Por Horacio González para La Tecl@ Eñe
Cuatreros,
de Albertina Carri, extrema el pensamiento sobre el cine. Lo hace desde
el puesto de observación que provee el propio cine, o la historia de
las imágenes filmadas. Sería fácil decir que es un ejercicio de “cine
dentro del cine” de los tantos que conocemos. Esa es una tentación que
siempre tuvo el cine –basta recordar a Dziga Vertov- pues es un arte que
no para de asombrarse de sí mismo, y solo cuando obtura ese asombro,
sale el gran cine comercial, que también puede ser juzgado no porque lo
sea, sino porque en sí mismo es portador de varias estéticas de gran
significación. Pero lo que hace Albertina es otra cosa, pues la pantalla
dividida en una triple proyección de viejos noticiarios no solo exige
al ojo un desdoblamiento dialéctico desacostumbrado –en realidad, parece
enloquecerlo- sino que fusiona el cine con sus orígenes en la memoria
visual desmembrada.
No
obstante, hay una rara homogeneidad entre esas imágenes tan disímiles y
simultáneas, pues hablan de un pasado que viene con esa rara cualidad
del cine de retenerlo todo como sedimento “eterno”, en sus múltiples
tecnologías, aquí, el blanco y negro tan sugestivo y trágico. Por otro
lado, el texto que lee Albertina, tan precipitadamente, es un desahogo
que ironiza permanentemente sobre las imágenes, trayendo una novedad
cinematográfica evidente. Imágenes tomadas de ignotos archivos, algunas
de fuerte poder evocativo, otras reverberantes en su anonimato, que van
actuando por procuración respecto a lo dicho por la autora del film.
Es
como si también ese texto arañado por el dolor, la sombra familiar
naufragada en la trituradora argentina de vidas y almas, fueran palabras
pronunciadas por actrices y locutores que eran conocidos hace décadas y
hoy volvieran a la vida recitando palabras que no les corresponden.
¡Pero esa ausencia de correspondencia es el modo de desencajar cimientos
que parecen establecidos para siempre en los guiones de cine! Aquí el
guión existe pero estalla a cada momento, desglosado en varias
historias. Una película que no puede hacerse, que trata de una película
que no se hizo, ambas sobre el tema de Isidro Velázquez, a la vez un
libro de Roberto Carri, del padre, que sigue escribiendo en una
eternidad sin imágenes.
Este
sinfín de imágenes fuera de cuajo no solo están hiladas por el relato
de la hija, fusionando opiniones personales desafiantes, tonos íntimos y
pensamientos que rozan con sugestivas estéticas la escena histórica, si
no que cuentan también la historia de los medios de comunicación, los
estilos de reportaje, los “tempos” televisivos de hace varias décadas
-indicio de que la humanidad ya es una troglodita que devora muchas más
imágenes por segundo de una manera cada vez más acelerada- por lo que
podemos considerar a Cuatreros como una ironía sobre esa circunstancia de la sobrevivencia de la imagen-tiempo.
La
otra historia contenida en el film es la de la represión –que no solo
arrasó la vida del autor del libro, sino del autor del primer intento de
filamar a Isidro Velázquez-, lo que permite un empalme más elocuente
que el que deseó el mismo Roberto Carri con su historia de un bandolero
rural y sus proyección sobre las luchas sociales de los 70. En el film,
esa proyección aparece como un vínculo efectivo y perfectamente
comprensible, encastrado en una traducción precisa de la historia del
tema del rebelde primitivo a la militancia social organizada. Y
nuevamente, también, a la historia de cómo las imágenes tomaron el tema,
policías en movimiento, exhibición de armas, militares, entrevistas a
generales, y un elemento para conocer, que la narradora en off dice al
pasar, entre tantas cuestiones que trata siguiendo esos varios hilos
expresivos al mismo tiempo: el comisario que perseguía a Velázquez es el
mismo que dirigió el operativo de fusilamiento de prisioneros de
Margarita Belén. Allí está el nudo del film, las palabras que tanta
multiplicidad de imágenes esperan.
El
cuatrerismo es un tipo de acción tipificado, obviamente como delito, el
hurto de ganado. Es posible que su nombre venga de la sustracción de
“cuadrúpedos”. Y es acaso la metodología de este film, el cuatrerismo
como modo del cine. La sustracción de imágenes y diversificarlas en la
pantalla plana, a modo de alguien que las hurta de un archivo, tema
sobre el cual Albertina Carri realiza algunas de sus reflexiones
sediciosas: ¿hay suficiente cuidado de los archivos fílmicos en la
argentina? No, es claro que no lo hay.
Pero
el cuatrerismo de imágenes muestra que hay algo superior a los
archivos, que por cierto es importante que existan, pero no pueden ser
infinitos repositorios de la misma estructura de imágenes que se repiten
a pesar de sus aparentes diferencias. Lo que hizo Albertina Carri ya es
una modalidad segunda o adicional del archivo, es decir, en el sentido
profundo del archivo, llevar al origen, a la arjé,
una historia del poder, esto es, una crítica al poder y por lo tanto a
los archivos institucionales, con otro archivo destrozado, que
extrañamente la memoria torna homogéneo. En el que, además, la idea de
montaje del film obliga a hablar a las imágenes de otro modo del que en
su origen fueron tomadas y habladas. En ese sentido implica el profundo
deseo de volver la historia atrás, de hacerla hablar de un modo
diferente al que lo hizo. Esos poderes libertarios del cine es lo que se
tantea, se expresa y se mira en lo que hace Albertina Carri.
Buenos Aires, 1° de marzo de 2017
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