El fin de semana estuve leyendo La preparación de la novela de Roland Barthes, un doble curso cuya primera mitad es más bien sosa, cuya segunda mitad es muy intensamente neurótica y cuyo final (las fotos de Paul Nadar anotadas por Barthes) vuelve a ser insulsa. ¿Pero, cómo? ¿No era yo un incondicional de Barthes? Sí, lo era. Y para demostrármelo me pongo a releer todos sus libros (no es la errancia del deseo lo único que domina mi relectura, sino ciertas obligaciones en mala hora contraídas y de las cuales, ahora, estoy arrepentido). Sí, me sigue gustando Barthes, aunque La preparación de la novela se me aparezca como un curso un poco pretencioso y un poco vacuo donde todo lo que se dice sobre el haiku no me conmueve (aunque el haiku sí me conmueva), casi nada de lo que se dice sobre Proust me sorprende (y lo que sí, me sorprende por su inadecuación solipsista, por ejemplo: la hipótesis de que la Recherche cuaja como consecuencia de la muerte de la madre -y no, como es más verosimil, por el conocimiento que Proust tuvo del affaire Eulenburg), y donde me maravilla la obsesión maníaca por el detalle de la segunda parte, pero no entiendo cómo a alguien se le puede ocurrir que eso constituye el imaginario de un escritor.
Quienes conocieron a Barthes me cuentan que sus lecciones estaban siempre puntuadas por brillantes momentos en el contexto de una general opacidad, la misma que dominaba su vida social. Era, se me dice, un señor más bien aburrido. Melancólico, lo hubiera supuesto. ¿Aburrido? Me cuesta pensarlo, pero este curso (mucho más que los dos anteriores) parece avalar ese diagnóstico. Es curioso que los libros de Barthes sigan siendo lo brillantes que nos parecieron en una primera lectura. O no: finalmente, un escritor no existe más allá de lo que ha escrito y no tiene mucho sentido esperar un acuerdo entre el efecto de una prosa y el efecto de una vida. Pienso en qué podría haberse convertido La preparación de la novela si hubiera llegado al libro (creo imposible que el libro resultante fuera una novela o que el propio Barthes hubiera estado en mejor situación que nosotros para instalarse confortablemente en la novela, ese género siniestro y más bien muerto). Tal vez una suerte de Fragmentos de un discurso amoroso referido a la escritura: las mismas manías, las mismas inseguridades, las mismas astucias y las mismas vergüenzas del enamorado. Pareciera que Barthes juega con las mismas figuras (un poco melodramáticas), pero esta vez, aplicadas a un universo que no sé si les conviene tanto. La experiencia amorosa es patética por necesidad, mientras que la escritura puede o no serlo.
El carácter intoxicante y un poco timorato de La preparación de la novela me recuerda a otro libro incómodo a propósito de una relación (cualquiera) con "La Literatura", Ese hombre y otros papeles personales. De ahí parte una "avenida de sentido" (la metáfora es de Barthes, y no veo por qué no habría de usarla aunque su último curso me haya decepcionado un poco): doble mano, de Walsh a Barthes y viceversa. Me propongo una lectura paso a paso de Operación masacre, sobre todo porque mis amigos rosarinos me han dicho que alguna vez habría que emprender esa tarea siempre anunciada pero nunca realizada.
¿Por qué no se lee el texto de Operación masacre como lo que es, un texto? Tal vez porque mucho de lo que resulte de una lectura semejante sea la idealización de un mundo ya desaparecido: el obrero peronista, cuyas bondades infinitas Walsh borda desde la primera página del libro. En fin, divago. Pero pondré en contigüidad el modo de leer de Barthes (y sus hipótesis sobre el deseo de escribir) con algo que le es completamente ajeno. Y así mi vida (mi vida imaginaria) vuelve a estar tensionada en direcciones (tal vez) contradictorias. Walsh, por un lado; Copi, por el otro. Y dos novelas de las cuales he adelantado aquí dos capítulos de cada una (publicaré uno más de cada una, y luego seguiré en privado las peripecias del agente inmobiliario y del niño pobre).
Escribo estas líneas fugado de mi casa, donde internet ha vuelto a cortarse sin que se sepa bien cuándo volverá. La cosa cansa, ya. Y la muerte de María Luisa agrega gotas de melancolía que en lugar de acercarme a Barthes, de él me alejan.
Sé que en pocos días más voy a estar en otra parte. Cierro los ojos, espero que el tiempo pase.
Las tres gracias
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Hace 2 semanas.
3 comentarios:
Cortala de usar "puntuar", esa palabra espantosa de la secta lacaniana. Terminala con Barthes, terminala con Lacan, terminala con los franceses. Empezá el nuevo siglo, cazzo.
Besugos.
Tal vez no se lee Operación Masacre como lo que es porque muchos se apropiaron de Walsh como héroe, militante, martir, novelista, periodista y nunca jamás se acercaron al texto en sí, sin la instancia fuertísima de mediación que supone Ese Hombre.
Si es uno de tus proyectos, lo celebro enormemente. Será fantástico leerte leerlo.
Muertos: la novela y el obrero peronista. Vos preparás dos novelas cuyos primeros capítulos ya están escritos y publicados pero el resto (por lo que dice éste post) ni siquiera está escrito, espero que ni siquiera exista un croquis sobre los mismos. Barthes era melancólico y en un curso ensaña a preparar novelas.
Es todo como dislocado y circular.
Saludos
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