Por Daniel Link para Perfil
Estalló el verano y el
macedoniofernandismo floreció en una explosión tan vívida que no
dejaba ver bien a la distancia. Los diarios insistían en señalar
que lo que el Sr. Fernández pretendía unir, la Sra. Fernández lo
dividía. O viceversa, en un fragor espiralado que anulaba causas y
efectos: lo que Fernández separaba lo juntaba Fernández.
Para peor, durante la semana que ya
termina 5.000 líneas de colectivos se declararon en huelga y dos
“facciones” (cito por la prensa burguesa) se enfrentaron en la
sede de la UTA, cuyo secretario general, el Sr. Roberto Fernández,
no aprobó la medida de fuerza impulsada por el delegado opositor
Walter Fernández. Mientras el enfrentamiento crecía y se
multiplicaban los heridos, el Sr. Fernández (¡pero cuál!) se
refugió en los techos y dijo: “Es mi vida o la de ellos”.
Pero no: es la vida de todos y
cualquiera. Eso es el macedoniofernandismo: el continuo viviente.
Macedonio Fernández (1874-1962)
escribió hacia 1927, junto con algunos amigos, los capítulos de una
novela que nunca fue terminada, El hombre que será presidente,
con dos intrigas contrapuestas: las
curiosas gestiones de Macedonio para ser presidente de la República,
por un lado; por el otro, la conspiración urdida por una secta de
millonarios neurasténicos y tal vez locos, para lograr el mismo fin.
Como se sabe, el
macedonismo alcanzó a Borges, a Piglia, a Horacio González, quien
se refirió a ese proyecto como una “fábula
anarquista-economicista-biologista”.
El macedoniofernandismo
llegó más lejos: alcanzó a Cinthia Fernández, que decidió (sigo
citando a la prensa burguesa) un profundo cambio que incluyó corte y
tintura, alcanzó a la periodista Mariela Fernández ("¡Ahí
voy de nuevo!"), alcanzó a la Fernández Fierro, que lanzó una
nueva versión de un viejo tema: “¿Dónde hay un mango, che
Fernández?” y me alcanzó a mi, que empecé a pensar al autor del
Martín Fierro como José Fernández.
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