Por Daniel Link para Perfil
Si tuviera domicilio en la provincia de
Buenos Aires, su voto en las elecciones próximas tendría que
inclinarse en favor del oficialismo, pero la ciudad de Buenos Aires
le ahorrará ese agrietamiento de conciencia.
En menos de dos años, el barrio donde
pasa la mayoría de sus fines de semana, escuchando los delirios
narrativos de su madre, ha crecido mucho más que en los ocho años
previos de gestión sciolista e incluso más que considerando los
períodos de gobierno de Carlos Ruckauf y Felipe Solá. En suma, ha
habido más transformaciones estructurales en los dos años últimos
que en los previos dieciseis.
En primer lugar, el asfalto a cuatro
carriles de la ruta provincial 24 y el tendido de fibra óptica desde
Moreno hacia Rodríguez por la calle Carola Lorenzini. En segundo
término, las fuentes de trabajo que sus hijos critican con el
sarcasmo propio de los jóvenes como el avance del capitalismo
global: una estación de servicio, un supermercado, y ¡una
hamburguesería!, todo a quince minutos a pie de su casa. A diez
minutos en auto (que en medidas suburbanas se traduce en “a dos
puentes”), una sucursal del banco donde le depositan el sueldo, con
cajeros automáticos que expenden dinero y en los que se pueden
depositar cheques). Pronto, anuncian, el barrio se enriquecerá con
una pizzería nueva y un restaurante especializado en milanesas. Para
entonces ya habrán llegado las calles asfaltadas, las cloacas, el
agua corriente, la escuela nueva.
Hablando de narraciones delirantes, su
verdulero lo pone a prueba: en K41 van a poner también una agencia
de Hotesur, con un pedacito de glaciar para que visiten los pobres. Y
su madre sostiene que la ruta asfaltada encubre una pista de
aterrizaje desde donde despegarán los aviones que Argentina, aliada
con los Estados Unidos, mandará a Venezuela para derrocar al régimen
de Maduro.
Definivamente, aquél es su lugar real
e imaginario en el mundo.
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