por Daniel Link para Perfil Cultura
Entre los muchos progresos que el
siglo XXI ha realizado respecto de su precedente, no se cuenta el de
haber podido construir clásicos literarios de la misma envergadura
que los del siglo XX, por su potencia estética, su osadía de
pensamiento o su radicalidad política. Los “Grandes Éxitos” del
siglo XX son la antología de la literatura que sigue sonando para
nosotros.
Memorias de un enfermo nervioso
de Daniel Paul Schreber
Aquella mañana, Daniel Paul Schreber
se demoró en uno de esos estados de duermevela que Marcel Proust
habría de novelizar pocos años después. De pronto se sobresaltó
ante un pensamiento inesperado. Pensó (naturalmente, en alemán):
“Sería realmente lindo ser una mujer sometida
al coito”. Y se volvió loco.
Daniel Paul
Schreber había nacido en 1842 en el seno de una familia burguesa
protestante. Su padre fue un célebre médico y educador
socialdemócrata que introdujo en Alemania la gimnasia médica y
promovió la venta de pequeñas parcelas de terrenos para que los
obreros usaran como huertos y jardines (Schrebergarden).
El hermano mayor de Daniel se había suicidado, su hermana menor
murió enferma mental. A los 42 años, Daniel, ya un reconocido juez
y jurisconsulto, es internado por primera vez, bajo un cuadro grave
de hipocondría. Dado de alta, vuelve a vivir con su esposa (con
quien no ha podido tener hijos) y a seguir cosechando éxitos
profesionales.
En 1893, poco
después de su ocurrencia matutina que rechaza con la mayor
indignación, lo nombran presidente del Tribunal de Apelaciones de
Sajonia, cargo que puede desempeñar por muy pocos meses antes de ser
dominado por sensaciones de reblandecimiento cerebral, ideas de
persecución, alucinaciones visuales y auditivas, anonadamiento y
estupor. Vuelven a internarlo en el asilo Sonnenstein, donde
escribirá, durante 1900, sus Memorias
de un enfermo nervioso, con el solo
objeto de que le reviertan la incapacidad jurídica en la que se
encontraba y le den el alta. Lo consigue en 1902. Al año siguiente,
las Memorias
se publican bastante expurgadas.
Poco después tiene
una nueva recaída, ya definitiva. Muere en 1911, mientras otro
autor, que había publicado en 1900 (o en noviembre de 1899) La
interpretación de los sueños
(Die
Traumdeutung)
se interesó por las Memorias
y, sin saber nada sobre el destino de Daniel Paul Schreber, se dedicó
a analizar su libro con las típicas interpretaciones abusivas
características de Sigmund Freud. El análisis propuesto en
"Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia
(Dementia paranoides)
descrito autobiográficamente (1911 [1910])" tuvo una
extraordinaria carrera y permitió definir la paranoia clínicamente
y, también, culturalmente: el mal del siglo XX.
Tan así fue que
Jacques Lacan, cuando escribió su tesis doctoral, eligió la
paranoia como tema y cuando tuvo que prologar la traducción francesa
de las Memorias,
destacó el carácter monumental del libro, al que relacionó con las
investigaciones estéticas de Salvador Dalí. El seminario Las
psicosis de Lacan
retoma el análisis freudiano de las Memorias
para
señalar sus aciertos y censurar sus defectos (“¿cómo
puede ser que algo que da tanta razón a Freud sólo sea abordado por
él bajo ciertos modos que dejan mucho que desear?”).
Desde
otro marco de lectura, Elías Canetti subraya que en las Memorias
"La paranoia es, en el sentido literal de la palabra, una
enfermedad
del poder".
¿Qué escribe Schreber
en su libro extraordinario para llamar la atención de lectores tan
ilustres y para que siga siendo materia de examen más de un siglo
después de su publicación original?
Por un lado, cuenta su
cuerpo amenazado por la fuerza de Dios: le han extirpado los
intestinos, tiene el esófago hecho trizas y las costillas quebradas,
le han reemplazado el estómago por el de un judío, le arrancaron
los nervios de la cabeza y unos homúnculos le comprimen el cráneo
haciendo girar una llave. Todo es inútil porque Dios, al querer
destruirlo, va en contra del orden del Cosmos, más poderoso que Dios
mismo.
Pero
Dios insiste: mediante los rayos que lo constituyen modifica los
órganos internos de Schreber para transformarlo en mujer (“Miss
Schreber”, lo llama). Hay un complot del que participan los médicos
que lo atienden, para asesinar su alma y para entregar su cuerpo de
mujer a la prostitución.
Al
final, Schreber se da cuenta del objetivo de Dios y de la escala
universal de la que forma parte: lo que Dios quiere es cogerse bien
cogido a Schreber para generar con él (como pareja divina) una nueva
humanidad, superadora de la anterior, ya decadente.
Por
el bien de la humanidad, Schreber decide aceptar su rol: “Es pues
mi deber ofrecer a los rayos divinos la voluptuosidad y el goce que
esos rayos buscan en mi cuerpo”.
Lo
único que Freud puede leer en el asunto es que el delirio paranoico
de Schreber le sirve para reprimir su deseo homosexual. Para Elías
Canetti, “apenas
es posible imaginar un error más craso".
Para él, el
delirio del autor de las Memorias
es, en realidad, el modelo exacto del poder político,
“que se alimenta de la masa y está compuesto por ella".
Schreber, para Canetti, hace
masa en una dirección que “el pueblo alemán” seguirá con
algarabía durante los años posteriores a la Gran Guerra.
Por
otro lado, la deliciosa fantasía de Daniel Paul Schreber no es
homosexual, en absoluto. Es transexual y megalómana (si me van a
coger para que yo pueda parir al hombre nuevo, el que me coge tiene
que ser Dios, el mejor garche).
Las
Memorias
de un enfermo nervioso
son un clásico que todavía nos alcanza, porque inauguran un siglo
que, por un lado, hará de las ficciones paranoicas y las
conspiraciones la clave de la interpretación política y, por el
otro, que hará de la “paranoia controlada” un método de cura
(el psicoanálisis) y de la transexualidad una bandera política.
Los
argentinos tuvimos la suerte de que Ramón Alcalde tradujera las
Memorias
y las
sometiera a un riguroso trabajo filológico. Perfil publicó ese
libro en 1999.
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