por Lux para Soy
Después de conocer los vericuetos
del sistema de salud carioca, Lux llega a Copacabana y se suma a la
marcha del orgullo gay mais
grande do mundo.
En Facebook, mis enemigas me
acusan de "mufa" y "yeta" por las muchas
desgracias que arrastro cada vez que vengo a Río (las pérfidas
todavía recuerdan la vez que se me quemó la peluca en la boite
Le Boys, en mi imitación de Lady Gaga). No es mi culpa que los
cables eléctricos me hayan arrastrado por las calles de Icaraí, con
grave riesgo para mi integridad espinal. Es esta lengua infantil que
hablan por acá y que a mí me suena a bobagem.
Retomo: después de mi caída durantela parada gay de Niterói me hospitalizaron. Mis contratantes
tuvieron que juntar dineiros para cambiar mi pasaje y me
ponían mala cara porque mi recuperación se demoraba. En los
hospitales de la bahía de Guanabara hay menos camas disponibles que
en el conurbano bonaerense, así que peregriné de aquí para allá a
medida que alguna se desocupaba.
El shock
eléctrico me dejó un temblor en el músculo orbicular del ojo
derecho y la caída del camión un hematoma considerable en la
rodilla y una fisura ósea que me obligó a movilizarme en cadeira
rodante.
Mi optimismo proverbial me
sugirió convertir mi handicap en fiesta y transformé mi vehículo
en monocarroza, para desfilar, ¡ahora sí!, en la parada gay de
Copacabana, porque a la vista estaba que hasta después de esa fiesta
(el domingo pasado) mis contratantes no iban a poder desembarazarse
de mí.
El día amaneció
tessudo
(como en ese poema de Eduardo Kac) y la ambulancia me dejó temprano
en el posto 6 de la Orla, donde ya estaban los gigantescos camiones,
esta vez multiplicados por cuatro, a los que miré con odio.
Para mi sorpresa no
era el único ejemplo de optimismo y las sillas de ruedas con
espásticos, ancianas y locas recalcitrantes se multiplicaban bajo
las mangueiras
(eran las 11 de la mañana y hasta las 18 la marcha no empezaba).
Recorrí los
puestitos de las militantes para ver qué se decía, que había que
decir: "Río sin homofobia", una convocatoria para un
casamiento civil "homoerótico" masivo en la praia,
incitaciones al uso del condón y a la vacunación masiva contra la
hepatitis, que está haciendo más estragos que el virus de hiv
mismo, en fin: las consignas al uso (ahora bien, en cuestión de
leyes, el Brasil atrasa). En un puesto de saúde
protesté porque no entregaran, con los condones, lubricante. Yo ya
había sentido el efecto de esa falta más de una vez (hay que
decirlo: los brasileños no trepan
bonito, y yo creo que es por exceso de calistenias matutinas en la
playa).
Después del
mediodía, la concurrencia empezó a cambiar y a las familias
domingueras se sumaron contingentes de negritos desejantes
y
ahítos de alcohol, recién salidos de la boite "La cueva",
que es una especie de Contramano mezclado con Glam, regenteada por
una loca vieja escapada del franquismo hace mil años. Me mordí el
labio por no poder pararme para lucir mi bunda,
pero mi condición era severa y sólo podía tirar besos (hasta a los
bombeiros que ciudaban el orden).
Aqui había más
policía que en Niterói y, sobre todo, más policía del discurso:
la alegría descontrolada de la semana anterior se mezclaba con las
cosas graves de las demandas civiles. Los camiones estaban alineados
(el de las lésbicas, el de los viados,
el de las trans) y, al costado, una gigantesca bandera arcoiris
esperaba para ser desplegada.
Cuando ya no cabía un
alfiler entre sunga y sunga en la Avenida Atlántica, empezaron a
llegar las estrellas, con sus trajes de luces y sus alas de anjos. Un
carnaval cuyo protagonismo se me escapaba entre los dedos. Parecía
militante, con mi cara grave.
Había algo raro en
los preparativos, hasta que me di cuenta de la presencia de los Pink
Block, enmascarados de rosa y tirando purpurina rosada a los
paseantes, inspirados en el grupo anarquista "Black Bloc",
pero esta vez orientados más hacia la defensa del amor libre que a
la destrucción del capitalismo y sus emblemas. Otros grupos sumaban
sus reclamos en apoyo a la huelga educativa que tuvo paralizadas las
escuelas del Estado.
Arco
Iris es la organización que organiza la Parada desde 1995 (ésta fue
su 18a. edición) y su presidente, Júlio Moreira, tuvo que aceptar
mi presencia a su lado en varias fotos. Más allá, Jean Willys, un
bombonazo del Partido Socialismo y Libertad (PSOL, izquierda radical
opositora al gobierno de Dilma) me hacía ojitos y me señalaba los
carteles oficiales de la Parada: seis puños en alto, cerrados,
coloreados según la bandera gay manda. Cuando me dí cuenta de lo
que me quería insinuar, le dije que sí con la cabeçinha
y me fui rodando rápidamente para conseguir lubricante. ¡Nossa!
Es tanto lo que hay que enseñar en esa tierra, que me pareció que
iba a cumplir una misión pedagógica y beneficiosa para el pueblo
carioca sin distinción de clases.
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