por Daniel Link para Perfil
En el relato “La muerte de la
emperatriz de la China”, Rubén Darío hace que un escultor oiga
“un
gran ruido de fracaso en el recinto de su taller” provocado por su
mujer quien, por celos, rompe una estatuilla que el escultor
atesoraba. La frase sólo se comprende del todo si se recuerda que
“fracas”, en francés, significa estrépito y “fracasser” es
romper con violencia. El “fracaso” dariano es un galicismo y la
frase “ruido de fracaso”, en este contexto, equivale a “Rey de
Reyes”, que se suma a los sentidos más obvios, pero sin
cancelarlos del todo: ruido de rotura y violento fracaso de la
idolatría (callejón sin salida de las religiones, pero también de
las políticas).
Pues
bien, 2016 será recordado no como el año en el que la globalización
capitalista y el Estado Universal Homogéneo se derrumbaron (hay que
ignorar bastante los procesos históricos para entender las
elecciones en Gran Bretaña, Colombia y Estados Unidos en esa
dirección), sino como el año en el que quedó claro el fracaso
estrepitoso de los proyectos compensatorios del Estado: ¿para qué
seguir maquillando los proyectos de dominación política y
explotación capitalista con sedicentes gobiernos de izquierda si la
gente está dispuesta a votar con algarabía en Argentina, en USA y
pronto en Francia, en contra suya?
La
concentración de capital financiero continuará, las desigualdades
se profundizarán, los países periféricos que soñaron con
beneficiarse de las migajas de los tratados de libre comercio
perderán hasta la capacidad para zurcirse las medias y lo más
probable es que, cada vez con mayor frecuencia, la Guerra Civil
Mundial que hasta ahora funcionó en sordina y enmascarada en turbias
razones de “seguridad” se descontrole en cualquier parte, porque
ni las batallas raciales, ni la violencia de género, ni la
indignación de los excluidos encontrará freno o protección. El
estrépito del fracaso nos va a aturdir.
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