por Ignacio Echevarría para El cultural.es
A finales del pasado mes de marzo, durante una escueta ceremonia celebrada en la Universidad de Alicante, la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, hizo entrega a los familiares y herederos de Miguel Hernández de una Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal destinada, al parecer, a “dignificar” y “rehabilitar” la memoria del poeta. Para la vicepresidenta primera del Gobierno la declaración supuso “un desagravio a quienes vivieron situaciones de persecución y violencia durante la Guerra Civil española y la dictadura”, y la ceremonia en sí constituyó, dijo, “una reafirmación de los valores en los que creyó Miguel Hernández”.
Produce cierta grima oír de boca de la señora vicepresidenta, así vestida y peinada, una apreciación de este porte. Tanto más si se piensa que está hecha sin cinismo alguno por su parte.
Hasta donde es posible averiguar, los valores en que creyó Miguel Hernández, aquéllos por los que combatió y en definitiva murió, se reúnen bajo dos grandes titulares: República y comunismo. ¿Rondaba por la cabeza de la señora vicepresidenta, durante la ceremonia mencionada, alguno de estos dos conceptos? Seguramente no. Lo que ella hizo fue traducirlos a la jerga humanitarista de la tecnosocialdemocracia, y poner como ejemplo de dichos valores “la defensa de la libertad, el rechazo de la opresión o la rebeldía ante la injusticia”.
Nadie duda de que Miguel Hernández hubiera suscrito, en efecto, estas actitudes esenciales, de modo que no tiene sentido impugnar las palabras de la señora vicepresidenta. Ocurre simplemente que, formulados de manera tan amplia, “los valores en los que creyó Miguel Hernández” vienen a ser los mismos que en la actualidad aseguran defender -por poner sólo unos ejemplos- Hugo Chávez, Barack Obama, Benedicto XVI o, ya puestos, Mariano Rajoy, además de la señora vicepresidenta, así vestida y peinada. De lo que se deriva una merma significativa del valor simbólico que pretende atribuirse a una Declaración como la escenificada en la Universidad de Alicante, en una ceremonia en la que parece que se hallaba presente, entre otras autoridades, la alcaldesa de Orihuela, municipio gobernado por una amplia mayoría del PP al que se debe el patrocinio -¡con vistas a la celebración del centenario!- de un bochornoso poemario que manipula burdamente los versos de Miguel Hernández para encomiar las figuras de la alcaldesa misma, Mónica Lorente, o de Esperanza Aguirre, y execrar a políticos como Santiago Carrillo o Zapatero.
El centenario de Miguel Hernández está dando ocasión para reiterar el concepto ecuménico y populista de la cultura que, más que nadie, contribuyeron a fomentar los gobiernos socialistas. Quienes han impulsado la Ley de Memoria Histórica vienen a ser los mismos que en su día conllevaron la tan aplaudida transición a la democracia mediante un pacto de resignación y de olvido. No deja de resultar irónico que intenten ahora reparar ese olvido y obtener de ello un beneficio político. Lo irritante es que pretendan hacerlo con el mismo talante ecuménico y populista.
Si se trata, como afirma la declaración de marras, de una Reparación y Reconocimiento Personal de la figura de Miguel Hernández, habría que empezar por asumir que lo que “personaliza” su caso, lo que lo distingue de muchos otros -de muy vario signo político- que también “vivieron situaciones de persecución y violencia durante la Guerra Civil española”, es su abrazo a las causas de la República y del comunismo. Cabe contextualizar el contenido político de esas causas y aspirar de este modo -artera o bobamente-a relativizarlas. Pero de ahí a constituir una Comisión Nacional del Centenario del Nacimiento de Miguel Hernández cuya presidencia de honor recae en los reyes de España hay un paso que era preferible no dar. Y si es cierto, como dijo la señora vicepresidenta, así vestida y peinada, que “todos nos reconocemos y nos encontramos” en la obra de Miguel Hernández “porque todos compartimos ese mismo rechazo a cualquier forma de opresión, esa misma rebelión ante la injusticia y esa determinación de soñar y crear un país más digno, un mundo mejor”, entonces no acierta uno a comprender, la verdad, para qué tanta restitución y tanta cháchara.
Se dice, y bien está, que la cultura es memoria. De la memoria maquillada y trivializada con que se reivindican ahora la personalidad y la obra de Miguel Hernández cabe, así, deducir la pobre y recortada idea de cultura que se alienta en la actualidad, tendenciosamente despolitizada.
Los herederos del poeta reclaman que se anule la injusta condena a muerte que “pesa como una losa” sobre su memoria. Pero si esa losa va a ser sustituida por otra, más pesada aún, que lo conmemora como letrista de canciones de Serrat, mejor sería dejar la tumba como está.
(¡gracias, Fogwill!)
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Hace 1 día.
1 comentario:
España sigue siendo el cortijo de unos cuantos señoritos, la casa de Bernarda Alba donde ventanas y puertas quedaron atrancadas bajo el grito imperativo del silencio. Esperemos que mañana este silencio se rompa definitivamente cuando apoyemos a Garzón.
Saludos cordiales.
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