domingo, 6 de septiembre de 2009

El intelectual, el maestro

por Daniel Link para Ñ

En 1986 apareció la primera edición de
El texto y sus voces de Enrique Pezzoni en editorial Sudamericana, el sello cuyo catálogo él mismo había contribuido a diseñar como asesor literario y también como traductor (Teorema, Lolita, entre las más célebres).
El libro, que vuelve ahora gracias a una generosa política de reediciones de Editorial Eterna Cadencia (Josefina Ludmer, con su decisivo ensayo sobre Onetti se sumará dentro de poco a Jaime Rest, Oscar Masotta y Pezzoni), reúne algunos de los artículos
y notas que Enrique Pezzoni había publicado desde 1950, organizados en cuatro apartados (Borges, Poetas, Narradores, Notas) y uno de sus raros (pero no por eso menos preciosos) artículos no monográficos, “Transgresión y normalización en la narrativa argentina contemporánea (1970), que termina en el deseo de un “antiarte” que “devuelva a la cultura su carga subversiva”.
Esa persecusión de lo que trastorna de un texto, de las “revueltas silenciosas” que promueven los mejores de entre ellos, es el rasgo más característico de la obsesión crítica que Pezzoni desarrolla en
El texto y sus voces, obsesión que no ha perdido, en todos estos años, ni su filo ni su necesidad y que, bien mirada, constituye toda una política de la lectura, es decir, una pedagogía del texto, sus voces y sus sombras como “experiencia de la renegación renovadora” y, en tanto tal, una ética completa.
Pezzoni siempre supo que la tarea del profesor despliega una ética que encuentra en la política cultural su fundamento y desde el comienzo ligó su actividad de críitico y traductor con la pedagogía, de acuerdo con una escuela y unos maestros siempre obsesionados por vincular sus trabajos con la formación docente (Raimundo Lida, Pedro Henríquez Ureña, Ana María Barrenechea, el Instituto del Profesorado). Si es cierto que los primeros trabajos de Pezzoni todavía sufren el estigma de su vinculación con Sur, no es menos cierto que, también desde el comienzo, Pezzoni se ligó con lo que él mismo llamó mucho después una "política progresista asociada a la vigencia y posibilidad de las transformaciones" ("Imagen de Ana María Barrenechea") y promovió la literatura como una práctica que “se enfrenta al mundo y al vivir humano que es una prolongada antesala de la violencia y el abuso”, como señala el texto sobre Cortázar incluido en El texto y sus voces.
En la Facultad de Filosofía y Letras, en el Instituto del Profesorado, Pezzoni hizo de la "Lección" (que en su caso hay que entender como un diálogo apasionado y a veces violento con los alumnos) el motor de su “obra”. Muchos de quienes trabajamos con él comenzamos nuestra formación fascinados por las lecciones que pronunciaba en su ya mítico seminario del Profesorado, donde Pezzoni nos enseñó a leer: su tarea era la de un alfabetizador y nunca renegó de ella (exhausto, saltaba del avión que lo traía de la Feria de Frankfurt para asistir a una exposición de los alumnos en el Seminario).
Pero además de la fascinación por la manera en que pudo, por ejemplo, desbloquear la lectura de Rubén Darío (postulándolo, también a él, como un “reprogramador de la memoria colectiva” y no sólo como un esteticista decadente), o por su chisporroteo verbal, o por la capacidad de incorporar a sus clases la bibliografía publicada antes de ayer en París, Londres o Lima, Pezzoni nos fascinaba por la extraordinaria sensibilidad a la palabra de sus alumnos, con quienes se entregaba a discutir los artículos que estaba escribiendo, con quienes compartía el capital que otros intelectuales suelen acaparar celosamente: sus ideas. En el índice de El texto y sus voces hay por lo menos ocho artículos cuya producción se remonta a aquellos años en los que inmerecidamente asistíamos a ese pasaje del habla a la escritura que también obsesionaba a Roland Barthes.
En 1983 participó de la reorganización de la Facultad de Filosofía y Letras. Desencantado de esa experiencia se descubrió, con dolor, utilizado y abandonado posteriormente por sus coyunturales aliados que, para colmo, le habían hecho perder viejos amigos. Nunca pudo entender una política que negara los afectos y, en rigor, su gestión en la Facultad (y antes en el Instituto del Profesorado) fue siempre una política de la afección (muy distinta del clientelismo). Como señalará Paola Cortes-Rocca en el número de septiembre de la revista Inrockuptibles: El texto y sus voces sostiene “el equilibrio crispado, el roce fugaz y definitivo entre cuerpos y voces, entre libros y experiencia, entre el oficio y la pasión, entre el mundo de la política y el universo de los afectos”.
En sus lecciones y en sus intervenciones críticas, Pezzoni no sólo tematizaba la cuestión política (lo que hubiera sido un gesto módico) sino que reafirmaba esa politización de la crítica y la lectura por la enseñanza, la única práctica que consideró pertinente durante su último año de vida. Se decía profesor, y ese papel le daba felicidad ("nuestro vivir como estudiosos", decía). El texto y sos voces es un indicio de lo que, todavía hoy, vivimos como falta.


6 comentarios:

Mari Pops dijo...

creo te puede interesar leer este blog: http://cachodepan.blogspot.com/

Dante Bertini dijo...

Mary Poppins (gracias!) también me ha recomendado el tuyo...
mañana, sin sueño, te leeré más atentamente.
Un saludo.

Emma Funes dijo...

Es ciero, con afecto sin clientelismos como ahora que todo se ha enrarecido tanto que ya no se sabe quién es el enemigo.
Pezzoni,me pongo de pié por ese dandy maravilloso, lúcido, entregado a sus alumnos y sumamente generoso con su saber.

Fotografías dijo...

Muy lindo texto/homenaje, Daniel. Y, para mí, por supuesto, emocionante. No sólo porque me recuerda a Enrique, sino porque me evoca esos simpáticos inocentes que éramos vos y yo cuando nos conocimos, justamente, en aquel inolvidable seminario del Profesorado... ¡hace treinta años! ¡Dios mío!

abrazo

A

Alfredo dijo...

Excelente noticia la reedición de Los procesos de construcción del relato de Ludmer. Mi ejemplar de Sudamericana del 77 es una reliquia que se deshace en mis manos. Sería bueno si saliera este año, el centenario del nacimiento de Onetti, el amargo Onetti. Saludo de paso a la mejor profesora de letras que he tenido, quien me enseño verdaderamente a leer, la inigualable JL.

Anónimo dijo...

Daniel, estaba leyendo tu ensayo sobre Lolita en "Fantasmas". Vos decís que en la página 22 de tu edición, Sur, hay una errata de peritoneo por perineo. El caso es que la edición de Anagrama (1991)obvia la frase diciendo solamente que Virgilio "quizá prefería otra cosa...". Un artículo español, "Lolita censurada" de Ernesto Hernández Busto, hace esta apreciación, y señala otros errores de la traducción de Pezzoni. El caso es: difiere esta edición de Anagrama de la original de Sur? Por la nota al pie donde salvas la errata creo que sí. Me gustaría leer la traducción de Pezzoni, pero, si no es en la edición de Sur, en cuál? Desde ya, muchas gracias