comparto eso de que la calidad de la comida es insuperable (comparada con la de Argentina), y es así en todas partes de Estambul, incluso en los lugares más turísticos como las callecitas que dan a la Istiklal Cadessi, la peatonal que termina (o empieza) en Taksim. Y hablando de “Turkish trash”: en uno de los museos (no recuerdo si el arqueológico) hay, atesorados en un frasquito, algunos pelitos grises de la barba de Mahoma y un bol (o cuenco o cazuela) del cual se alimentaba el profeta Abraham. Maravilloso. Retrash. Y lo otro que a mí me gustaba mucho cuando anduve por ahí, por la peatonal especialmente, era que los muchachitos (y no tanto) andaban tomados del brazo y hablándose como en susurros. Un encanto. Leandro C.
Las barbas del Profeta están en el museo de la señorita Topisto (el palacio). Sí, andan del bracete, lo que me obligó a subir la apuesta y a curtir abanico. De todos modos, nada que ver con la mariconería egipcia, donde se agarran con los deditos meñiques enganchados. Es el laicismo turco.
La calidad de la comida, la calidad de las rutas, la calidad de la hospitalidad, la calidad de la policía vial, la calidad de los medios de transporte (incluidos los ferries), la calidad del chonguerío (eso que algunos persisten en llamar "pueblo"), la calidad de las librerías, la calidad de la energía solar (en todos los techos). En fin: Argentina y Buenos Aires bien podrían mirarse en este espejo para asumir su decadencia irremediable.
Sí, sí, la hospitalidad, la afabilidad (como rasgo pertinente de la hospitalidad, obvio), las librerías, la música turca en sus variantes más que amplias, y también, sí, el transporte público; ¡ah, esos ferries que van por el Bósforo hacia el Mar Negro! A propósito: hay que tomarse uno para llegar, a poca distancia de Estambul, a una de las islas del mar Marmara y visitar (id est: ver sólo desde afuera) la casa en donde estuvo alojado Trostsky por un lapso respetable de su largo periplo de exilio. Una casa en donde ninguna placa, ningún cartel, ningún signo da cuenta de su obligado paso por Turquía. Leandro C.
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Según uno de los contadores de visitas que instalé en el blog, mucho más nuevo que el de shinystat, hemos sobrepasado, gracias a la fidelidad de los lectores, hoy viernes santo, 1001242 visitas. Como no recuerdo cuándo lo instale (aparentemente hacia junio de 2011, disconforme con el conteo del anterior) la cifra no sirve para demasiado. El de shinystat lo instalé el 23/12/04 y ya está por alcanzar los 3.000.000 de visitas. Nada, comparado con las cifras que en las TMA (Tecnologías del Mal Absoluto: facebook y twitter) se manejan. Pero acá somos buenos sin claudicación.
Gracias a los 535 participantes suscriptos a este sitio y a los 220 que me tienen en sus círculos.
6 comentarios:
Hum...¿Por dónde habrá entrado Ulises?
¿Y...? ¿qué pasó con la novelita turca?
comparto eso de que la calidad de la comida es insuperable (comparada con la de Argentina), y es así en todas partes de Estambul, incluso en los lugares más turísticos como las callecitas que dan a la Istiklal Cadessi, la peatonal que termina (o empieza) en Taksim. Y hablando de “Turkish trash”: en uno de los museos (no recuerdo si el arqueológico) hay, atesorados en un frasquito, algunos pelitos grises de la barba de Mahoma y un bol (o cuenco o cazuela) del cual se alimentaba el profeta Abraham. Maravilloso. Retrash. Y lo otro que a mí me gustaba mucho cuando anduve por ahí, por la peatonal especialmente, era que los muchachitos (y no tanto) andaban tomados del brazo y hablándose como en susurros. Un encanto.
Leandro C.
Las barbas del Profeta están en el museo de la señorita Topisto (el palacio). Sí, andan del bracete, lo que me obligó a subir la apuesta y a curtir abanico. De todos modos, nada que ver con la mariconería egipcia, donde se agarran con los deditos meñiques enganchados. Es el laicismo turco.
La calidad de la comida, la calidad de las rutas, la calidad de la hospitalidad, la calidad de la policía vial, la calidad de los medios de transporte (incluidos los ferries), la calidad del chonguerío (eso que algunos persisten en llamar "pueblo"), la calidad de las librerías, la calidad de la energía solar (en todos los techos). En fin: Argentina y Buenos Aires bien podrían mirarse en este espejo para asumir su decadencia irremediable.
Sí, sí, la hospitalidad, la afabilidad (como rasgo pertinente de la hospitalidad, obvio), las librerías, la música turca en sus variantes más que amplias, y también, sí, el transporte público; ¡ah, esos ferries que van por el Bósforo hacia el Mar Negro! A propósito: hay que tomarse uno para llegar, a poca distancia de Estambul, a una de las islas del mar Marmara y visitar (id est: ver sólo desde afuera) la casa en donde estuvo alojado Trostsky por un lapso respetable de su largo periplo de exilio. Una casa en donde ninguna placa, ningún cartel, ningún signo da cuenta de su obligado paso por Turquía.
Leandro C.
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