sábado, 9 de mayo de 2020

La clase muerta

Por Daniel Link para Perfil

Entre los muchos daños que la pandemia ha producido entre nosotros, uno de los más graves afecta al pacto educativo, completamente distorsionado y librado a la buena voluntad de sus actores.
Es dificíl sostener siquiera una parodia de educación universal e igualitaria cuando los contextos en los cuales el aprendizaje se desarrolla son tan desparejos.
Recién ahora, después de más de un mes de clases suspendidas, se están distribuyendo (y está bien que así sea) herramientas tecnológicas para que estudiantes de los niveles inicial y secundario puedan acceder a ciertos contenidos.
Hasta donde sé, los sindicatos docentes protestaron con vehemencia y con razón ante la conversión inmediata de la educación presencial en educación remota.
Examino el nivel que más conozco: universitario de grado y de posgrado. El miércoles previo a la semana santa se nos informó que debíamos comenzar las clases virtuales el lunes siguiente. Dedicamos ese fin de semana largo a reformular la secuencia pedagógica de textos que pensábamos dar a leer y a organizar algo parecido a una lógica de aprendizaje remoto.
De inmediato nos enfrentamos con varios escollos. La bibliografía digitalizada (que tanto escándalo ha suscitado últimamente entre personas incapaces de pensar la lectura más allá de la propiedad privada) debía alojarse en servidores que, muchas veces, no admitían el tamaño de los archivos. Tuvimos que duplicar las plataformas, con el consiguiente desgaste que eso significa para estudiantes y docentes. En segundo término, las reuniones sincrónicas no podían programarse porque los programas al uso (zoom, por ejemplo) no aceptan más que un número limitado de participantes, inferior a nuestros inscriptos. Finalmente conseguimos cuentas prestadas para poder armar reuniones de ese tipo en otras plataformas.
Mientras tanto, los aprendizajes funcionaron (y seguirán funcionando) de manera asincrónica y a fuerza de esperanzas. ¿Qué se entiende de lo que mando escrito? ¿Qué se ha leído previo a la clase? Imposible saberlo.
Luego, un dato no menor: la presunción de que cualquier docente de universidad (un cargo con dedicación exclusiva y toda la antigüedad posible equivale a una jubilación de un administrativo medio y esos cargos son poquísimos) contamos con acceso a internet de alta velocidad y ambientes adecuados al streaming en nuestras casas es completamente falsa pero, sobre todo, injusta.
La mutación educativa compulsiva y generalizada parece reposar en el presupuesto de que promover un proceso complejo de aprendizaje (ligado con la lengua y la literatura, o la matemática y los estudios sociales) equivale a la mera distribución de contenidos. Pero si quisiéramos insistir (como lo hacemos) en la necesidad de examinar críticamente los materiales que constituyen nuestro objeto (letras, sonidos, colores, paisajes, números o normas), lo cierto es que es muy poco lo que podemos podemos hacer remotamente.
Somos docentes porque no somos gestores culturales, ni apéndices inertes de las multinacionales de la edición ni promotores de figuras autorales.
En un texto sobre estos asuntos publicado muy tempranamente (el 12 de marzo), la Prof. Anna Kornbluth señaló el riesgo fundamental del desafío al que nos mandan responder: “las doctrinas de shock hacen de la emergencia una nueva normalidad: convierten los esfuerzos temporales en expectativas permanentes”.
Nadie en su sano juicio puede negar las ventajas que la educación a distancia puede tener (yo he dictado cursos de posgrado para alumnos mexicanos desde la comodidad de mi escritorio en ese formato) pero en modo alguno se puede aceptar esa conversión masiva sin una discusión profunda sobre el alcance de la mutación a la que nos enfrentamos sólo porque no nos queda más remedio y transitoriamente.
¿En nombre de qué resignar la posibilidad de construir espacios comunes de lectura, y en nombre de qué aceptar la supresión de la dimensión dialógica de los procesos de aprendizaje (quien sostenga que puede haber diálogo mediado por un dispositivo tecnológico o está loco o tiene mala fe)?
Seguimos adelante porque amamos la clase. Pero la queremos viva.

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