lunes, 13 de enero de 2014

Una visita inoportuna

En nuestra reciente visita a México conocimos al entrenador de perros plegables Mario Bellatín, a quien le dimos refugio cuando nos escribió contándonos que la justicia azteca lo perseguía, y ahora no sabemos qué hacer con él.
Como hemos ya contado, la sociedad de México es de una violencia que permea todos sus niveles, de lo que fuimos testigos involuntarios cierto domingo en Coyoacán, cuando nos preparábamos para almorzar con nuestra amiga Margo Glantz, la "única escritora judía del mundo que vive en el callejón de Hornos".
Esa mañana de domingo, conversábamos con Margo y su encantadora hija algunos avatares últios de la violencia urbana.
A finales de enero de 2009, el ejército mexicano detuvo en el hotel Baja Season, en Ensenada (Baja California), a Sergio Meza, el "Pozolero" del cartel de los Arellano Félix.
En 1996, Meza había empezado a trabajar para los narcos que operan en la frontera con los Estados Unidos. Teodoro García Simental, su jefe, lo introdujo en lo que sería su trabajo desde entonces hasta su detención: disolver los cadáveres de las víctimas de los narcos en soda caústica y arrojarlos luego a fosas comunes o sumideros en las casas francas de los alrededores de Tijuana. Si bien Meza reconoció haber disuelto más de trescientos cadáveres (algo así, porque no los contó) en soda cáustica (los cadáveres llegaban en pipas de agua, ocho horas de hervor necesitaban, lo más difícil de disolver eran los dientes, se sumergían ristras de ajo en la solución para disimular el olor nauseabundo) invocó su inocencia diciendo que él no secuestró ni mató a nadie, sólo se encargó de los cadáveres. Aparentemente, la legislación mexicana le daba la razón porque, según sus códigos, “El Pozolero” no había cometido ningún delito grave (apenas una violación de las leyes de inhumaciones y exhumaciones).
En marzo de 2011, la Gaceta Parlamentaria de la Cámara de Diputados publicó una reforma promovida por Jesús Gerardo Cortez Mendoza para modificar el artículo 280 del Código Penal Federal, que aumentaba las penas de 4 a 15 años para delitos de esa índole.
Para un argentino medio, para el cual las figuras de la “desaparición de personas” y la “asociación ilícita” constituyen figuras penales de circulación cotidiana, un titubeo jurídico como ése suena a cuento de hadas o, mejor dicho, a cuento chino. Meza está a punto de recuperar la libertad. El arzobispo de Tijuana declaró que si el arrepentimiento del pozolero era auténtico, el perdón de Dios estaba a su alcance.
No nos imaginábamos que esa violencia iba a alcanzar también al mundo literario.
Mario Bellatin cría perros de gran porte a los que desconoce como perros porque el Mahoma liberó a ciertos galgos de la participación en esa especie de cánidos domesticados, y él es seguidor de las enseñanzas del profeta.
Su método de cría, muy discutido, es llevar a los galgos a un estado de adelgazamiento tal que se convierten en prácticamente figuras translúcidas a las que, para acostumbrar al plegado (el objetivo último es poder trasladarlos en maletines de mano en los aviones), acomoda en pequeñas jaulas de veinte centímetros de lado que guarda en un armario.
Hemos visto cómo dos galgas jovencísimas, pero ya con su estatura adulta, entraron por propia voluntad en ese habitáculo diminuto, donde pasan un promedio de ocho horas diarias.
Salidas de las jaulas, las galgas parecen un ejercicio de papirotecnia japonesa, porque comienzan a desdoblarse hasta alcanzar, de perfil, la forma apenas reconocible de un perro de alto porte a través del cual puede percibirse, además del fluido de la sangre, el universo entero. De perfil, digo, porque de frente son prácticamente invisibles, apenas una línea que interfiere en el paisaje.
Margo Glantz conoce a Mario Bellatin desde hace años, porque suele sentarse en la plaza de Coyoacán a vender sus almanaques y, como es una mujer curiosa, terminó entablando una suerte de amistad con el criador de perros transparentes y plegables para viajeros frecuentes.
Aquella mañana, Margo discutía con su encantadora hija y una amiga de la familia cuál sería el mejor destino para llevarnos a almorzar.
A las 14 horas conseguimos cerrar la puerta de calle y nos encaminamos en fila india por el callejón de Hornos, donde sucedió un hecho en principio inexplicable. Margo tropezó con una de las galgas invisibles que Mario Bellatín había sacado a pasear o que estaba exponiendo para su venta y cayó de cara sobre el empedrado desparejo del callejón (luego nos confesó que no colocó sus manos para amortiguar el golpe porque tenía las uñas recién pintadas).
Mario Bellatin, sentado en la vereda, "quiso ayudarla", pero el ojo fotográfico de Sebastián Freire registró con perspicacia la imagen verdadera.
Mario Bellatin se abalanzó sobre el cuerpo de Margo Glantz como para querer ayudarla pero en verdad aprovechó el envión para caer sobre su cuerpo y, con su mano izquierda, restregar todavía más la cara de la escritora sobre el empedrado desparejo de la calle de Hornos.
Lo que siguió después fue más o menos predecible: Margo fue llevada a la clínica suiza donde suelen atenderla, con la cara destrozada, y el almuerzo quedó postergado indefinidamente.
Nosotros nos quedamos esperando el resultado de las pericias médicas, porque además de la reconstrucción facial que sin duda el accidente-atentado requeriría, podía haber un hueso roto, tal fue la violencia ejercida por Mario Bellatin contra la cabeza de Margo Glantz.
Cuando le preguntamos al criador de perros plegables por qué había hecho eso contestó lacónicamente: "Nunca me gustó lo que escribía".

(continuará...)
 

 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No se que es peor. La violencia de un violento o la pasividad de un narrador.

Anónimo dijo...

Es un hecho real, o se trata de una fantasía literaria???

laur dijo...

Fascinante. Que continúe.