El salón está que arde. Ya una vez organizada la ronda de presentaciones, los besamanos y los reencuentros, comenzaron los dimes y diretes y las intrigas, los comentarios maliciosos, las recomendaciones y las advertencias sobre tal o cual, el intercambio de bibliografía. Más importante aún: no hay palabra que en Venezuela no sea inmediatamente política: la sombra de "El emperador", como llaman al actual presidente de la patria bolivariana, se esconde detrás de cada palabra, de cada (digámoslo) ademán.
Después, la vuelta de las horas nos reunió alrededor de mesas de banquete y, en el imponente auditorio de la Universidad de los Andes, alrededor de Jean Franco, que fue solemnemente declarada "Profesora Honoris Causa". Hubo togas, coros, alusiones, promesas, expresión de esperanzas. Los jóvenes locales faltaron a tal segmento, creyéndose modernos. Se los recriminé severamente: pocas ocasiones habrá para sentir la inmersión en un fragmento tan perfecto del siglo XIX. Como se sabe, en Mérida y sobre esta bienal, el Kaiser urdió El congreso de literatura. Una presencia tan aplastante impide informes más originales que los que estoy realizando. De Francia me llega una recriminación al respecto. Encabezo mi réplica con un "Mme.: me pide Ud. un talento para el género epistolar del que yo carezco". Mérida es, para mí, como Córdoba, lo que no es poco decir: postales superpuestas. Anoche, la fiesta se extendió hasta las 4 de la madrugada. Fue una vil estrategia de Bellatin, ese monstruo, para mermar mi audiencia de esta mañana.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
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