sábado, 11 de marzo de 2017

¿Es el recto una tumba?


por Daniel Link para Perfil

Se pregunta con qué entretendrá sus horas Martín Kohan y espera con ansias su próxima elegíaca columna.
Lee, porque él también añora los comentarios deportivos (le encantan, en ese orden, su fijación en lo sensible, la exaltación de lo trivial, el carácter zombie del asunto) noticias escabrosas relacionadas con la pasión de multitudes y se detiene en ésta, que lo deja boquiabierto: “Barra de Racing acusó a hincha de traidor y abusó sexualmente de él con un arma” (Ámbito), “¡Espeluznante! Barra de Racing golpeó y abusó sexualmente de un hincha...” (La Prensa), “Barra de Racing fue abusado sexualmente por «traidor»” (Perfil). No le queda para nada claro en qué se notaría lo sexual del asunto, porque la víctima terminó atada, con los glúteos expuestos, luego de que le introdujeran un arma de fuego por el ano.
La interpretación es casi unánime y sólo un diario se abstuvo de una calificación tan contundente: “La víctima es miembro de La Guardia Imperial, y fue sometido a un verdadero ultraje” (Crónica) lo que, en algún sentido, refuerza la decisión tomada por los demás tituleros, que al interpretar un abuso o un episodio de tortura como “sexual” pretendían reconocer al ano (que no tiene género, pero que en este caso se corresponde con el cuerpo de un varón) como objeto sexual (objeto de deseo sexual, vía de satisfacción sexual).
La naturalidad del deslizamiento le resulta alarmante porque coloca la vía estrecha como la vía regia del goce masculino (del que tituló, del que ultrajó, del que socarronamente comentó el truculento episodio). ¿Qué pasó? ¿Se volvieron todos locas? ¿O ya se sienten tan impunes que salen a robar lo que nunca les perteneció, lo que nunca fue de ellos? ¿O el recto como recipiente gozoso de la carne fue siempre de todos y cualquiera y la cuestión homosexual está sólo en el reconocimiento de esa verdad universal que ahora salta como leche hervida?
Niega para sí y corrige: asociado a la “traición”, el ultraje expresa una polaridad ética que no tiene, en principio, nada de sexual, y sí de abuso de poder (y que forma parte de un dispositivo fascistoide). Lo que se plantea es la incompatibilidad (moral) entre la pasividad sexual y la autoridad (cívica). El tabú moral acerca del sexo anal pasivo se formula como una especie de higiene del poder social. Ser penetrado es abdicar del poder y, al contrario, quien renuncia a la lealtad que supone una alianza de poder merece la peor de las sanciones.
Nada de sexual en el asunto: lo que se erotiza en el episodio es la violencia intrínseca a la desigualdad, no importa si la violencia implicada en el abuso, el ultraje, el patoterismo vil y el ejercicio desmesurado del poder colectivo se ejerce con el falo, un puño o una pistola cargada. En todo caso, concluye, el falocentrismo conduce a lo peor, a la Guardia Imperial.


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