Conversábamos con mis hijos, noches atrás, a propósito de los recuerdos distorsionados que tienen de sus respectivas infancias (al menos, en lo que a mí respecta). Sostienen que, cuando ellos eran chicos, yo jamás les cociné como lo hago ahora. Me subleva esa invención de sus conciencias desdichadas. Les cocinaba, pero sólo esas cosas elementales que ellos estaban dispuestos a comer: milanesas, tortilla de papas, puré de colores, salchichas, tartas de jamón y queso, pastas.
De lo que sí conservábamos un recuerdo idéntico fue de una cierta excursión que culminó con una carroza poblada de personajes de Walt Disney que ofrecían a los niños, a su paso, autógrafos. Como eran muchos, los disfrazados, mi hija se desesperaba por alcanzar a todos ellos, hacer la fila correspondiente y obtener el precioso nombre escrito en el librito comprado con ese sólo objetivo. Impaciente ante la desesperación de mi hija porque se le iba la Rata Hembra de la comparsa, le dije: "Te lo firmo yo". Y ella me gritó: "¡No es lo mismo!". "¿Por qué no?", le dije yo, sobrador, "si ella no es la Rata sino alguien disfrazado". "Pero tu letra no es de norteamericano", me contestó mi hija, muy consciente, ya en su niñez, de la eficacia de los aparatos escolares sobre ciertos protocolos de escritura y sobre aspectos del imperialismo cultural que en otras épocas menos condescendientes con el capitalismo fueron objeto de saña teórica.
Las tres gracias
-
Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
2 comentarios:
¡claro que no es lo mismo!
saludos
m
Lo sé, lo sé... Mis hijos son más sabios que yo.
Publicar un comentario