Por Daniel Link para Perfil Cultura
Como no la había visto en su momento (ni en Cagliari, ni en Buenos Aires) y me interesa el modo en que Spregelburd relaciona teatro y pensamiento, decidí ir a ver Spam el mismo día que vi la estúpida (e ideológicamente siniestra) película de Alejo Moguillansky, El escarabajo de oro, a la que sólo la actuación de Rafael y la imponente presencia de Mariano Llinás salvan de una total insignificancia.
Spam, como el trabajo anterior de Spregelburd, Apátrida, doscientos años y unos meses, está escrita en versos más o menos libres pero con patrones rítmicos muy reconocibles (abundan los elegantísimos alejandrinos y endecasílabos). Cuenta la historia de un lingüista italiano (“Mi especialidad son las lenguas que se extinguen”) que plagia el trabajo de una becaria, responde a un correo electrónico basura (spam), se alza con casi cinco millones de dólares que transfiere a su cuenta de paypal y se refugia en la isla de Malta, donde pierde la memoria, el sentido de la Historia y de su propia vida mientras a su alrededor suceden asesinatos (a manos de la mafia china), atentados microterroristas a partir de la modificación de los dispositivos de habla de ciertas muñecas (“Yo me uniría a ellos si tuviera alguna idea rimbombante”). Todo sucede en cuadros que se representan según un hipotético azar que recuerda al tablero de Rayuela.
El interés de Spregelburd por la teoría del caos, la teoría de las catástrofes, los imaginarios paranoicos y el fin del mundo es bien conocido, pero nunca como hasta este texto admirable y de una perfección que quita el aliento había alcanzado un nivel de reflexión tan equlibrado, tan elegante, tan elaborado.
Entre las grandes obras teatrales o literarias del siglo XXI, Spam tiene un lugar asegurado por la audacia con la que combina los materiales que convoca: la pérdida de memoria y de sentido de la Historia, como queda dicho, el trash industrial que constituye nuestra ecología, el capitalismo como dispositivo para la producción de basura y nada más, la globalización electrónica y sus mecanismos de control, el fin de los Tiempos (“no usarás el nombre del Tiempo en vano”) y el día después de mañana (es decir: el tiempo propiamente mesiánico), la imposibilidad del nombre de Dios (“Su nombre está hecho de errores de tipeo,/ de mutaciones infinitas traducidas por el Google;/ su nombre escandaloso como el del Dios hebreo”; “cuyo nombre, como el de dios, jamás fue revelado”) y, por lo tanto, del nombre propio (Mario-Nicolino) y de las cosas (“ Debo aprender el nombre de esta cosa”), lo que supone una teoría general del lenguaje entendido como aquello que jamás puede coincidir consigo mismo y de los nombres como designantes de un espacio vacío.
Entre los muchos disparates que Spregelburd incorpora a su texto está la historia de una hipotética lengua eblaíta cuyo diccionario fue escrito en piedra y en arena húmeda (que la intemperie, naturalmente, terminó borrando). Los sustantivos eblaítas designan espacios entre espacios (“un espacio que no tenía nombre en persa, ni en griego, ni en hebreo”): at es “aquello que queda justo entre un arco de flecha/ y un trozo de cuerda masticada”, y cun es “espacio entre un pez de río muerto y un at”.
>Detrás de esa desplegado antieconómico y anticomunicativo se lee el convencimiento de que sólo la experiencia de la existencia pura del lenguaje abre al pensamiento la pura existencia del mundo. Y ésa es la mayor virtud de Spam, que piensa la pura existencia del mundo más allá de la memoria (que se ha perdido), de los nombres (que no designan nada), del sentido (que es totalmente opaco, o ilegible) y del dinero (ese otro lenguaje que se ha vuelto totalmente virtual), a partir de la experiencia pura del lenguaje (teatral y poético).
La puesta que el propio Spregelburd eligió para este texto soberbio abunda en parafernalia tecnológica (micrófonos, grabaciones, videos). La música que Zypce toca en vivo desdeña todas las trampas civilizatorias de lo órfico y lo apolíneo, lo que conviene bien al delirio calculado del texto: entre los dos hacen un espectáculo enorme, de una sabiduría infinita, divertido hasta las lágrimas.
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