Por Daniel Link para Perfil
La semana pasada me revelé como hipertenso. Antes, nunca me habían dicho antes que mi presión fuera alta. Desde que empecé a controlarme a diario, entré en estado de alarma. Fui a una guardia, donde me medicaron y me tuvieron en observación.
Por supuesto, yo ya sabía lo que iban a prescribirme: dosis diaria de Valsartán, en concentración creciente (empecé con la dosis más baja).
No estoy seguro, pero creo que el “estado de alarma” hace que me levante todavía más temprano. A las 6 de la mañana ya estoy tomándome la presión. Luego me preparo un desayuno frugal y ahora sin café porque he comprobado que la presión me sube luego de tomar una taza. Hasta que no haya normalizado mis índices, me parece una amenaza adicional. Siento (o imagino que siento) en todo el cuerpo los latidos de mi corazón asustado. Tomo mi dosis de Valsartán y me siento a leer en las noticias el ritmo de la decadencia argentina, que pocos comentadores miden en su justo alcance.
Un gobierno de muertos en vida, liquidados por su propias contradicciones, finge que hay futuro para su gestión, acelerada en estos días en los que la reina del fracaso, la Sra. Bullreich, pretende, no sé, ¿instalarse como candidata presidencial, de nuevo?
Del otro lado, una bandita de desesperados que se saben expulsados de la política por venir y unos canallitas sueltos que juntan las monedas que caen al suelo, como el mono del organillero.
Si es lunes, elijo tema para estas columnas y trato de escribir algo. El domingo pasado vi algunos fragmentos de Tron Ares, ese experimento fallido y deficitario que, una vez más, enfrenta al Mal absoluto y al Bien supremo en el territorio abstracto de la red, de donde salen soldados, cohortes, batallones, para pelearse en el mundo físico (durante 29 minutos, antes de deshacerse). Cada bando responde a una corporación: la del Mal sólo quiere fabricar soldados y armas de destrucción; la del Bien quiere hacer medicamentos, paliar el hambre, salvar a la humanidad. Como siempre, el Mal es Rojo y el Bien es Blanco.
Nuestro presente, en cambio, es gris oscuro, verdoso por la podredumbre. Me llamo a sosiego y me voy a duchar.

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