viernes, 9 de julio de 2010

En el nombre de Cristo

por Daniel Link para Soy

Chateo con mi hija, que me pide disculpas por no haber podido ir a la Marcha: ella se desocupaba a las 18.00 en Palermo y luego tenía terapia. Teme, me dice, que su ausencia le arrebate el rol de madrina que (impensada, naturalmente) le reservamos en la ceremonia, cuando ésta se realice: “después no me vas a cambiar por alguna amiga, eh”, escribe.
Le contesto, con lágrimas en los ojos que ella no puede, afortunadamente, percibir: “ya veremos, ya veremos”.
En San Juan, me dicen, los colegios “católicos” justifican las faltas de los alumnos que concurren a las marchas contra la universalización del matrimonio y en la provincia de Buenos Aires piden la adhesión de los padres de los alumnos a petitorios amedrentadores. La mezquindad resulta tan grande que revuelve el estómago. Son formas de dolor que ya nadie es capaz de tolerar.
Habrá, con el tiempo, seguramente otras, novísimas, impensadas (lo sabemos). Pero hoy, ahora, sólo se puede estar con esta causa, que no es de nadie ni para nadie en particular, sino de todos y por todos, como si se tratara de defender el sufragio universal o los derechos ciudadanos para los inmigrantes. La causa de los universales, la causa cristiana, cuya única forma de realización está del lado del amor y no del odio.
Los miserables editoriales de los diarios más conservadores amenazan con violencia contra los hijos de los matrimonios del mismo género: se declaran en guerra en nombre de una institución que debería reservarse sólo para iguales.
Pero la doctrina paulista (la del apostol Pablo, fundador del universalismo, es decir, del catolicismo) demostró de una vez y para siempre que no hay posibilidad de una total coincidencia de uno consigo mismo y que, por lo tanto, todos somos sólo un resto entre cualquier pueblo y nosotros mismos, entre toda identidad y ella misma (¿para qué habría de servir, de otro modo, la idea de Dios?).
No es en nombre de una identidad, pues, que el matrimonio civil deba universalizarse, sino precisamente en nombre de la ley de Cristo, para quien el único mandamiento, lo sabemos, lo hemos escuchado hasta el cansancio, es el mandamiento del amor.
No se trata de sostener una benevolencia hacia las costumbres y opiniones o una indiferencia tolerante para con las diferencias que habría que trascender para que la humanidad misma pueda edificarse. Lo universal es una operación que establece en el fondo de nosotros mismos una división que nos vuelve ajenos, incompletos. Y sólo podemos recocernos como humanos en ese resto de pura diferencia.
La vocación mesiánica (la única que hoy puede sostenerse) nos obliga a comprender que somos precisamente aquello que no somos: ¿cómo habría alguien, en nombre de lo que no es, sostener una censura en el seno del Estado contra otras formas de no ser, contra otras puras potencias o formas de vida?
La universalización del matrimonio civil cumple cabalmente la ley de Cristo. Y quien así no lo entienda ha abandonado definitivamente la fe de Jesús (la religión por él profesada con actos y palabras) para adherir a la cristología elaborada por los padres de la Iglesia.
En 1780, Gotthold Epharim Lessing señaló que “la religión de Cristo se expresa con palabras claras y distintas; por el contrario, la cristiana, lo hace de un modo tan incierto y equívoco, que es difícil encontrar dos hombres de cuantos existen en el mundo que se hayan formado de ella la misma idea”.
Dos siglos y medio después, no pueden seguir cometiéndose las mismas equivocaciones.

8 comentarios:

Don Munir M dijo...

"para adherir a la cristología elaborada por los padres de la Iglesia."

Viste que a la final se podía hallar la contradicción familiarista que detone sus adefesios patológicos, la elabora(n)ron padre con padre: Ostia de mostro (sip)

¡Pues yo te amo semejante!

Barulo Total dijo...

"este es mi cuerpo tomad y comed todos de él"

Martin Villagarcia dijo...

ojala salga todo bien, pero estoy perdiendo las esperanzas

Eu dijo...

Ahora estoy yo con lágrimas en los ojos. Sería un honor para mí ser la madrina de esa unión.

rafaawa dijo...

Como vos bien lo decis Daniel, además de la politica del amor, lo que está en discusión es el derecho a la igualdad (en la diferencia). Dos personas que quieren voluntariamente unirse legalmente y con el apoyo de la ley y formar un matrimonio tienen que poder hacerlo. Ese es el piso, si para una forma de vivir la vida esas dos personas tienen que ser de distinto sexo, ok, que ese grupo de personas se unan de esa manera, pero negar ese derecho es como imponer por ley que solo se puedan unir en matrimonio personas que miden mas de 1,50 o que no se puedan casar feos con lindos... una absoluta aribitrariedad.

El Zeñorito Vomir dijo...

Lo cierto es el amor de hecho,(nunca de facto), eso que poquititos (con/sin) derechos pueden esgrimir , lo "demás" me lo paso por el cuore, a la dulce espera de ser alterrespondido.

O qué... ¿necesitamos dictúómenes?

No, obbvio que no. Nunca, y si hay soledades, ya va a pasar... siempre se aprenede.
Quién pueda que enseñe.

Igual, guarda con las declaraciones de guerra (aviso en internet por su "anfiebeiiueeidad" mi utrlmnpqxyk se detecta de dónde parte nunca hacia)

Guarda

Heil-egger dijo...

Hoy, en este contexto y entre otras formas, Jesús sería, sin lugar a dudas, gay. Jesus no puede sino tomar la forma de las minorías, el marginal, el desarraigado, el que no tiene lugar. Pero todo esto no se podría haber dicho mejor que como lo expresaste vos. Un abrazo grande y esto, como tantas otras cosas, va a salir. Porque más allá de lo que se decida el 14 de julio (que, claro está, es sumamente importante) hay cosas que ya están decididas de antemano. Será la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, pero será. La decisión ya está tomada y sobre eso no se puede volver atrás, como no se puede volver atrás con la historia.

Anónimo dijo...

No hay que ceder ni un solo momento a la tristeza o al llanto o al amedrentamiento, sean estos juridicos, morales, dolosos o culposos. Este pequeño gran tratado de "caritas cristiana" es muestra suficiente de que cualquier católico romano màs o menos lùcido debe estar a favor de la universalización del matrimonio. El resto es puro trabajo terrenal mezquino de cierto clero. Y una muestra clara de que la Iglesia arriba, poco a poco, a lo que no dudarìa en llamar "discurso de la locura", cuando la locura implica no asumir un naufragio exasperante.