por Daniel Link para Ñ. Revista de cultura
Toda ciudad es un conglomerado de cuerpos, memorias y formas de vida.
Se dice que Mar del Plata fue arruinada por el peronismo, que instaló allí sus hoteles sindicales, sus arrebatos de masas y su roña criolla precisamente donde la oligarquía argentina había decidido construir sus palacios de verano (Cannes, tomada por la horda primitiva).
Hay ciudades gemelas de Mar del Plata en las que, en efecto, la destrucción fue total. Pienso en Alejandría, la ciudad de los mil palacios, ubicada en el extremo más occidental del delta del Nilo. De su pasado milenario (fue fundada por Alejandro Magno y Cleopatra, la griega, pretendió dominar el mundo desde sus murallas) hoy queda casi nada. Incluso poco es lo que se deja ver de la Alejandría de Lawrence Durrell y casi nadie sabe dar indicaciones para llegar al cementerio griego donde reposan los restos de Kavafis.
En Mar del Plata, en cambio sobreviven todos los conflictos, que son precisamente la persistencia de memorias enemigas: la ciudad de Victoria y de los Anchorena, pero también la de los habitantes permanentes con sus delirios de pertenencia y propiedad y los turistas de otra parte.
La mayoría de quienes aman Mar del Plata prefieren visitarla fuera de temporada, cuando, dicen, "la negrada del Interior" todavía no ha desembarcado en sus playas (horrendas, como todas las playas argentinas, que combinan viento, aguas heladas, corrientes asesinas y fauna marítima en proporciones indeseables). En esa perspectiva, la horda primitiva sería un mal (económicamente) necesario que mejor es no tener frente a los ojos y las narices. Están los otros, que huyendo de toda experiencia metropolitana, eligen vacacionar en playas rústicas o de clase única (Cariló, Cabo Polonio).
Las personas que frecuentan otras playas célebres, pongamos como ejemplo Ipanema, parecen sacadas de un catálogo de suplementos dietéticos: por eso los playistas no se instalan en ellas sino que circulan (como en una pasarela cuyo único objetivo fuera poner ante nuestra mirada el movimiento ascencional de la carne inmaculada). En Mar del Plata, en cambio, no: los playistas, atravesando quién sabe qué rizos temporales desde pasados remotísimos y latitudes insospechadas, se instalan en la playa, hacen campamento, distribuyen viandas, sacuden la arena de sus cabelleras, retozan con sus perros, se aplastan contra el suelo y hasta se desnudan en la greda de los acantilados.
Alejandría es el cuerpo tapado (olvidado), Ipanema es el cuerpo glorioso (expuesto), Mar del Plata es el cuerpo usado (reciclado).
No puede decirse de los turistas marplatenses que sean, como Celina, Mauro y sus amigos en "Las puertas del cielo", el cuento de Cortázar, "monstruos". Ojalá pudiera ser así, decirse todavía eso (pero hemos perdido hasta esa posibilidad aristocratizante).
Ellos son el público de los verdaderos monstruos, que son los que atiborran los escenarios marplatenses con sus tics y sus pasos de comedia, sus cirugías compradas por docena, sus implantes a punto de explotar y su incapacidad para ocupar el cielo: el público (lo sepa o no), quisiera sueños y ellos le ofrecen pesadillas.
Como Nueva York (a la que, por otra parte, se parece tanto), Mar del Plata ofrece sólo dos experiencias distintivas: el turismo interior (para quien la ciudad funciona enteramente como un teatro barroco de operaciones) y las estrellas de cuerpo presente (lo demás, que puede estar, viene por añadidura, pero no es esencial).
Frente al mar inmenso, la muchedumbre piensa en las estrellas del cielo, del que sabe que su cuerpo múltiple ha sido expulsado (para trabajar, procrear, y sostener el mundo en sus espaldas). Lo que a la noche ve el público (lo sepa o no) le quita las ganas de seguir soñando. Porque, a diferencia de lo que sucede en Nueva York (e incluso esto es discutible), Mar del Plata ofrece basura como espectáculo teatral y muertos-vivos en lugar de estrellas.
En Mar del Plata, convertida en teatrillo metropolitano durante algunos meses, está todo mezclado y ésa es la gracia: los chetos marplatenses y los negros de provincia, la chata roñosa y la 4x4 de la estancia, la Bajada del Torreón y las playas de la Dictadura (Punta Mogotes), Alem (o Güemes) y Constitución, la rambla nueva de La Perla y el nuevo Provincial. Pero sobre todo las pieles, la superficie mestiza, el derrame corporal sobre la tierra que tiembla de goce, la inelegancia de los cuerpos en uso y prontos para el tacto (que importa más que la mirada).
Por eso apena y subleva el horror de la noche, los monstruos sueltos sobre el escenario, repitiendo sus acostumbrados gestos sin grandeza, la carne sin gracia, tumefacta, en la que cada centímetro de piel y cada gota de sudor ha sido tasada a precio de saldo: cuerpos-mercancía en los que el valor de cambio ha aniquilado por completo al valor de uso.
Cualquier playa puede tener algún encanto, pero Mar del Plata tiene mucho más, porque lo tiene todo, es excesiva: al cuerpo ciego alejandrino, al cuerpo ascensional carioca, agrega el cuerpo táctil de la horda y el cuerpo-mercancía de los monstruos.
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Hace 2 horas.
10 comentarios:
y que lugar te destinas vos en este escenario?. No hay cronista, todos somos participantes. Vos.Yo.
no estamos, ni en Mar del Plata,ni en Alejandria por fuera del paisaje.
¿es que acaso no somos mugre o cirugia o buscadores de estrellas?
Acaso vos no bajaste de los barcos o del tren en retiro, en otra generacion....? Lo humano nos corrompe el analisis.buceamos en nuestros orines.
ah. lo humano....
¡Yo hago ciencia!
epistemologia de la cronica.
Estar mas alla o mas aca, en el parnaso de los cronistas. Pero el que te conoce de chiquito sabria contar tus verguenzas. Lastima no tener las palabras para decir: yo aca, entre costureros de caracolas, entre laa gente que caminaba en carnaval en la peatonal san martin, yo aqui supe ser ingenuo,alguna vez.
Un gran post.
Santi Giralt
Lo que no me queda claro es lo de los delirios de pertenencia y propiedad de los marplatenses. ¿Qué tiene de delirante el sentido de pertenencia? ¿Qué tiene de diferente sentirse marplantese a sentirse porteño o cordobés y por qué eso convierte a dicha identidad en algo delirante?
Nosotros vamos a La Felíz porque allí nos enamoramos. El mar aplaca nuestras(eternas)discusiones.
Marta y el papá de Griselda.
La última vez que estuve vacacionando en Mar del Plata, por amor a la ciencia, fui a una fiesta punkoide que anunciaban en unos afiches por la peatonal. Allí conocí a una chicuela que me contó que había solido acostarse con su profesor de filosofía de la secundaria -por supuesto, no por otro interés que la epistéme.
Luego de intercambiar una serie de juicios sintéticos, me dijo que no quería tener nada conmigo porque en ese momento estaba realizando un experimento psicosocial con un compañero de trabajo.
Por cuestiones de método, pedí un par de tequilas.
Qué opinás de Fabián Casas?
Muy buen post.
es linda Mar del Plata,me trae rec buenos y malos recuerdos de mi niñez.
Muy lindo como siempre lo que escribís.
Como los chicos.....uso nada más los adjetivos:lindo,linda,buenos,malos.
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