sábado, 20 de septiembre de 2014

Con vida los llevaron


Por Daniel Link para Perfil

Conocí a Mía Maestro cuando ella era novia de un alumno mío de la escuela secundaria. Después ella se fue a Los Ángeles y empezó a trabajar para el cine y la televisión con suerte diversa. Ahora co-protagoniza la serie The Strain, producida por Guillermo del Toro, donde desempeña a una bioquímica argentina que integra un equipo de control de plagas. La tal plaga es una cepa rara de vampiros strigoi y la atónita doctora deberá abandonar todos sus prejuicios y salir a cortar cabezas por las calles. Antes de eso, en algún momento, recuerda a los desaparecidos de su país y dice dos o tres frases que pretenden relacionar aquel acontecimiento traumático con esta fantasía apocalíptica. Sigo The Strain más por cariño a Mía Maestro que por la calidad de su argumento principal.
Al mismo tiempo se estrenó The Leftovers, una extraordinaria producción de HBO que no necesita usar ninguna analogía. En el primer capítulo, desaparece de la faz de la tierra el 2 % de la humanidad, sin dejar rastros y sin causa aparente.
Lo que la serie cuenta, tres años después de esos acontecimientos, es cómo se sobrevive a un trauma semejante.
Cada escena de The Leftovers es un prodigio de intensidad shakespereana (subrayada por una banda musical que corta el aliento). Incluso hay momentos donde, a falta de mejores parlamentos, los personajes dicen las palabras mismas del Cisne de Avon.
En la comunidad hay un subgrupo de gente rara: se visten de blanco, fuman todo el tiempo, realizan pequeñas acciones de disturbio ciudadano y han hecho voto de silencio. En el último capítulo de la primera temporada queda claro su credo: a aquéllos que pretenden olvidar lo que ha pasado y construir algo así como una “normalidad” ellos les dicen que no podrán olvidar, que no deben olvidar, que ellos no los dejarán olvidar.
Para The Leftovers (a cuyos guionistas corresponde un monumento) la desaparición no tiene solución posible. 


1 comentario:

Cebra dijo...

Cuanto valor hace falta para comprender que hay heridas que no cierran, que no cerrarán nunca.