Por Daniel Link para Perfil
En mayo de 2002, convocado por unos estudiantes de la Universidad de Córdoba, fui a hablar de la crisis de 2001, nuestra ecología de entonces (los lecops, los lecor, los patacones, el corralito, las asambleas, el estado de sitio, las ejecuciones en las plazas, la guerra), un período emocionante como pocos que, sin embargo, yo pensaba que debíamos analizar con toda la apatía de la que fuéramos capaces.
Sigo pensando que la crisis de 2001 fue tan aguda y de tan profundas consecuencias que todavía nos toca con la punta de sus dedos fríos: leo en los diarios la discusión monetaria y a la noche sueño con muertos-vivos que me persiguen y que me alcanzan y que me contagian su apetito asesino. Espero que se me entienda: de día soy capaz de comprender cuan lejos estamos de aquella crisis y aquella locura, pero en las ensoñaciones nocturnas, la lubricidad monetaria se me antoja monstruosa.
Economistas de la oposición han puesto sobre el tapete de la discusión monetaria la noción de deseo y hace unos días leí que el Poder Ejecutivo quiere combatir la adicción de la sociedad por el dólar. Todo el asunto se me antoja un poco disparatado y, al mismo tiempo, de una gravedad que, aún impostada, no deja de provocar efectos colaterales (mis pesadillas, entre tantos otros).
Pero acá estamos, después de diez años y creo que antes que subrayar las pesadillas conviene celebrar nuestra propia persistencia: acá estamos, sin que entonces pudiéramos siquiera imaginar que estaríamos, y no estamos estancados en el terror de entonces, lo que significa, por lo menos, que hemos conseguido sobreponernos a aquel sentimiento de derrota moral que traduje entonces como “yo soy el excedente de la fiesta menemista”.
3 comentarios:
Imagino que en el comienzo, querés decir, "en mayo de 2011", no?
Una pequeña corrección, no hace falta publicar este mensaje.
Al comienzo ponnés mayo 2012.
Saludos.
Ah, los jóvenes.... la imaginación juvenil. Gracias por el aviso, ya lo corregí: quise decir "2002".
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