sábado, 16 de mayo de 2015

Alemania vs. Grecia


por Daniel Link para Perfil



Había un video de los Monty Python distribuido durante alguna de las fiestas deportivas sin igual que son los mundiales, que enfrentaba a un equipo de filósofos griegos (Platón, Aristóteles, Sócrates, los presocráticos en la línea defensiva) con un equipo de filósofos alemanes (Heidegger, Marx, Hegel, Nietzsche como el 10). Por supuesto, sobre el final, los griegos ganaban el partido.



Las imágenes persisten con una potencia que les es propia y hoy ese match se dirime no en una cancha de fútbol sino en ese escenario de conflictos económicos que llamamos Europa: Alemania, que lleva las riendas del partido vs. una Grecia agobiada por una crisis que ha obligado al gobierno de Syriza a transformar sus promesas en sarasa. Grecia acaba de pagar al FMI unos 700 millones de euros que, como no tenía, tuvo que pedir primero en préstamo (al FMI, naturalmente). Si Grecia no consigue acordar con sus acreedores, en dos semanas se quedaría sin liquidez para poder pagar los sueldos de quienes trabajan para el Estado. Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas de Angela Merkel, es el mascarón designado por el gobierno alemán para forzar a los griegos a continuar con el programa de recortes fiscales y reformas estructurales que ni Syriza ni sus electores quieren.

Volviendo a la filosofía, Marx escribió alguna vez que el pueblo alemán es el pueblo filosófico y, desde el otro extremo de la formación filosófica alemana, Heidegger subrayó (sin vergüenza alguna) la congenialidad de la lengua alemana y la lengua griega (de donde la “mision” del pueblo aleman): “Pienso en el particular e intimo parentesco de la lengua alemana con la lengua de los griegos y con su pensamiento. Esto me lo confirman hoy una y otra vez los franceses. Cuando empiezan a pensar, hablan aleman; aseguran que no se las arreglan con su lengua”, declaró en una entrevista a Der Spiegel más famosa por la denegación de su apoyo al nazismo que por esa estupidez demagógica que, sin embargo, hiela la sangre.

La Europa moderna debe más a un filósofo ruso, Alexandre Kojève, que a los alemanes. Kojève (sobrino de Kandinsky) estudió filosofía bajo la dirección de Karl Jaspers pero su mayor influencia fue la de otro ruso, Alexandre Koyré. Los dos trabajaron en Francia y, después de la segunda guerra mundial, Kojève fue el cerebro que, desde el Ministerio Francés de Asuntos Económicos, sentó las bases del Mercado Común Europeo que, luego de su muerte, se transformaría en la zona del euro, hoy a punto de desmoronarse no tanto por la tensión entre lo alemán y lo griego sino por falta de esa imaginación que Kojève (que se reconocía como un “marxista de derecha”) supo imprimirle al pensamiento francés pero, sobre todo, a la gestión de los asuntos estatales. Pensar en alemán o en griego significa pensar obsesivamente en la crisis, cuya puerta de salida, a lo mejor, está en alguna forma de pensamiento ruso expresado en francés.


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