sábado, 1 de noviembre de 2003

Músicas imaginarias y otras yerbas

Bien, pues... lo acepto, soy un aficionado a la música, lo que no significa que la estime particularmente, como estimo y amo por ejemplo la palabra, el vehículo del espíritu, el instrumento, el arado resplandeciente del progreso... La música es lo informulado, lo equívoco, lo irresponsable, lo indiferente. Tal vez quieran objetar que puede ser clara, pero la naturaleza también puede serlo al igual que un simple arroyuelo, ¿y de qué nos sirve eso? No es la claridad verdadera, es una claridad engañosa que no significa nada y no compromete a nada, una claridad sin consecuencias y, por tanto, peligrosa, puesto que nos lleva a contentarnos... Dejad tomar a la música una actitud magnánima. Bien..., así inflamará nuestros sentimientos. ¡Pero se trata de inflamar nuestra razón! La música parece ser el movimiento mismo, pero a pesar de eso, sospecho en ella un atisbo de estatismo. Déjeme llevar mi tesis hasta el extremo. Tengo contra la música una antipatía de orden político.

Thomas Mann. La montaña mágica (pág. 160)

--¿Bajo qué forma y qué máscara aparece el amor no admitido y reprimido? --preguntó el doctor Krokovski, y miró a lo largo de las filas del público como si esperase seriamente una respuesta de sus oyentes. Pero era una pregunta dirigida a sí mismo, como ya antes a sí mismo se había dicho tantas cosas. Nadie, excepto él, lo sabía; se le notaba en su expresión. Con sus ojos ardientes, su palidez de cera, su barba negra y sus sandalias de monje sobre calcetines grises, parecía simbolizar en su persona el combate entre la castidad y la pasíon, de que había hablado. Al menos´ésta era la impresión de Hans Castorp mientras que, como todo el mundo, esperaba con la mayor impaciencia enterarse bajo qué forma el amor reprimido reaparecía. Las mujeres apenas respiraban. El procurador Paravant meneó de nuevo su oreja para que, en el instante decisivo, estuviese abierta y dispuesta a recoger la respuesta.
Luego el doctor Krokovski dijo:
--Bajo la forma de la enfermedad. --El síntoma de la enfermedad era una actividad amorosa desvirtuada y toda enfermedad era el amor metamorfoseado.

La montaña mágica, págs. 179-180

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