Por Daniel Link para Perfil
La recepcionista del hotel montevideano
es argentina. Está contenta de haberse mudado con su novio y sus
tres gatos hace nueve meses. La razón principal fue la calidad de
vida, dice. Nada que ver con Buenos Aires. Las cinco personas que se
están registrando y que viajaron juntas a un congreso asienten con
tristeza rioplatense. Salieron de Buenos Aires el viernes, llegaron
al puerto de Montevideo, llamaron un uber que los dejó en el hotel
de Punta Carretas en quince minutos, por las Ramblas, un paseo
célebre por su belleza.
El domingo por la noche, al llegar al
puerto de Buenos Aires llovía descaradamente, los autos se
amontonaban sin ton ni son en la terminal portuaria y había muy
pocos taxis. Los que consiguieron uno, tuvieron que musitar el
destino. No todos fueron aceptados (“no voy para ese lado”). Los
afortunados que pasaron la primera prueba se enfrentaron con una
segunda: “Hasta ahí son 300 pesos” (un viaje normal habría
costado como mucho cien). Pagaron sin chistar y volvieron a
preguntarse por qué la ciudad de Buenos Aires avalaba la mafia de
los taxistas, que cobran lo que quieren y maltratan al pasajero.
El sistema de transporte de Buenos
Aires y su área metropolitana es desastroso: el cambio de horario de
los subterráneos nunca se concretó y los alumnos que terminan de
cursar materias a las once de la noche no pueden usarlos. Además,
como la ciudad es cada vez más compleja, resulta que no alcanzan a
llevar a nadie a ningún lado. Algunos soñaron en voz alta con la
estación Buquebús, la estación Aeroparque, la estación Ciudad
Universitaria, la estación Cid Campeador. Para qué... Aquí todo lo
arreglan con un cantero para conformar a otra mafia, la de los
colectiveros. “Somos rehenes”, dijeron, “de una forma de
liberalismo que ni siquiera se acerca al de Chile”. Santiago tiene
96 kilómetros de subterráneos y 101 estaciones. Buenos Aires,
apenas 53,9 km y 86 estaciones.
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