Por Daniel Link para Perfil
En un aeropuerto de Asia me preguntan si Argentina es un país europeo. Como estoy saliendo del país, me abandono al juego y digo que sí, que es un país europeo pero muy periférico, como Turquía (donde me encuentro).
La ironía no es comprendida y me cuesta una serie de llamadas telefónicas, para verificar si yo hubiera necesitado visa para entrar al territorio otomano y si la necesito para salir. Una vez superado el escollo (lingüístico, pero sobre todo cultural), en el preembarque pienso en la situación relativa de nuestros países, Argentina y Turquía y sus ciudades principales, Buenos Aires (12.801.364 habitantes) y Estambul (14.573.836 habitantes).
Nada puede ser más distinto que la belleza impar de la segunda, que corta el aliento, y la chatura miserable de la segunda, y sin embargo...
Estambul es la más "oriental" de las ciudades europeas (antigua capital del Imperio de Oriente, cuando se llamaba Costantinopla) y a ella acuden masivamente los musulmanes más liberales en busca de una cuota de multiculturalismo que sus propias sociedades les niegan (Turquía es un estado laico, con una larga tradición de educación gratuita y obligatoria y voto femenino desde la década del 30 del siglo pasado). Buenos Aires es la más europea de las ciudades latinoamericanas y a ella acuden masivamente los latinoamericanos en busca del cosmopolitismo que en sus propios países falta.
Al mismo tiempo, Estambul y Buenos Aires son, para los europeos deseosos de aventuras, las más exoticas de las ciudades construidas según el modelo europeo y a ellas concurren en manadas ávidas de lo mismo: multiculturalismo y cosmopolitismo. De modo que mi torpe analogía, que esgrimí como una respuesta automática a una pregunta ignorante, se revela metodológicamente pertinente: estas ciudades gigantescas, que funcionan como umbral de transformación de una cosa en otra, de una civilización en otra, no son exactamente simétricas pero permiten trazar el arco de expansión de una cultura imperial y las resistencias que se le oponen: el punto de juntura o cicatriz que Europa fue dejando en su larga marcha hacia el Estado Universal Homogéneo.
Tal vez por esa marea turística incesante, las dos ciudades son más bien caras pero al menos en Estambul se tiene la sensación de que uno recibe algo a cambio de lo que paga. La comida, por ejemplo, es excelente en todas partes y el sistema de transporte público no tiene nada que envidiarle a cualquiera de las otras ciudades europeas. Por la mitad de lo que cuesta una cena en un restaurante a la moda de Buenos Aires uno come en Bizancio las mejores materias primas cocinadas con gran sabiduría.
El tránsito estambuleño es una pesadilla (en una ciudad dividida por mares, estrechos y bahías profundísimas y construida en empinadísimas colinas que se precipitan a las aguas no parece haber solución) pero la ciudad cuenta con sistema de metros, tranvías, funiculares y barquitos que permiten moverse sin dificultad de un lado al otro.
Estambul es una ciudad opulenta y cultísima que se prepara para integrar la agónica zona del Euro (las librerías estambuleñas harían palidecer a sus rivales porteñas y en la misma semana, sucedieron un Festival Internacional de Poesía, una Bienal de Arte Contemporáneo y el ISEA, el más importante festival itinerante de artes electrónicas).
Buenos Aires es una ciudad decadente que no puede resolver sus contradicciones más elementales y donde lo único que crece exponencialmente es la miseria (la villa miseria), aunque las estadísticas pretendan convencernos de otra cosa.
Mil argumentos podría enumerarse en favor de Estambul y uno solo en contra, que, sin embargo... Aunque los hombres puedan caminar del brazo o incluso de la mano por las calles de Estambul, a sus habitantes les resulta un poco inconcebible que dos nativos de Buenos Aires del mismo sexo se declaren "legalmente casados" y sospechan una burla. Es que la homosexualidad en Estambul no está "bien vista" e, incluso, debería decirse, está tachada por completo de la vista. Eso no significa que en Estambul no exista la homosexualidad sino que ha sido invisibilizada (la popular página de contactos gayromeo.com, de las más usadas en Europa, está prohibida en todo el territorio turco) y que aparezca, por lo tanto, subordinada una cultura completamente fundada en el eufemismo y la opacidad del signo.
El gran Mustafá Kemal Atatürk (1881-10 de noviembre de 1938), fundador y primer presidente de la moderna República de Turquía, lo previó todo, salvo ese pequeño detalle por el que Buenos Aires seguirá brillando aún en su momento más oscuro.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 3 semanas.
1 comentario:
muy lindo, link.
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