destino de la crítica y la historia literaria es la escuela, siempre será conveniente que quienes se dedican a pensar la literatura hagan la experiencia de su pedagogía, en todos los niveles. No hay separación, en este punto, entre conocimiento y enseñanza, entre investigación y transmisión: se trata de una sola y la misma cosa. La ciencia de la literatura (si se me permite el bello anacronismo) sería una ciencia necesariamente aplicada. En lo que a mi respecta, siempre he sentido un inmenso placer en la enseñanza en los niveles más elementales y, si no insisto en ello, es por la misma razón que el resto de mis compañeros de trabajo: porque no nos forman (ni queremos ser formados para eso) para negociar problemas disciplinarios (es decir: afectivos). Si la escuela como institución pudiera hacerse cargo del mínimo orden necesario para el desarrollo de una clase (por ejemplo: otorgando créditos por materias, según la libre elección de los alumnos o cualquier otro mecanismo igualmente democrático de los que en el mundo se aplican) estoy seguro de que cualquiera de nosotros (me refiero a los profesores universitarios) aceptaríamos el desafío de la pedagogía en los niveles primario y secundario. Tanto nos interesan las experiencias más antiguas del aprendizaje de la literatura que, con un grupo de amigos, estamos organizando un concurso de declamadoras.

Usted ha dicho que "los libros de texto son los únicos libros que vale la pena escribir". ¿Podría aclarar el sentido de esta afirmación?

Bueno, se trata un poco de lo que antes decía: el destino de la crítica y de la historia literaria no puede ser sino la pedagogía y es por eso que "el libro", en ese sentido, es el libro de texto o el manual de lectura. Naturalmente, se trata de concebir un libro que no sólo sorprenda a los profesionales por su rigor metodológico o su audacia epistémica sino que, sobre todo, seduzca a los alumnos. Son libros difíciles de hacer y, por eso mismo, todo un desafío.

¿Cuál es la importancia de los libros de texto en la era de la Internet? ¿Qué pronostica sobre su futuro?

En principio, las relaciones entre Internet y el libro. El libro sigue siendo (y es probable que lo siga siendo durante bastante tiempo más) el soporte más dúctil para los aprendizajes y la transmisión de información: puedo leer en una playa, en el campo, en la montaña, sin necesitar luz eléctrica o conexiones a Internet. Luego, las relaciones entre Internet y escuela. Ya conocemos la necesidad de alfabetización en lo que se refiere a las nuevas tecnologías, pero la escuela en Argentina está bien lejos de poder hacerse cargo del problema, por deficiencias materiales en las que sería ocioso insistir. Es verdad que prácticamente todo lo que puede considerarse como meramente "informativo" está ya en Internet, pero lo que siempre faltará, de todos modos, es el punto de vista que permita organizar la información. Para eso, hace falta trazar un campo de problematización, unos lineamientos estratégicos, etc… Es en los libros donde puede darse un debate que conduzca a eso, y no en Internet.

Usted considera a la cibercultura como una aliada de la cultura letrada. ¿Cree que aún genera resistencias? ¿Por qué?

No creo que Internet genere resistencias. La única resistencia es la de la ignorancia. Y sí, creo que Internet recupera gran parte de los "valores" de la cultura letrada para ponerlos a circular de otra manera, algo que la cultura audiovisual nunca hizo.

Si, como usted señala, Internet es una poderosa herramienta de investigación escolar, ¿qué puede hacer la escuela para tenerla en cuenta?

Las escuelas deberían estar conectadas a la red, como sucede en cualquier país preocupado por su sistema educativo. En Argentina, ese proyecto se llamó (y se llama) EducAR, que tuvo en su momento los fondos necesarios para hacerlo. Lamentablemente, con el presupuesto millonario que manejaban, los funcionarios radicales que debieron llevarlo a cabo apenas si consiguieron conectar a dos escuelas (creo, y no exagero). Lo demás fue robo. Una vez que las escuelas estén conectadas a la red, es muy fácil establecer programas de investigación para niños y jóvenes que les permitan, además de buscas específicas sobre tópicos de cualquier área, el necesario y decisivo entrenamiento para la discriminación de datos, que son a menudo, dado el libérrimo sistema de publicación de la red, la piedra del escándalo para la educación: dónde encontrar información fidedigna y cómo optimizar los buscadores es una de las habilidades esenciales de cualquier ciberalumno.

¿Por qué usted decidió escribir libros de texto sobre literaturas americanas y española/europea? La pregunta se la formulo sabiendo que, desde hace unos quince o veinte años, pareciera que la enseñanza de la literatura privilegiara el trabajo con textos de lectura (novelas, sobre todo) y no "de estudio". En otras palabras, ¿cuál es su concepción sobre la enseñanza de la literatura en la escuela media, en particular, en el momento actual en el que ha desaparecido como la conocimos nosotros, es decir, con un estatuto diferenciado y no, tal como viene sucediendo desde la Reforma de los ´90, como una "práctica discursiva" en el contexto de otras prácticas?

Hubo presupuestos ideológicos respetables en la reforma que hizo de la literatura una "práctica discursiva" más entre otras prácticas, al pretender quitarle ese aire de "cosa vaga y misteriosa", alimento del espíritu y qué se yo cuántas más vaguedades reaccionarias. Pero lo cierto es que la pedagocracia (una casta de expertos un poco ignorante) aprovechó la circunstancia para vaciar de contenidos la enseñanza, con el resultado de que daría lo mismo enseñar a leer una receta de cocina que enseñar a leer El capital de Marx o, para no llegar tan lejos, el Martín Fierro. Más allá de la participación o no respecto de un campo de conocimiento determinado, nadie podría negar que la escuela es una institución humanista y su proliferación histórica es un indicador de la expansión del humanismo (como ideología y como doctrina) por el mundo, de modo que considero inconcebible pensar en una escuela que no ponga en primer lugar lo que es el más acabado producto del humanismo: la literatura. Alguien de quien sería imposible sospechar bonhomía humanista como Roland Barthes decía que a la pregunta sobre si se puede enseñar literatura en las escuelas habría que responder: sólo se puede enseñar eso. Naturalmente, habría que establecer niveles pedagógicos (digamos, una pedagogía elemental y una especializada) que sirvieran para cubrir todas las necesidades. En ese punto, la opción genérica por la "novela" no es signo sino del mismo embrutecimiento escolar al que antes me referí. Y que se reserve para los libros de literatura la mayor parte del tiempo pedagógico del que escasamente se dispone, una distorsión preocupante. Que lean los alumnos los libros en sus casas, y en la escuela que contextualicen. En cuanto a mis Literator, fueron pensados específicamente para responder a una determinada crisis de las literaturas nacionales que, creo, ya no pueden seguir estudiándose aisladamente. Son, si se quiere, una experiencia pedagógica de literaturas comparadas y por eso organicé uno alrededor de las literaturas europeas (con preeminencia de literatura española) y otro alrededor de literaturas americanas (con preeminencia de literatura argentina).

Tradicionalmente, los libros de texto del área de literatura transmitían a las nuevas generaciones ciertas lecturas paradigmáticas (un canon): Echeverría, Hernández, Sarmiento, por mencionar solo algunos… Es dudoso que se siga enseñando masivamente a Echeverría, probablemente tenga mayor difusión Hernández, pero es casi seguro que el Facundo ya no se lea. ¿Qué opinión le merece este viraje? ¿La escuela debe enseñar algún canon o tan solo debe privilegiar, como pareciera, el "gusto por leer"? ¿Cuál es el estado actual de ese canon? ¿Qué escritores argentinos del siglo XX debería incluir? ¿La escuela debería tener en cuenta los gustos literarios de los alumnos?

