viernes, 25 de marzo de 2016

Pensar diferente

por Rafael Spregelburd para Perfil

La saga continúa. Darío Loperfido publica en un muro con fueros de ministro una encendida proclama en la que, llamado a defender “la sana costumbre de intercambiar ideas, saberes y pareceres” en pos de contribuir a “un mundo más abierto, polifacético y multicolor”, reitera la invitación que me hiciera en mails insistentes y personales a debatir públicamente el pedido de renuncia que la comunidad artística, junto con organismos de derechos humanos, presentara al jefe de Gobierno. Sus “likes” (son pocos) celebran su coraje y suponen que me “escudo” en una columna de PERFIL. Es extraño. No veo modo más limpio, público y abierto de debate que publicar con nombre y apellido lo que pienso de sus declaraciones, de su acumulación de cargos y de su falta de plan cultural. Loperfido podría haber respondido en cualquier medio; lo recibirían de brazos abiertos. No hace falta debate en un teatro, como él sugiere, suponiendo (muy en su estilo) que la impugnación que se le hace reclama carácter de espectáculo o de varieté. Es evidente que está enojado; puedo entenderlo: es repudiado por sus afirmaciones que mancillan la lucha de los organismos de derechos humanos y además debe enfrentarse a acciones de los artistas en su contra. Entonces, ¿por qué pretende escapar de tal horrible situación –en la que él solito ha querido ponerse– mediante un debate conmigo? Es simple: así demostraría que se trata apenas de dos opiniones diferentes de dos personas arrojadas a un mundo “multicolor”. Minimiza y echa humo para tapar lo evidente: que no lo repudio yo, sino toda una comunidad artística que recuerda, además, su participación en el estado de sitio de 2001. Me agrede en privado con mails a las apuradas y después quiere debate público y perfumado de republicanismo.
Pero su enérgica proclama se deshizo en un santiamén. El apoyo en su muro (no sé en qué estado esté hoy sábado) proviene de trolls. Son perfiles creados dos minutos antes de su posteo. El método es recurrente: perfiles con la foto de algún futbolista (el fútbol siempre concede realidad), amigos inexistentes (salvo por los otros trolls que firman y que se gustan entre sí) y páginas citadas con “me gustan” que son invariablemente “Darío Loperfido”, “Mauricio Macri” o “Agenda Cultural”. La saga virtual está documentada con fotos y capturas de pantalla casi en el momento mismo de su construcción como operación.
¿Cómo debo sentirme con la estafa? Espero que esta torpe acción (como aquella ingenuidad que le valió a Aníbal Ibarra el fracaso de su campaña en una nota con Malnatti) sea un ardid de unos secretarios y secretarias mal entrenados. Porque de sólo imaginar a un ministro de cultura tecleando desorbitado el autobombo en el baño de su casa me deprimo. Me parece que así Loperfido no va a lograr tener debate, ni conmigo ni con nadie. Sólo va a confirmar la insignificancia moral y general que se le achaca.


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