Por Daniel Link para Perfil
Estoy estrenando despacho. Hacía mucho
que no tenía escritorio fuera de mi casa. Tanto tiempo, que ya no
recordaba la sensación de incompletud (no puedo escribir tal cosa
porque me falta un libro, no puedo abrir una determinada página
porque me falta una clave, y así). En aquellas épocas (Ediciones de
la Flor, Magazín Literario, Radarlibros) no
dependíamos tanto de Internet. Ahora uno debe tomar la precaución
de salvar los documentos con los que trabaja en la nube (dropbox,
Mega, Google Drive, etc...), cosa que yo me olvido de hacer
sistemáticamente, y por eso tengo que volver a empezar de cero cada
vez que cambio de ambiente.
Con el tiempo me iré acostumbrando.
Pero había escrito una linda columna en diálogo con el “Qué nos
pasó” de Beatriz Sarlo, que me quedó en una computadora remota a
la que todavía no sé cómo acceder.
Lo que nos pasó, argumentaba, fue que
el actual régimen explotó las peores características de la
sociedad: el resentimiento, la paranoia, los complejos de
inferioridad, la tendencia a esperarlo todo de una figura paternal,
encarnada (hegelianamente) en el Estado, el egoísmo anómico según
el cual no importa cómo le vaya a los demás mientras a mí me vaya
bien, la adhesión sentimental a los discursos simplistas, la
sempiterna tendencia a desconfiar de los otros y nunca de uno mismo.
Esos horrendos vicios de conciencia y de conducta prendieron a tal
punto en la ciudadanía que es imposible imaginar un futuro
promisorio para las elecciones de octubre. Gane quien gane (y esto lo
saben hasta los más recalictrantes votantes de Scioli) vamos a estar
peor: más limitados en nuestras posibilidades, más atónitos ante
la pobreza y la ignorancia, menos capaces de imaginar un futuro no
para nosotros (que somos ya puro pasado) sino para los jóvenes.
Hoy me dediqué a colgar unos cuadritos
en mi despacho: una foto de Kafka, el que dijo “hay esperanza en el
mundo, pero no para nosotros”.
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