Bien o mal, el migrante se acostumbra a vivir según las reglas de la sociedad que lo acoge. Racionaliza, e incluso aprende cosas. De extrañar las chucherías típicas de su tierra hará una simpática cruzada solidaria: dónde se consigue yerba, qué pasa que no llega la carne argentina, quién me traerá dulce de leche, los ñoquis del 29.
Pero siempre habrá algo que lo subleve y lo obligue a poner en cuestión nociones como centro y periferia, y a censurar a voz en cuello la tan cacareada modernidad de las sociedades europeas.
Parroquia
-
Hablando con un amigo, le mando la foto de un libro porque no tengo el
teléfono a mano. No digo la genialidad, ni muchísimo menos, ¡pero sí me di
cue...
Hace 3 semanas.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario