Soy, en el horóscopo chino, chancho de tierra. Me arremango, pues, y me arrojo al lodo con felicidad, para cumplir un deber, porque sé que los críticos locales de cine sólo son sensibles al mainstream norteamericano y al independentismo festivalero. Lo mío es el in-between: ni tanto, ni tan poco. Persigo el sentido del arte allí donde aparentemente éste se resiste a desaparecer (o, donde sostiene, en su desaparición, un pensamiento), se trate ya de uno de los ejercicios de estilo de mi amiga Cate o de una película que jamás se estrenará comercialmente en esta provincia ultramarina.
Existe un tipo de películas cuyo formato (determinado por limitaciones de producción) llamamos "de container". La acción transcurre en un espacio cerrado (un container acondicionado como...), fuera del cual suceden amenazas de toda índole: catástrofes naturales, movimientos dimensionales, invasiones extraterrestres, guerras nucleares, plagas. Algún que otro plano (hecho con las migajas que sobraron de los ahorros en el catering) muestra ese exterior, pero lo principal sucede adentro (de la cápsula espacial, el laboratorio, el bunker, el sótano o lo que fuere: con un par de pantallas de pc, o unos caños de desagüe e iluminación intermitente se consigue cualquier cosa), donde una serie de caracteres más o menos arquetípicos son sucesivamente llevados a la muerte (mientras discuten y se enfrentan por minucias), hasta que el final (si es que uno es capaz de soportar tanto) llega la salvación a los protagonistas.
Por supuesto, en el género ha habido joyas inolvidables como Alien (1979), que era estrictamente "de container" (sólo se lo abandonaba una vez, por uno más grande). Ese hito justifica la persistencia del género en las producciones baratas del canal sci-fi, por ejemplo, que aspiran a pegarla alguna vez con esas adaptaciones no del todo comprensivas de la lógica aberrante y metafórica del género Huis Clos.
El reverso exacto de las películas "de container" son las superproducciones turísticas del estilo James Bond, donde se nos ahorra siempre la permanencia del protagonista en la cápsula cerrada (el avión, paradigmáticamente) para mejor mostrarlo en escenarios espectaculares que cambian con velocidad de vértigo (Reikiavik, Río de Janeiro, Estambul, Londres, "Villa Gesell", etc...) y donde, a diferencia de las películas "de container", las persecuciones (esa cosa abominable) suceden a cielo abierto y no a través de un monitor.
De modo que si existiera una película que, por su guión, apelara al espacio cerrado y, sin embargo, su realización incurriera en la exterioridad más antojadiza, esa película sería una anomalía digna de consideración.
Esa película existe y se llama Game (2011), una producción bollywoodense que muestra en relación con los géneros (y las determinaciones de guión, de producción, etc...) un tal desparpajo que resulta encantadora desde el primer minuto hasta el último.
La historia, urdida aparentemente por Farhan Akhtar (los créditos son confusos), es simple: un millonario convoca a una isla griega a cuatro personas que no lo conocen para ejercer cierta clase de justicia. El millonario muere en circunstancias misteriosas. Hay una investigación.
Agatha Christie, por cierto, es el antecendente más a mano (o, para sentirnos más cool: P. D. James). Para resolver una trama semejante no hace falta sino una casa en una isla y una distribución más o menos inteligente de la información. Como la muerte (¿suicidio?, ¿asesinato?) del millonario sucede en un cuarto cerrado, es evidente que el guión (que cita por esa vía el motivo "container") no necesita más que de un espacio cerrado y debidamente acondicionado para su desarrollo. Y sin embargo...
La pasión por el lujo del director Abhinay Deo parece ser tan grande, que la película (con la misma lógica que en cualquier entrega de la saga de James Bond o su versión femenina, desempeñada por Angelina Jolie) atraviesa los mares y los continentes en una loca oscilación desde Londres (donde hay unos extraños "cuarteles centrales" de investigación en los que se desempeñan exclusivamente detectives indios) hasta Malasia (donde hay políticos indios), pasando por Estambul (que nos entrega sus mejores vistas como marco de un romance... entre indios), una ciudad de India cuyo nombre no recuerdo y una isla (que no necesita ser griega, pero que lo parece, habitada por... indios), sin que el guion reclame propiamente una movilidad semejante. Es un capricho y, como tal, merece ser respetado.
Lo que no sé si será un capricho o no (apenas empiezo a familiarizarme con el cine más poderoso del planeta), es el ideolecto de la película: hablada en hindú (o el rótulo lingüístico que convenga aplicar a lo que allí se habla) y en inglés. Quiero decir: en la misma frase se pasa de una lengua a otra, como si, al mismo tiempo que se atraviesan los cielos en viaje insensatos, las fronteras lingüísticas y los modelos genéricos, con ellas, se deshicieran.
Los convocados por el millonario son cuatro: un político corrupto, una estrella de Bollywood (la película no cesa de subrayar sus propias condiciones de existencia, en un gesto tal vez anacrónico en el cine occidental, pero que resulta muy estimulante por razones tal vez misteriosas que dependen sobre todo con la gracia buscada y conseguida por Deo), un traficante de drogas y una joven cronista de policiales dada al trago. Como caracteres secundarios se suman la troupe de los investigadores y una secretaria de la que conviene sospechar desde el comienzo porque es igual, igual a Luna Paiva (y la belleza y el crimen, ay, ya se sabe...).
Por supuesto, nadie es lo que parece y a lo largo de la película (¡que tiene intervalo!) se revelarán sucesivas verdades que (des)orientarán a los investigadores (todo tiene que ver con una hipótesis geminal de las identidades, claro).
Cada tanto, como corresponde, hay musicales tanto o más extemporáneos como los viajes. Éste es uno:
Y, junto con los créditos, se nos regala este otro:
Abhishek Bachchan no es sólo la estrella de la película sino una de las piezas claves de la industria bollywoodense actual. Suma, a su irresistible aura de tigre bengalí (¿qué comé, bulone?), el hecho de ser nieto de uno de los más grandes representantes de la poesía hindi y urdu, Harivansh Rai Bachchan.
En todo caso, hay más pensamiento cinematográfico en esta caprichosa superproducción totalmente excéntrica (donde el cine parece involucrar, todavía, algo del orden de la seducción y una tensión irresponsable hacia lo abierto), que en las mil mierdas que Occidente nos entrega cada año, ya sea en sus circuitos mainstream o, Ganesha nos ampare, independientes.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
4 comentarios:
¿La viste con subtítulos? ¿En qué idioma?
¿Dónde la encontramos?
vía torrent, con subtítulos en castellano.
Se puede bajar acá (en idioma original y con subtítulos en español):
http://www.estrenos-sub.com/estrenos/8624/game
¡Gracias!
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