Se vienen los debates presidenciales.
Suponiendo que se llegue a la instancia del ballotage, una de
las moderadoras sería la señora Viviana Canosa, cuyo conocimiento
de la política local e internacional es tan sólida como los últimos
desprendimientos de los glaciares antárticos.
Mucha gente manifestó su desacuerdo
con esa designación. Yo no creo que desentone con los enunciados
generales que se escuchan por estos días y que podrán escucharse en
ese debate: “Sí, se puede”, como señaló Beatriz Sarlo (sin el
agregado siquiera de puntos suspensivos para sostener aunque sea la
hipótesis de que hay transitividad: se puede tal cosa, o tal otra)
es un enunciado tan vacuo y tan peligroso como la objeción temeraria
del ex funcionario del Pro Juan José Gómez Centurión sobre la
expresión “terrorismo de Estado”.
En el otro extremo del arco ideológico
los enunciados no son mas consistentes y el Sr. Fernández se las ve
en figurillas para relativizar los dichos de la Sra. Fernández y,
sobre todo, de sus más locos seguidores.
Así que esperar algo de un debate
entablado en una arena desprovista de la menor chance de racionalidad
es un despropósito. Mejor hubiera sido reunir a los concursantes
alrededor de la mesa envejecida de Polémica en el bar y, eso
sí, elegir a los mejores fashionistas para que analicen los outfits
de les candidates.
Yo no quiero parecer maníaco, pero
creo que la decadencia infinita e imparable de la esfera pública
está ligada a la prepotencia de las redes sociales y a la obediencia
ciega a las “tendencias” que en su seno se descubren.
Hilando más fino, es como si al haber
tachado el registro de lo imaginario del análisis discursivo y
político, y haber optado por una mera cuantificación de posiciones
individuales, el discurso hubiera perdido no sólo eficacia como
herramienta o como arma, sino incluso sentido como tal. Para la foto
del candidato, alcanza un pulgar para arriba.
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