por Daniel Gigena para La Nación
Hace unos años se popularizó una expresión: "¿Qué le
sirvo, maestro?"; "¿Me dice la hora, maestro?" o "¿Cómo anda, maestro?"
Siempre conjugado en una respetuosa segunda persona del singular (y
masculina: jamás escuché que le dijeran "maestra" a una mujer en un bar o
en la calle). A esas frases, sin que me sintiera verdaderamente un
maestro de nada, respondía: "Un cortado; las cinco y media; bien ¿y
usted?". Creer que las canas, o el poder o un cargo circunstancial en la
función pública, nos pueden convertir en maestros es una equivocación.
También se equivocan los que imaginan que, provistos de buena voluntad,
podrían reemplazar a los que enseñan de la noche a la mañana. Son
fantasías de las redes sociales usadas, como también se dice, para matar
el tiempo o apoyar una u otra causa. La espuma de los días.
"No
puedo imaginar a Daniel Link sino en relación con la enseñanza como acto
de provocación y de discusión -dice Diego Bentivegna, poeta,
investigador y docente formado en la Universidad de Buenos Aires-. En el
fondo, él no transmite un melancólico amor por la literatura. Instala,
en cambio, una urgencia por ella: su deseo. A Elvira Arnoux, en cambio,
la veo como la profesora total: da clases en la universidad pero antes
lo hizo en primaria y en secundaria. Lo que transmite es que enseñar es
plantearse preguntas sobre una política de la lengua, la lectura, la
enseñanza, y a escuchar críticamente la voz de la época." Esa voz se oye
en barrios periféricos, en escuelas, en fábricas, en los medios de
transporte. Para Bentivegna, dar clase no es solamente considerar al
otro que está frente a uno en el aula sino también hablar con "otro
otro" que está ausente. "El 'analfabeto por quien escribo' del que
hablaba César Vallejo -agrega el poeta-. Sólo en relación con él se
debería pensar toda pedagogía."(¡Gracias, Diego!)
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