viernes, 3 de marzo de 2017

El cuatrerismo de las imágenes

Por Horacio González para La Tecl@ Eñe

Cuatreros, de Albertina Carri, extrema el pensamiento sobre el cine. Lo hace desde el puesto de observación que provee el propio cine, o la historia de las imágenes filmadas. Sería fácil decir que es un ejercicio de “cine dentro del cine” de los tantos que conocemos. Esa es una tentación que siempre tuvo el cine –basta recordar a Dziga Vertov- pues es un arte que no para de asombrarse de sí mismo, y solo cuando obtura ese asombro, sale el gran cine comercial, que también puede ser juzgado no porque lo sea, sino porque en sí mismo es portador de varias estéticas de gran significación. Pero lo que hace Albertina es otra cosa, pues la pantalla dividida en una triple proyección  de viejos noticiarios no solo exige al ojo un desdoblamiento dialéctico desacostumbrado –en realidad, parece enloquecerlo- sino que fusiona el cine con sus orígenes en la memoria visual desmembrada.
No obstante, hay una rara homogeneidad entre esas imágenes tan disímiles y simultáneas, pues hablan de un pasado que viene con esa rara cualidad del cine de retenerlo todo como sedimento “eterno”, en sus múltiples tecnologías, aquí, el blanco y negro tan sugestivo y trágico. Por otro lado, el texto que lee Albertina, tan precipitadamente, es un desahogo que ironiza permanentemente sobre las imágenes, trayendo una novedad cinematográfica evidente. Imágenes tomadas de ignotos archivos, algunas de fuerte poder evocativo, otras reverberantes en su anonimato, que van actuando por procuración respecto a lo dicho por la autora del film. 
Es como si también ese texto arañado por el dolor, la sombra familiar naufragada en la trituradora argentina de vidas y almas, fueran palabras pronunciadas por actrices y locutores que eran conocidos hace décadas y hoy volvieran a la vida recitando palabras que no les corresponden. ¡Pero esa ausencia de correspondencia es el modo de desencajar cimientos que parecen establecidos para siempre en los guiones de cine! Aquí el guión existe pero estalla a cada momento, desglosado en varias historias. Una película que no puede hacerse, que trata de una película que no se hizo, ambas sobre el tema de Isidro Velázquez, a la vez un libro de Roberto Carri, del padre, que sigue escribiendo en una eternidad sin imágenes.
Este sinfín de imágenes fuera de cuajo no solo están hiladas por el relato de la hija, fusionando opiniones personales desafiantes, tonos íntimos y pensamientos que rozan con sugestivas estéticas la escena histórica, si no que cuentan también la historia de los medios de comunicación, los estilos de reportaje, los “tempos” televisivos de hace varias décadas -indicio de que la humanidad ya es una troglodita que devora muchas más imágenes por segundo de una manera cada vez más acelerada- por lo que podemos considerar a Cuatreros como una ironía sobre esa circunstancia de la sobrevivencia de la imagen-tiempo.
La otra historia contenida en el film es la de la represión –que no solo arrasó la vida del autor del libro, sino del autor del primer intento de filamar a Isidro Velázquez-, lo que permite un empalme más elocuente que el que deseó el mismo Roberto Carri con su historia de un bandolero rural y sus proyección sobre las luchas sociales de los 70. En el film, esa proyección aparece como un vínculo efectivo y perfectamente comprensible, encastrado en una traducción precisa de la historia del tema del rebelde primitivo a la militancia social organizada. Y nuevamente, también, a la historia de cómo las imágenes tomaron el tema, policías en movimiento, exhibición de armas, militares, entrevistas a generales, y un elemento para conocer, que la narradora en off dice al pasar, entre tantas cuestiones que trata siguiendo esos varios hilos expresivos al mismo tiempo: el comisario que perseguía a Velázquez es el mismo que dirigió el operativo de fusilamiento de prisioneros de Margarita Belén. Allí está el nudo del film, las palabras que tanta multiplicidad de imágenes esperan.
El cuatrerismo es un tipo de acción tipificado, obviamente como delito, el hurto de ganado. Es posible que su nombre venga de la sustracción de “cuadrúpedos”. Y es acaso la metodología de este film, el cuatrerismo como modo del cine. La sustracción de imágenes y diversificarlas en la pantalla plana, a modo de alguien que las hurta de un archivo, tema sobre el   cual Albertina Carri realiza algunas de sus reflexiones sediciosas: ¿hay suficiente cuidado de los archivos fílmicos en la argentina? No, es claro que no lo hay.
Pero el cuatrerismo de imágenes muestra que hay algo superior a los archivos, que por cierto es importante que existan, pero no pueden ser infinitos repositorios de la misma estructura de imágenes que se repiten a pesar de sus aparentes diferencias. Lo que hizo Albertina Carri ya es una modalidad segunda o adicional del archivo, es decir, en el sentido profundo del archivo, llevar al origen, a la arjé, una historia del poder, esto es, una crítica al poder y por lo tanto a los archivos institucionales, con otro archivo destrozado, que extrañamente la memoria torna homogéneo. En el que, además, la idea de montaje del film obliga a hablar a las imágenes de otro modo del que en su origen fueron tomadas y habladas. En ese sentido implica el profundo deseo de volver la historia atrás, de hacerla hablar de un modo diferente al que lo hizo. Esos poderes libertarios del cine es lo que se tantea, se expresa y se mira en lo que hace Albertina Carri.

Buenos Aires, 1° de marzo de 2017



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