Así como la escuela no centra su acción pedagógica en el gusto por el logaritmo o la fascinación por la cuenca del Danubio, no entiendo por qué milagro de la mala interpretación de las lecciones barthesianas habría de insistir en el gusto o el placer de la lectura. Como todo gusto y todo placer, el de la lectura podrán sostenerlo y desarrollarlo algunos, pero no todos, y está bien que así sea, en el mismo sentido en que no todos estamos obligados a desarrollar el gusto o el placer por cosas tan escatológicas como el fútbol. La escuela debe enseñar operaciones de lectura no porque en eso se juegue algo del orden del placer sino porque en eso se juega algo del orden del conocimiento y de la libertad. En cuanto al canon, sólo importan de él los momentos menos dogmáticos, es decir: los más debatibles, en los que encontramos todavía las tensiones que nos consituyen como ciudadanos.

¿Cuál es su opinión sobre el estado actual de la enseñanza media, en particular, su opinión sobre la enseñanza de la Lengua (que, en algunas jurisdicciones, ha pasado a llamarse Prácticas del lenguaje) y de la Literatura?

No creo que la enseñanza de la lengua y de la literatura pueda pensarse sin pensar previamente en la crisis profundísima de la escuela media.

Según su parecer, ¿quiénes deberían decidir los contenidos de la enseñanza y quiénes no? ¿Sobre la base de qué supuestos? ¿Por qué?

Conocemos el resultado desastroso de la peregrina idea de la descentralización educativa. Los contenidos mínimos deberían ser pensados en conjunto por la comunidad educativa pero también por los intelectuales y decididos a nivel nacional sobre la base de los presupuestos a los que antes me referí: educar para el conocimiento y para la libertad. Naturalmente, una vez establecido ese campo de problematización, sería deseable que los docentes pudieran intervenir con cierta libertad en relación con él. Lo peor para la educación es siempre el establecimiento de una burocracia pedagógica, a la que son tan afectos los pedagócratas, a quienes no confiaría sino los aspectos más técnicos de una futura reforma en ese punto.

Entrevista de Alejo Rodríguez de Fraga a Daniel Link para revista Limen

5 comentarios:

Fabi dijo...

linkillo, con la mejor, como siempre... pero qué largos están viniendo los post ultimamente che!
(una conspiración para los que seguimos el blog a escondidas de nuestros jefes).

Linkillo: cosas mías dijo...

Es verdad, mea culpa. Ocurre que también yo tengo un jefe, que soy yo mismo, y me controla. ¡Debía haber puesto los posts completos en el borrador y acá un fragmento, pero me tienen trabajando a sol y a sombra! Prometo que no se repetirá.

Emma Funes dijo...

Exacto, el momento menos dogmático del canon es el úncio que interesa porque allí no hay anquilosamiento. Hace añares que perdimos el sentido de hacerles leer a los pibes "Juvenilia" o "Facundo" y sólo podemos entregar fragmentos de fragmentos que no entregan conocimiento ni buscan alentar el anhelo de la significación. Nos burocratizamos con esos planes para poder vivir del nuestro trabajo y es la perversidad de un sistena que no persigue el conocimiento el que nos aleja lentamente de esa primera instancia preciosa del docente: abrirle la puerta del conocmiento a un sujeto en formación.

Anónimo dijo...

Seria muito bom se os "Literator' fossem traduzidos para o português e, além disso, adaptados (se é que seria possível) ao Brasil. Não conheço o "Pequeño comunicólogo", ma suponho que seja interessante.

Os livros didáticos de literatura e língua não precisam ser condenados. Apenas precisam ter qualidade e ser bem utilizados. Trabalhei em uma escola cuja diretora "não gostava" de livros didáticos. Entretanto, não havia outro material de leitura na escola. Então os professores eram obrigados a substituir o ruim.

Este texto resume muito do que penso sobre o ensino de língua e literatura. Foi muito bem colocada também a questão da disciplina na escola. Muitos professores não dão aula no ensino fundamental e médio porque não há um ambiente propício ao debate e à construção do conhecimento e a responsabilidade de manter a ordem recai apenas no professor, que deve ter o "controle" da turma.

Anónimo dijo...

Faltou um pedaço da frase no terceiro parágrafo: "substituir o ruim por coisa nenhuma."

Sorry.